Sacudir el polvo de Washington fue uno de sus propósitos durante la campaña electoral a la presidencia, Donald Trump ha acabado con innumerables tradiciones políticas, pero también ha puesto fin a algunas más personales: como la de tener una mascota.
La ilustre costumbre se remonta a la época en la que Thomas Jefferson se sentaba en el Despacho Oval, durante su mandato se sumaron tres habitantes más: dos cachorros de oso, y un sinsonte, un tipo de pájaro. Con el paso del tiempo las mascotas presidenciales se han convertido en pequeñas celebrities que acompañan a los altos mandatarios de Estados Unidos durante su estancia en la Casa Blanca.
El papel de las mascotas no alcanza a la mera compañía, la figura animal como un miembro más contribuye a afianzar la imagen de familia y crear una atmósfera de hogar y convivencia, que difiere de la idea de la Casa Blanca como un edificio rígido y con aires de museo.
Por tanto, los Trump son la primera familia en la historia presidencial moderna sin mascota. Y al parecer no hay intenciones de sumar una como dijo Stepahnie Grisham, directora de comunicaciones del Ala Este, a la CNN “no hay planes en este momento”. Además, la exmujer del presidente, Ivana, en sus memorias explica la complicada relación entre Trump y el caniche de la pareja, Chappy.
Las mascotas han sido adoradas y algunas han gozado de una enorme popularidad. Ofrecen la posibilidad de enseñar una cara diferente de los presidentes, y permiten una conexión directa con el ciudadano. Aquí un repaso a las mascotas más recientes:
Los Obama: Bo y Sunny.
Los Bush: Barney y Miss Beazley.
Los Clinton: Buddy.
Los Reagan: Rex.
Los Kennedy tuvieron numerosas mascotas.