Cuenta la leyenda –aunque algún documento histórico de la época parece confirmarlo– que Cristóbal Colón, a la hora de preparar la logística para sus expediciones a América, decidió embarcar grandes toneles de vino de Toro en las bodegas de sus carabelas, ya que estos tintos zamoranos –además de saciar la sed de los marineros– tenían fama de aguantar muy bien el paso del tiempo (perfectos, por tanto, para una azarosa travesía que podía durar varios meses).
Curiosamente hoy, tantos siglos después, alguien acaba de recorrer justo el trayecto inverso, cruzando el océano Atlántico desde América hasta Toro. Se trata de Julio Rodríguez Buren, nuevo director general de Bodega Numanthia, empresa relativamente joven (acaba de celebrar su 25 aniversario) que sin embargo –en tan corto periodo– ha logrado elevar los vinos de la denominación de origen Toro a estándares de máxima calidad, cosechando premios y prestigio tanto en el mercado nacional como internacional.
Julio Rodríguez Buren es argentino –aunque posee también la nacionalidad española– y lleva en la compañía desde 2006. Sus abuelos eran gallegos, originarios de Pontevedra, gente trabajadora que –como tantos otros–tuvieron que emigraron a ultramar.
Con semejantes raíces, resulta lógico que Rodríguez Buren conozca nuestro país desde hace tiempo. Estudió Económicas en Valencia, a principios de los 2000, aunque su último destino profesional –tras haber adquirido experiencia laboral en lugares como Francia o Argentina– ha transcurrido al norte de San Francisco, en el corazón del valle de Napa, uno de los grandes templos vinícolas del mundo, donde durante siete años ha estado trabajando como director financiero de Domaine Chandon California & Newton Vineyards.
Lleva apenas un par de meses aterrizado en Toro, aunque está plenamente familiarizado con la filosofía Numanthia. Por ahora, se ha afincado en Valladolid (a una hora en coche de la bodega), junto a su esposa y dos hijos, aunque hoy se ha acercado hasta Madrid para poder conversar con Forbes. Nos acompaña también en este charla su compatriota Lucas Löwi, quien ocupara el puesto de director general de la bodega durante los últimos ocho años. Sin duda, Löwi ha sido protagonista notable del giro conceptual que Bodega Numanthia ha ido experimentado en la pasada década.
En este sentido, la idea de Rodríguez Buren es “continuar con el legado” del anterior equipo, apostando por “la evolución y sofisticación del vino de Numanthia, manteniendo así el disfrute, el hedonismo y la ilusión que hoy en día genera en el consumidor”, nos explica.
Por su parte, Löwi subraya que –para cualquier bodega– resulta decisivo adquirir una impronta propia. “En estos años, Numanthia ha logrado convertirse en una bodega icónica”, asegura. “Nuestra idea fue siempre crear un vino joya, preservando al mismo tiempo el patrimonio de Toro, con el foco puesto en crecer, pero no en número, sino en calidad”.
Toro es tierra de vinos viejos. Puede que fueran los romanos los primeros en plantar vides allí o incluso, quizá antes, los fenicios. Durante siglos, sus caldos tuvieron fama de rudos (algún bromista llegó a decir que hacía falta beberlos ‘con cuchillo y tenedor’), pero gracias al trabajo de Bodega Numanthia hoy son alabados por su frescura y elegancia.
Parte de esta evolución estilística tiene mucho que ver con una de las decisiones más arriesgadas que tomó Löwi durante su dirección: dejar progresar el vino durante más tiempo en botella, alargando así su potencial de guarda. De este modo, los vinos de Numanthia envejecen en botella hasta cinco años (antes, apenas lo hacían más de dos), mientras que los Termanthia –la gama más alta de su porfolio, que ronda los 250 euros de precio por unidad– permanece hasta siete.
Esperar más años requiere mayor paciencia por parte del bodeguero… ¡y del inversor! Trabajar con la escasez en pos de una mayor calidad exige fe en el resultado final, pero también esfuerzos financieros. “Que tus jefes te dejen hacer algo así es todo un lujo”, sentencia Löwi, quien utiliza la palabra ‘lujo’ con toda la precisión de su significado. No en vano, sus ‘jefes’ son el mayor holding de marcas de lujo del planeta: el LVMH, grupo liderado por el empresario francés Bernard Arnault, el hombre más rico del mundo según la última lista Forbes.
¿Y qué aporta a una pequeña bodega de Toro pertenecer a un gigante de tal magnitud como LVMH? “Aunque pueda parecer lo contrario, el LVMH concede mucha independencia a sus marcas”, asegura Rodríguez Buren. “A esta autonomía se suma un gran apoyo en innovación y creatividad, parte inseparable del ADN del grupo, volcado en la exclusividad. Por supuesto, existe una cierta presión, pero yo diría que es una presión positiva, una especie de autoexigencia. Además, hay un intercambio muy rico de experiencias entre los diferentes profesionales del LVMH, repartidos por las distintas marcas del grupo en distintos países [Moët & Chandon, Krug, Veuve Clicquot, Hennessy o Château d’Yquem, por citar solo las más míticas]. Otra ventaja de esta sinergia es la red de distribución, muy potente. ¿Alguna desventaja? Quizá la marca pueda diluirse un poco dentro de un porfolio tan apabullante. A pesar de ello, yo diría que somos un gran grupo que funciona como una pequeña familia”, sentencia Rodríguez Buren.
La conversación tiene lugar en uno de los restaurantes de moda de la calle Jorge Juan. Hoy es miércoles, pero todas las mesas están ocupadas. Comidas de negocios y de placer aseguran la frase preferida por cualquier maitre: “Lo siento, estamos completos”. El sumiller nos confiesa que Numanthia es una de las referencias que mayor salida tiene entre sus disfrutones clientes y que el local dispone además de Termanthia por copas.
“Esta explosión gastronómica que está viviendo Madrid”, nos comenta Löwi, “con decenas de restaurantes y hoteles de alta gama, está teniendo efectos muy positivos para el tipo producto que nosotros ofrecemos; es una plataforma excelente de cara a un turismo de elevada disponibilidad económica, capaz de descubrir nuestros vinos”. Por su parte, Rodríguez Buren nos explica: “Después de España, nuestro segundo mercado es EE UU, aunque tenemos también a China en el horizonte, así como muy buenas perspectivas de penetración en mercados de gran potencial, como México, Brasil, Hong Kong, Japón, Corea del Sur o Singapur”.
En tiempos en los que triunfa el relato, cualquier especialista en marketing te dirá que un buen storytelling es una herramienta de lo más eficaz para poder transmitir al consumidor el mensaje de un producto. Para envidia de sus competidores, Numanthia posee –en este sentido– un argumentario tan sólido como seductor.
En primer lugar, tenemos la uva Tinta de Toro, autóctona de la zona, una variedad de tempranillo adaptada al clima continental extremo de estas latitudes zamoranas (“9 meses de invierno y 3 de infierno”, sentencia el refrán). Al contraste de temperaturas de las estaciones, se suma un porcentaje de precipitaciones muy bajo (apenas 400 milímetros al año), lo que convierte a esta variedad Tinta de Toro en una auténtica superviviente.
De hecho, las muchas horas de sol ardiente que recibe a lo largo del verano provocaron que la piel de la uva desarrollara un grosor adicional para defenderse, lo que ha acabado afectando a sus características propias (alto nivel de antocianas y elevado poder alcohólico), aportando mucho más cuerpo al vino.
En segundo lugar, Numanthia es prácticamente la única bodega española que mantiene viñedo viejo prefiloxérico. ¿Y esto qué significa exactamente?
Durante el siglo XIX, la plaga de la filoxera arrasó con todos los viñedos europeos, un apocalipsis de magnitudes cuasi bíblicas. Sólo unos pocos cultivos lograron salvarse del desastre. Y uno de ellos aún está presente en Toro, propiedad de bodega Numanthia.
Separadas por tres metros distancia, plantadas en vaso y enraizadas a un suelo muy seco, estas viñas centenarias –algunas con más de 200 años de antigüedad– lograron evitar la filoxera, un ejemplo de tenacidad que inspiraría precisamente el nombre de la bodega: Numanthia, un homenaje a la aldea celtíbera –situada en Soria– que resistió heroicamente a las poderosas legiones romanas en el siglo II a. de C. “Es una historia que engarza muy bien con nuestra idea de resilencia, un vino que sabe hacer frente a los desafíos”, explica Rodríguez Buren.
Además del estrés hídrico y del cambio climático, estas parcelas centenarias poseen uno de los rendimientos más bajos del planeta, ya que sus racimos apenas poseen la mitad de tamaño del habitual, lo que afecta lógicamente a la producción (2.000 kilos por hectárea para Numanthia y apenas 1.000 kilos por hectárea para el Termanthia). En definitiva, un rendimiento muy bajo, en comparación con la mayoría de explotaciones, pero de enorme calidad.
La historia de Bodega Numanthia es apasionante, pero se quedaría solo en un bonito relato si no pudiera sostenerse mediante un simple gesto: descorchar una de sus botellas y permitir que el vino hable por sí mismo, en silencio. Ha llegado por tanto el momento de dejar de leer este artículo y apurar una copa de su tinto. ¡Salud!