En su novela ‘Educación siberiana‘ Nicolai Lilin cuenta que en la Unión Soviética tatuarse se consideraba un delito. La ideología que pretendía igualar a todos los seres humanos no toleraba gestos identitarios. Hoy en día, en la era del exhibicionismo, los tatuajes son un elemento de reconocimiento en una sociedad que premia la reconocibilidad.
La difusión capilar de este arte ha modificado profundamente su percepción, incluso en el mundo laboral, donde se está haciendo hueco la Generación Z, formada por personas nacidas alrededor del cambio de milenio y que tenían diez años cuando apareció Instagram: pedirles que no se tatúen sería como pretender que zurzan calcetines con un telar de madera. Pero la historia viene de lejos.
‘Tau-tau‘ es el término tahitiano cuyo sonido onomatopéyico recuerda el golpeteo de la madera sobre la piel; pasando de los ‘tattow’ descritos por James Cook en sus diarios polinesios, el tatuaje ha estado entrando y saliendo del gueto reservado a presos, piratas, futbolistas y otras categorías pocos urbanas. De hecho, fueron las civilizaciones clásicas romano-griegas las que empezaron a considerarla una costumbre ‘bárbara’, seguidas al pie de la letra por la Iglesia: «Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Jehová.” Levítico 19.28.
Los tiempos han cambiado y hoy resulta extraño encontrarse con alguien sin un rincón de su cuerpo dibujado. Los datos no son muy fiables, pero se estima que en España más del 20% de los ciudadanos tenga un tatuaje, porcentaje que aumenta notablemente, superando el 40%, entre los millennials, que ya representan el 35% de la población activa en Estados Unidos y en Europa. Está claro que las empresas deben adecuarse.
Laura Cubero, tatuadora, es uno de los responsables del BAUM FEST, el festival de la cultura urbana heredero del Barcelona Tatoo Expo, que del 6 al 8 de octubre celebra su edición número 26 en la capital catalana. En su opinión la pandemia ha sido un acelerador de la liberalización del tatuaje: “Hubo como un llamamiento general a imprimirse un recuerdo de lo que había pasado, en todos los sectores, sobre todo el sanitario. Fue un punto de inflexión tras tantos años de esfuerzos para socializar y abrirnos al mundo”.
Por su parte, Sara Álvarez, directora de atracción de talento de Adecco en España, subraya otra dinámica acentuada por la pandemia: la ‘batalla por el talento’. “A menudo las empresas creen que si publican una oferta van a recibir 800 candidaturas y no es así. Cada vez hay menos elección, por tanto los estereotipos pierden valor en favor de conocimientos y experiencia. La escasez de talento -añade Álvaez- está produciendo una apertura mental positiva, sobre todo en sectores como el farmacéutico o la salud, pero también faltan camareros o electricistas, lo que obliga a ser más flexibles”.
En EE.UU. la escasez de mano de obra ha llevado a empresas como Disney, United Airlines o UPS a relajar las normas sobre tatuajes para trabajadores en uniforme, mientras que el ejército ha aumentado el número y el tamaño admitido de imágenes y escritas visibles en brazos, piernas, manos y cuello. Todo esto ocurre en consonancia con un cambio cultural más amplio, reflejado por una encuesta de Pew Research, según la cual 2/3 de los estadounidenses entrevistados afirman que su impresión de las personas no cambia en función de los tatuajes y el 80% está convencido de que la sociedad se ha vuelto más tolerante en los últimos 20 años.
Sin embargo, no todos los empleos funcionan igual. Algunas investigaciones (Timming et al. 2017 y Jibuti 2018) destacan que las personas con un tatuaje visible son penalizadas cuando solicitan un trabajo en restauración y banca, pero podrían tener una ventaja en marketing, moda y deportes. Por otro lado, un estudio holandés (Dillingh 2020) muestra que entre las personas menores de 45 años, las tatuadas tienen menos probabilidad de empleo y menores ingresos. “Conozco banqueros muy tatuados, pero solo de cuello para abajo, porque todavía en ciertos sectores está mal visto. Y sí que es verdad que mucha gente nos pide que el tatuaje quede cubierto por los indumentos de trabajo, aunque cada vez menos”, confirma Cubero.
Es interesante porque la discriminación hacia las personas tatuadas (positiva o negativa, según el sector considerado) no deriva de una característica determinada como el género o la edad, sino que depende de una decisión tomada libremente. Entra en juego el libre albedrío y, a menudo, el menos común de los sentidos. El factor más discriminante, de hecho, no es tanto el tatuaje en sí, ni, o cada vez menos, la zona, sino el mensaje vehiculado.
Cubero asegura que “en los estudios abiertos al público somos bastante renitentes a tatuar la cara, porque sigue siendo un estigma. Y eso que la tendencia ahora es un poco al revés, con muchos chavales que piden tatuarse directamente cuello, cara y manos, dejando limpio el resto del cuerpo. A lo mejor ven a youtubers o influencers y quieren el mismo tatuaje, pero los profesionales debemos explicarles que tienen toda una vida por delante y no pueden saber lo que van a querer hacer en el futuro”.
Dicho lo cual, los criterios de selección laboral pueden variar mucho. Adecco, argumenta Álvarez, “trabaja el talento sin etiquetas y el llamado ‘CV ciego’, para centrarse solo en competencias y conocimientos, dejando de lado los estereotipos. Si hablamos de modelaje, seguramente la foto tenga que ir adjunta al CV, pero para nosotros no es algo muy relevante. Y es mucho más escandaloso que pongas una foto de boda o en la playa que una con tatuajes”.
Evidentemente no existe ninguna ley que prohíba hacerse tatuajes. Ana Cabrero Moreno, abogada laboralista en la asesoría jurídica sevillana Lipasam, precisa que “la Ley 15/2022, integral para la igualdad de trato y la no discriminación, recoge que ninguna persona puede ser discriminada por ninguna razón. En concreto, la ley considera que no solo un despido por hacerse un tatuaje sería nulo, sino que incluso en los procesos de selección debe estar prohibido discriminar por esta razón.”
Empresas y organizaciones pueden proponer su propio código estético interno y los candidatos están libres de aceptarlo o no, pero en ningún caso puede ser una imposición, por lo menos a nivel oficial, come aclara la abogada: «la empresa privada puede dar recomendaciones y establecer sus buenas prácticas, pero la imposición de no llevar tatuajes no puede reflejarse oficialmente, ya que implicaría una discriminación”.
Un ejemplo emblemático son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que suelen vetar el acceso a quienes exhiban tatuajes que comunican mensajes considerados inadecuados, por ser violentos, racistas u obscenos, y someten al candidato a una valoración psicológica para comprender el origen de los mismos. También prestan atención a la visibilidad, tanto por una cuestión de decoro como de seguridad: en según qué tarea puede ser peligroso ser reconocibles.
Aun así, incluso en estos ámbitos las barreras se están derrumbando y con el Real Decreto del 8 de noviembre de 2021 se permitió la entrada en la Guardia Civil y la Policía Nacional también a quienes llevaran tatuajes no cubiertos por el uniforme (siempre que no sean problemáticos). Esto se decidió también para no discriminar a las mujeres, obligadas a vestir uniformes con falda y por lo tanto con más piel que mostrar.
Si todo el mundo se tatúa, el tatuaje puede perder algo de su fuerza identitaria y convertirse en una simple decoración. No obstante, Cubero asegura que los verdaderos apasionados “huyen del concepto de moda, porque el tatuaje es para siempre, o sea, el contrario de la moda, que es efímera”. Quizás los tatuajes sean como las opiniones: es imposible que todos las aprecien, pero es importante poderlas expresar libremente.