José Ramón Urtasun lo ha logrado: su bodega, Remírez de Ganuza, vendió el año pasado más de 50 mil botellas por encima de los 50€, una meta que según el Master of Wine Pedro Ballesteros, solo había alcanzado la mítica Vega Sicilia. A su parecer, se necesitan 50 bodegas que alcancen este objetivo para que el vino español tenga un reconocimiento de primer nivel. Pero el éxito de Urtasun no se queda aquí: después de su peor trimestre histórico, provocado por la pandemia, llegó un récord de ventas en 2021 y un crecimiento del 32% en 2022, con una gran expansión en el mercado internacional.
Sin embargo, dice que no se considera un gran empresario y que todavía no sabe bastante sobre vino. No probó el alcohol hasta los 24 y el vino llegó mucho más tarde. Se formó en Ciencias Ambientales, y aunque era mal estudiante, se apasionó por las matemáticas. Cuando su familia decidió negociar una participación en la bodega Remírez de Ganuza –el 50%, formando una sociedad imposible– estuvo varios años aprendiendo: acompañaba al equipo comercial y seguía al enólogo Jesús Mendoza y al copropietario, Fernando Remírez de Ganuza, que se había convertido en uno de los brokers de viñedos más inteligentes de La Rioja. “No tuve prisa. Los frutos de lo que haces no son inmediatos, pero cuando llevas años en la buena dirección, ves una inercia positiva”, afirma.
Urtasun cree que se bebe poco vino. “La hostelería tiene parte de culpa. Cuando vas a un bar normal, muchas veces la razón por la que te ofrecen un vino no es que el vino sea bueno, sino económico. Tenemos que dejar de hablar de la buena relación calidad-precio de nuestros vinos y de buscar los márgenes en el vino cuando no toca. Esos vinos no están buenos y la gente se pasa a la cerveza”. No todo está perdido. El bodeguero explica que hay una tendencia al alza: la de beber menos, pero mejor. “¿Para qué queremos que beban mucho vino de margen dudoso?”. Y dispara otra hipótesis: “Está empezando a haber un buen momento para los vinos españoles de alto nivel. Que los precios de los Burdeos y Borgoñas se hayan disparado hasta precios inasumibles para la mayoría y que incluso sea difícil encontrar vinos menos jóvenes significa que ahí existe un hueco para las bodegas españolas, que ya se están posicionando”.
Mirando hacia Francia, ve aquello que le gustaría para su Rioja: que la calidad destaque. “No todos los reservas de Rioja son iguales, pero las clasificaciones nos meten a todos en el mismo saco y eso, al fin y al cabo, confunde y no favorece a nadie. El prestigio de las grandes bodegas de Burdeos tira del carro y facilita que los menos conocidos vendan más fácilmente”. Pese a todo, piensa que es un buen momento para los Rioja. Lo puede ver en su propia bodega: a día de hoy, pasan prácticamente medio año sin vino. “Nuestros vinos se están vendiendo a demasiada velocidad”, sospesa. Nota la presión, pero todavía no le abruma. “Intento pensar en el largo plazo y sé que vamos a seguir creciendo”.
Con la construcción de la nueva bodega que se iniciará en dos años, a Urtasun todavía le queda un poco de tiempo que invierte en elaborar joyas curiosas y limitadas. En diálogo fluido con su enólogo, de quien dice que es metódico a la vez que sensible, experimentan para sacar a la luz Iraila: solo 900 botellas de una garnacha de tres parcelas. “Siempre hemos investigado, pero durante una época no lo comunicábamos ni lo presentábamos al mercado. Hoy lo hacemos satisfechos, sabiendo que es bonito tener distintas velocidades en nuestra empresa y que es compatible ofrecer unos productos tradicionales y consistentes y, otros, donde innovamos, nos replanteamos formas de hacer y arriesgamos. Esta es nuestra forma de refrescar nuestra marca hacia afuera y hacia adentro”.