El subtítulo de la nueva biblia para los holácratas, escrita por Brian Robertson, resume perfectamente el concepto: «el sistema de gestión revolucionario que abole la jerarquía». En otras palabras, en una holacracia las tareas se desarrollan por equipos autogestionados e interrelacionados, sin necesidad de jefes y supervisores inmediatos.
La adopción de este enfoque por parte de Zappo ha incentivado el debate. ¿Es esta radical estrategia simplemente una enorme estupidez pasajera o estamos adentrándonos en una época en la que los empleados tendrán autonomía extrema? Sin embargo, es un debate que pasa por alto lo más importante.
El surgimiento de organizaciones de changemakers
La cuestión no es si la holacracia es demasiado radical, sino si es lo suficientemente radical. Robertson quiere empoderar a su plantilla para que sean capaces de generar un cambio sin necesitar pedir permiso para ello. Pero este principio de empoderamiento no sólo se aplica en las relaciones entre jefe y empleado, sino que está siendo cada vez más aplicado a todo el entramado de relaciones dentro de una empresa. Algunas de las organizaciones más exitosas trabajan con modelos que tratan a los clientes, proveedores, inversores o incluso competidores como a changemakers que merecen ese empoderamiento. Dar autonomía a la plantilla es una parte muy importante de este cambio, pero sólo representa una parte.
Somos testigos, por ejemplo, de la manera en que las redes sociales como Facebook, Twitter y YouTube han crecido exponencialmente en los últimos años, al empoderar a sus usuarios para que generaran y compartieran sus propios vídeos, fotos, artículos, música o mensajes con una audiencia global.
La explosión de los marketplace en internet ha empoderado a los proveedores, sobre todo a los más pequeños. Empresas como Etsy, Ebay y Amazon han permitido a las tiendas vender directamente a clientes de todo el mundo. Hasta hace poco, tendrían que haber confiado en mayoristas o haberse conformado con los clientes de su comunidad local.
El floreciente mundo de la inversión online, promovida por empresas como Crowdcube, está empoderando a un amplio número de personas para invertir un dinero que, de otra forma, se hubiera quedado en sus cuentas bancarias. Algunas empresas más exclusivas como Fundersclub están facilitando a los inversores habituales la posibilidad de elegir dónde va su dinero y cómo es utilizado.
Esto ha creado un mundo mucho más complejo y dinámico formado por jugadores pequeños. El resultado es que, cada vez más, los competidores buscan el empoderar y no destruir al otro, y con ello admiten que la colaboración es igual de necesaria como la competencia para sobrevivir en un mundo tan exigente.
Por ejemplo, los vendedores en Etsy trabajan juntos con regularidad fuera de la plataforma para formarse mutuamente y lanzar iniciativas conjuntas que ayuden a crecer a sus empresas.
Incluso los torpes gigantes del mundo de las corporaciones están ofreciendo cada vez más espacio, apoyo y fondos para alentar a esas mismas start-ups que algún día podrán llegar a perturbar sus mercados. El respaldo de Telefónica al acelerador tecnológico Wayra es un buen ejemplo de ello. Al igual que el rápido crecimiento de la tendencia de emprendimiento en los últimos años que alcanza la cifra de inversión total en pequeñas empresas por parte de grandes en 26 mil millones de dólares en 2012.
De los productos a las herramientas
Los cínicos, que desestiman la holacracia y otras instancias de empoderamiento por considerar que son una moda pasajera o que están sobrevaloradas, ignoran dos factores importantes.
El primero es que esto no es una nueva moda. Existen numerosas evidencias académicas que muestran que el deseo de autoexpresión, autonomía y elección ha ido creciendo en las economías avanzadas desde la década de los sesenta.
La tendencia social básica ha ido modificando la oferta a los consumidores durante cincuenta años. Hemos superado los commodities estandarizados del periodo de postguerra, hacia una mayor oferta de elección del consumidor en los setenta y ochenta, a la “innovación abierta” de la primera década del siglo XXI hasta la actualidad, donde son los “clientes” los que generan sus propios productos para adaptarlos a sus necesidades específicas o para distribuirlos a otros. En cada caso, el cambio ha sido un aumento del poder y control del consumidor.
En segundo lugar, la tecnología que posibilita estos modelos de negocio está ahora alcanzando nuevos y casi desconocidos sectores. La combinación de equipos conectados en red, de tecnología en cadena de bloques y de inteligencia artificial puede empoderar a los clientes en nuevos sectores como la manufacturación, la generación de energía o las finanzas.
El resultado dominante es un alejamiento progresivo de modelos en los que los fabricantes crean productos o servicios para vender a los clientes, hacia modelos de changemakers que crean herramientas para empoderar a los clientes, los cuales generan esos productos o servicios por sí mismos.
La organización Everyone a Changemaker
Antes o después, las empresas que sitúan este principio de empoderamiento en el centro de su actividad emergerán. En lugar de sólo empoderar a los clientes o de dar autonomía completa a los trabajadores, buscarán dar rienda suelta a la creatividad de todo aquel que trabaje con ellos.
Estas organizaciones con el lema Everyone a Changemaker asegurarán su inversión respaldados por decenas de miles de pequeños inversores y crearán una plataforma para que los proveedores vendan directamente a los clientes. Estos clientes estarán comprando una herramienta de empoderamiento que les dará mayor capacidad de elección y control, y los empleados serán libres de tomar decisiones más rápidas y creativas para responder a un mercado altamente cambiante y complejo. Ah, y además estas empresas probablemente estén al mismo tiempo colaborando y compitiendo con otros jugadores en el mercado.
Imagina una empresa de confección del futuro. Obtiene a través de crowdfunding medio millón de dólares de patrimonio neto para montar una página web que facilite a los artesanos chocolateros crear diseños descargables. Pueden entonces mandarlos a sus clientes, quienes imprimen en 3D su colección de chocolates personalizada. La empresa crece rápido y atrae a miles de vendedores y pronto tiene millones de clientes.
Pero diferentes culturas demandan tipos muy diferentes de chocolate (y sus gustos cambian constantemente), y los clientes golosos son capaces de disfrutar de la libertad de imprimir nuevas e interesantes recetas. Así que nuestra empresa no tiene otro remedio que empoderar a la plantilla para que tomen sus propias decisiones sobre qué funcionará en la amplia variedad de nichos de mercado. Los chocolateros pronto trabajarán juntos para aunar destrezas e ideas, y mantenerse al día sobre esas demandas cambiantes en el consumidor, aunque seguirá existiendo un claro toque de rivalidad en esa colaboración.
En poco tiempo, nuestra chocolatería changemaker vuelve a las páginas de crowdfunding para aumentar su capital. Las viejas empresas que todavía empaquetan dulces en cajas de cartón se preguntan por qué las ventas están empezando a caer.
Por supuesto, es imposible predecir en qué sectores estas empresas changemaker emergerán y qué ofrecerán a sus usuarios, pero es seguro que emergerán. Lo más probable es que esas start-ups ya estén en funcionamiento. Que las empresas tomen nota. Incluso aquellas que están aceptando elementos del modelo changemaker deberían saber que algo mucho más radical está a la vuelta de la esquina.
Adam Lent es Director Europeo de Investigación e Innovación de Ashoka