Más de medio siglo después de que Neil Armstrong hiciera historia, aquella carrera espacial entre EE UU y la extinta Unión Soviética ya no tiene nada que ver con la que ahora está en marcha. La fiebre por el oro ya no se busca bajo tierra, sino que hay que levantar la mirada al cielo, allí donde hace casi setenta años comenzó una competición nunca vista: la carrera por conquistar el espacio exterior.
Si antes había dos países y estaba en juego sobre todo el prestigio internacional y el desarrollo científico, en la carrera espacial 2.0 hay un tablero con muchos más jugadores y objetivos más tangibles: minería espacial y sentar las bases para seguir explorando objetivos más lejanos.
“Aquella carrera era política y de imagen, pero aquí lo que subyace es la posibilidad de una explotación comercial. Hay un componente económico muy importante”, afirma David Barrado, investigador del departamento de Astrofísica del Centro de Astrobiología (CAB) del INTA-CSIC. “Creo que hemos entrado en una segunda carrera espacial porque el marketing de estar en la Luna aún es muy fuerte”, añade Didier Schmitt, responsable del Grupo de Estrategia y Coordinación para la Exploración Robótica y Humana en la Agencia Espacial Europea (ESA). La fiebre del oro ha llegado al espacio y la primera parada es nuestro satélite.
Minas de helio-3 en la Luna
La minería de recursos espaciales es uno de los propósitos que resuenan en estas nuevas expediciones, pero hay diversidad de opiniones. “La explotación económica de la Luna no va a ser inmediata, antes hay otras fases como la explotación de las órbitas cercanas a la Tierra que dan acceso a servicios», indica Barrado. Una vez en la Luna, “está la posibilidad de extraer helio-3; no sería inviable traerlo porque con muy poco peso se puede producir mucha energía”, continúa el investigador. El helio-3 es un isótopo del helio (no radiactivo) que se propone como fuente de combustible alternativa al uranio-235, alimento actual de los reactores nucleares.
La Luna sería también una “estación de tránsito para reponer y continuar el viaje hacia asteroides, donde se podrían extraer compuestos químicos, metales preciosos y semipreciosos, o a Marte, pero también se habla de las lunas heladas de Júpiter (Europa) o Saturno (Encélado). El interés científico y la posibilidad de encontrar vida sigue moviendo el impulso de la exploración”, añade.
Aunque sea viable tecnológicamente (cosa que Schmitt de la ESA duda), otro asunto es la viabilidad económica. “Los procesos de expansión y colonización en la Tierra se debieron al crecimiento de la población, la falta de recursos o a encontrar nuevas tierras. La inversión inicial fue relativamente baja. Hacerlo en el espacio sería una ruina. Los riesgos técnicos y económicos son extraordinarios. Si no nos quedara otra opción y algo como el helio-3 fuera nuestra única salida, entonces daría igual el precio”.
¿Pero no quedan opciones? Ambos científicos insisten en que sí y en que el discurso es incorrecto. “Es erróneo afirmar que no pasa nada si consumimos los recursos de la Tierra porque podemos buscarlos en el espacio. La Luna es única, no deberíamos excavarla sin más. Esto es algo que se está discutiendo en la NASA y en la ESA, porque otro tema relacionado es la basura espacial que dejaríamos atrás”, aglutina Schmitt de la ESA.
Robots vs. humanos
¿Explotación o exploración? La última vez que pisamos nuestro satélite fue en 1972. Ahora, el programa Artemis liderado por la NASA y socios internacionales como la ESA y otras agencias nacionales espaciales, como la de Japón y Canadá, tiene como objetivo llevar a la primera mujer y al próximo hombre a la Luna. ¿Es necesario que vuelva a haber presencia humana?
“Es una pregunta constante y difícil de contestar. Si solo mandamos robots a la Luna, nadie estará realmente interesado. Pisarla es parte del prestigio. También es verdad que la capacidad de reacción de un humano es muchísimo más grande y un sistema robótico diseñado hoy estará listo en diez años y ya se habrá quedado desfasado”, sopesa Schmitt. “Lo más factible sería una explotación automática, por riesgo, inversión y efectividad. Volver a llevar a un hombre a la Luna es imagen”, opina Barrado del CAB. De momento, la mayoría de iniciativas no incluyen astronautas, pero muchos países miran al espacio con hambre.
Un trozo de pastel lunar
Mientras no queda del todo claro cómo se podrán explotar la Luna y otros cuerpos celestes, en la carrera espacial 2.0 hay un monopoly geopolítico de iniciativas. Por un lado, los Acuerdos de Artemis, un marco liderado por la NASA para la cooperación en la exploración civil y el uso pacífico de la Luna, Marte y otros objetos astronómicos, sigue acaparando titulares por misiones atrasadas. Lo firman 21 países entre los que están Reino Unido, Francia e Italia, pero no España. (ojo, no son lo mismo que el programa Artemis).
El gigante asiático va por otro lado y confía en su agencia espacial, la CNSA. “China ya ha sido pionera en aterrizar en el lado oculto de la Luna de manera autónoma y ha avisado de que va a crear una estación. EE UU no quiere que le ganen terreno”, explica Schmitt. Japón, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos e India también tienen sus propios proyectos y Rusia, pese a haber sido un jugador central de la exploración espacial, está en una situación delicada: SpaceX, fundada por Elon Musk, le ha ganado algunas partidas.
Y es que lo que se diferencia respecto al siglo pasado es la aparición del sector privado en el fenómeno conocido como NewSpace. “Han entrado al partido aeroespacial nuevas empresas privadas que completan la cadena de valor. Ahora el espacio no es solo de los grandes gigantes y la tecnología no es exclusivamente para conocer el universo, sino que compañías de diferentes tipologías y nacionalidades están invirtiendo en nuevos desarrollos útiles en la Tierra que hagan este sector más accesible”, explica Elena Vélaz de Medrano, directora de Marketing y Ventas de la empresa madrileña FOSSA Systems.
Tecnología ‘made in Spain’
El objetivo de FOSSA Systems es democratizar el acceso al espacio con satélites de tamaño reducido para transmitir información desde sensores. “Queremos que cualquier empresa e industria pueda conocer el estado de sus activos de forma remota aunque se encuentren en mitad del desierto o del océano. Lo conseguimos mediante un servicio de conectividad vía satélite optimizado y de bajo consumo”, explica Vélaz de Medrano.
Otras empresas españolas del sector también se están moviendo a nivel local: en la Comunidad Valenciana han creado la asociación Espai Aero. “El espacio hasta ahora había sido para programas gubernamentales o de grandes compañías, pero la dinámica está cambiando. Ahora una empresa de 110 personas desde Elche puede desarrollar un lanzador espacial”, afirma Raúl Verdú, cofundador y Chief Business Development Officer de PLD Space, una de las compañías dentro de Espai Aero.
Si el ciclo de vida de una misión espacial es fabricar un satélite, lanzarlo y operarlo, en España hasta ahora éramos capaces del paso uno y tres, pero no del intermedio sin apoyo internacional. PLD Space quiere “cerrar el círculo” y ofrecer lanzamientos: “Estamos a unos meses de lanzar nuestro primer prototipo de lanzador, el MIURA 1; lo próximo será empezar a realizar transporte espacial con otro, MIURA 5”.
Estrategia española aeroespacial
Gracias a estas y otras iniciativas, el sector aeroespacial español se sitúa en la quinta posición en Europa, representa casi el 1,2% del PIB nacional y un 5,4% del PIB industrial, y en 2020 generó más de 150.000 puestos de trabajo, según datos del Gobierno. Además, “el sector espacial es una infraestructura muy estratégica, como los puertos y aeropuertos: es fundamental tener acceso independiente al espacio porque la información de los satélites es clave”, explica Verdú de PLD Space.
Sin embargo, “España es uno de los pocos países de la Unión Europea que no cuenta con una agencia espacial propia”, recordó la ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant, en un Consejo de Ministros.
En respuesta a esta necesidad, en febrero de este año el Gobierno anunció la creación de una Agencia Espacial Española, incluida dentro del Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) Aeroespacial. En julio, el Ministerio de Ciencia e Innovación constituía la Alianza por este PERTE, que prevé movilizar más de 4.500 millones de euros hasta 2025 para impulsar la ciencia y la innovación en el ámbito aeroespacial (unos 2.193 millones, públicos, y una inversión privada de cerca de 2.340 millones).
“Aunque el impacto de este tipo de inversiones es difícil de calcular, las estimaciones del Ministerio apuntan a que el PERTE Aeroespacial generará en diez años un incremento del PIB de 31.736 millones de euros y la creación de unos 14.070 puestos de trabajo de alta cualificación. También contribuirá a aumentar el gasto en I+D y fomentará el desarrollo tecnológico”, detalla a FOFBES el comisionado para el PERTE Aeroespacial, Miguel Belló.
Las cifras dictan que se trata de un sector estratégico y, además, no solo para la economía. “El ámbito aeroespacial actúa de manera transversal, aportando servicios en transporte, logística, seguridad, medioambiente, comunicaciones, defensa, prevención de catástrofes o seguimiento de emergencias”, enumera Belló. Subrayemos seguridad y defensa, porque “estamos en un proceso de militarización del espacio”, indica David Barrado del CAB. El 27 de junio en España se aprobó el cambio de nombre del Ejército del Aire a Ejército del Aire y del Espacio.
Si genera dinero, ¿hay inversión?
En FOSSA Systems actualmente están levantando una serie A “con la que desplegaremos nuestra constelación para dar conectividad IoT global”, cuenta Vélaz de Medrano, pero reconoce que «la inversión en este tipo de mercados es compleja». “Cuando empezamos en 2011 el ecosistema no estaba preparado, conseguir financiación era un reto increíble. Hoy en día hay más oportunidades, pero a la vez la competencia es mucho mayor y los fondos están limitados”, añade por su parte Raúl Verdú.
La futura Agencia Espacial Española incorporará “un componente de promoción del uso comercial del espacio, fomentando la inversión privada en el sector e identificando nuevos esquemas de colaboración público-privada para la provisión de servicios y aplicaciones”, apunta el Comisionado para el PERTE Aeroespacial, Belló.
El ecosistema aeroespacial bulle, astronautas (y robots) sueñan con pisar la Luna y todos vuelven a mirar al cielo. Sin embargo, una pregunta esencial determina todo.
¿El primero en llegar se lleva todo?
Si esto es una carrera, hay que preguntarse si el que llegue primero tiene derecho a llevarse todo el pastel o a repartirlo entre los demás participantes. Este es un terreno especialmente farragoso, ya que aún no hay mucho legislado sobre minería espacial.
“Según el Tratado sobre el Espacio Exterior [OST, por sus siglas en inglés] de 1967, cualquier estado puede ‘alcanzar’ un cuerpo celeste. El problema jurídico-político viene cuando se traen a colación términos como 61 ‘extracción’ o ‘explotación’. El OST habla de la libertad de exploración y utilización, sin especificar si esta última incluye o excluye la explotación comercial”, explica Frans von der Dunk, profesor de Derecho Espacial de la Universidad de Nebraska-Lincoln (esto no se refiere al espacio ultraterrestre, se pueden utilizar legalmente satélites y posiciones orbitales para comunicaciones).
Pero también hay un dilema con el aspecto –digamos– ‘geográfico’ del asunto. “El artículo II del OST prohíbe cualquier forma de ejercicio de la soberanía territorial sobre cualquier parte del espacio ultraterrestre, incluidos los cuerpos celestes. Algunos estados y expertos argumentan que el desarrollo de una operación minera se asemeja al ejercicio de dicha soberanía”, desarrolla Von der Dunk. Es decir, los recursos naturales del espacio exterior no pueden ser apropiados por un estado de manera individual (o lo que es lo mismo, el pastel tiene que repartirse).
Ha habido países que han emitido leyes para permitir la explotación comercial de los cuerpos celestes: Estados Unidos (2015), Luxemburgo (2017), Emiratos Árabes Unidos (2019) y Japón (2021). El experto detalla a FORBES que hubo detractores que lo consideraron una violación del derecho internacional, pero –sin embargo– otros tantos países (defendiendo sus intereses particulares a medio-largo plazo) lo han visto como un enfoque adecuado que va ganando terreno.
En cierto sentido, no dejan de ser leyes ‘nacionales’, es decir, estos estados pueden garantizar a sus empresas que se les reconocerán sus derechos y beneficios comerciales a la minería espacial solo en un contexto nacional.
“Evidentemente, EE UU no puede obligar legalmente a China a reconocer los derechos de las empresas estadounidenses sobre los recursos mineros. ¿Qué pasaría si compañías norteamericanas encontraran clientes en países que no reconocieran la validez legal de sus operaciones mineras, sino que trataran los recursos minados como ‘diamantes de sangre’?”, se pregunta Von der Dunk. El debate internacional está servido.