Son casi 15 billones de dólares (12 billones de euros) de deuda de Estados Unidos los que circulan por el mundo, repartidos entre la Fed (el banco central) y las carteras de inversores domésticos y extranjeros. Uno de éstos es China, pero no se trata de un inversor más: es el principal acreedor del gobierno estadounidense, junto con Japón (ambos detentan más de dos billones de dólares, 1,6 billones de euros). Si, como algunas versiones periodísticas han apuntado, las autoridades chinas se estuvieran planteando reconsiderar el activo papel de su país como principal inversor foráneo en ‘treasuries’ (deuda soberana estadounidense), la financiación del déficit público de la primera economía tomaría derroteros más onerosos y probablemente las consecuencias no escaparían a la economía global.

La posibilidad de este escenario sería de difícil digestión para un mercado de bonos hipersensible que se encuentra ante un cambio de tendencia después de varios años con rentabilidades en mínimos, e incluso negativas, tras las políticas intervencionistas de los principales bancos centrales, que en la actualidad están abandonando, como es el caso de la Fed, o atemperándolas, como es el del Banco Central Europeo (BCE). Además, EE UU prevé que su déficit público se incremente en los próximos 10 años con la entrada en vigor de la reforma fiscal promovida por Donald Trump, y, por si fuera poco, desde la llegada de éste a la Casa Blanca las relaciones bilaterales con China no atraviesan su mejor momento por las amenazas proteccionistas del presidente de restringir algunas exportaciones chinas para proteger el mercado interior y reducir el abultado déficit comercial con el gigante asiático de 344.000 millones de dólares (275.000 millones de euros) a noviembre del año pasado.

Desde 2008 los inversores extranjeros han duplicado sus tenencias de deuda pública americana hasta los 6,4 billones de dólares (5,2 billones de euros), concentrando el 44% del total, un porcentaje que antes era todavía mayor, pero que ha ido menguando por los agresivos programas de compra de deuda por parte de la Fed para estimular la economía, lo que ha engordado su balance en casi tres billones de dólares, convirtiéndose en el primer financiador del gobierno federal estadounidense.

Si China redujera sus compras –o dejara de hacerlo– de deuda estadounidense, una de las más solventes del mundo, pero con calificaciones crediticias inferiores a las de Reino Unido, Dinamarca o Suecia, según las principales agencias especializadas, la primera potencia mundial podría enfrentarse a contratiempos inesperados pero relativamente manejables. Uno de ellos podría ser que indujera al Tesoro a elevar los tipos de interés de sus emisiones para atraer más demanda inversora ante la inapetencia de su principal inversor extranjero.

Estados Unidos necesita financiar, de acuerdo con el primer presupuesto del mandato de Donald Trump (intitulado: ‘América primero: Un plan presupuestario para hacer América Grande otra vez’), un déficit federal del 2,8% del PIB para el nuevo año fiscal (octubre 2017-septiembre 2018), desde el 3,6% del ejercicio previo, según estimaciones de la oficina presupuestaria del Congreso estadounidense. Un hipotético encarecimiento de la financiación implicaría elevar el déficit federal a menos que los ingresos fiscales por la reforma tributaria aumenten, probabilidad que está aún por confirmarse.

La polémica reforma fiscal, cuya aprobación ha tenido una tramitación política compleja, incrementará el déficit federal en un billón de dólares (0,8 billones de euros) en los 10 primeros años de su aplicación, hasta el 5,2% del PIB en 2027, según las previsiones del Congreso estadounidense. Paralelamente, Estados Unidos, al igual que otros países desarrollados, tiene un creciente gasto presupuestario por el envejecimiento de la población, que se incrementará drásticamente en los próximos años a medida que se vaya jubilando la generación de los ‘baby boom’ (los nacidos entre los años 40 y 60).

Si, por el contrario, los contratiempos alcanzan cierta envergadura, como un hipotético escenario de ventas de deuda estadounidense por parte del gobierno chino, los efectos serían sustancialmente mucho peores porque podría impeler a otros inversores extranjeros a hacer lo mismo para reducir pérdidas en sus carteras.

Una eventualidad así es considerada poco probable, a menos que, como señalan observadores, el desencuentro entre Washington y Pekín entre en una espiral, entonces podría trastocar seriamente el marco de la política monetaria y la cotización del dólar, toda vez que la Fed quizá podría verse obligada a subir más agresivamente los tipos de interés para recuperar la confianza de los inversores.