“Él es un buen ejemplo de orador que sabe gestionar sus emociones y transmitirlas. Fue educado por una madre activista de los derechos civiles que le enseñó a leer con los discursos de Nelson Mandela y de Martin Luther King. Y tuvo un padrastro, el indonesio Lolo Soetoro, que le inculcó cómo gestionar sus emociones al estilo oriental”, dice Mónica Pérez de las Heras, directora de la Escuela Europea de Oratoria. Así que no pierda la esperanza.

Para dominar el arte de hablar con elocuencia, de deleitar, persuadir y conmover por medio de la palabra, son necesarias muchas horas de trabajo personal y esfuerzo. Pero no es una ciencia oculta para el común de los mortales. Quizás al principio no declame con convicción frases del tipo “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”, que el expresidente estadounidense John F. Kennedy pronunció el día de su investidura, el 20 de enero de 1961. Aquel fue un discurso político histórico que el mandatario tardó meses en escribir. La esperanza radica en que es posible incluso aprender a destilar carisma. El presidente del Gobierno español en funciones, Mariano Rajoy, ganaría en atractivo si no juntara tanto las manos, si modulara la expresión de la cara y se moviera más a menudo, saliendo del atril para mostrar cercanía, según los expertos.

En nuestra sociedad de la comunicación es paradójica nuestra incapacidad para comunicarnos. Las palabras se utilizan cada vez con mayor inconsciencia y se les concede menos valor, según Adelino Cattani, autor del recomendable libro Expresarse con acierto, en el que afirma que la forma de expresar un acto o una idea tiene un poder inmenso, casi mágico: las palabras crean imágenes, las imágenes crean ideas y las ideas crean comportamientos. Son instrumentos inconscientes de organización, estructuración y categorización del mundo en el que vivimos. “Siempre importa cómo se dicen las cosas, por graves o insignificantes que sean”, señala. Y más ahora, habría que añadir, pues un discurso, aunque sea el que un padre articula en el colegio de su hijo en una función navideña, queda inmortalizado con facilidad en un dispositivo móvil o, peor, en el canal de vídeos YouTube. Y quién sabe si puede convertirse en viral…

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