En Galician Country Homes están comprometidos con el renacimiento de la Galicia rural. En eso centran sus esfuerzos desde hace 17 años. Se dedican a vender mayorazgos, antiguas abadías, pazos, pajares, casonas centenarias, castillos y, si se tercia, pueblos enteros. Rincones privilegiados, en fin, de esa Galicia vacía que pide a gritos gente dispuesta a inyectarle una generosa dosis de vida nueva. La suya es una empresa familiar, fruto del esfuerzo conjunto de Rosa María Rosy Costoya, nacida en Francia pero hija de gallegos y criada en Galicia, y Mark Adkinson, un británico nacido en Manchester pero que hace ya muchos años que ha hecho suya la expresión «nosotros los gallegos».
Rosy Costoya contesta a las preguntas de FORBES desde Rábade, el pequeño pueblo lucense en que vive con su familia «en un gran caserón de piedra rústica construido hace más de 200 años». Allí tiene también su empresa y desde allí se asoma al mundo: «Gente de todas partes viene a mi puerta persiguiendo el sueño de una vida distinta, en contacto con la naturaleza». Ahora mismo acaba de vender uno de los lugares de una parroquia del municipio coruñés de Ortigueira, una magnífica agrupación de casonas abandonadas en un terreno de más de 100 hectáreas que incluye un arroyo y una cascada. Se la ha comprado un ciudadano británico, uno de tantos clientes «que sienten una conexión instantánea con estos rincones de la Galicia rural, como si ya los hubiesen conocido en una vida anterior». Hasta hace muy poco, el 80 por ciento de estos repobladores eran extranjeros. En los últimos años, según explica Costoya, cada vez son más los españoles que apuestan por este estilo de vida: «Llegan con sus ordenadores dis- puestos a seguir desarrollando sus profesiones liberales en un entorno idílico que permite vivir a otro ritmo, de una manera más relajada, plena y auténtica».
Crecer desde el arraigo
Ahora mismo, la que empezó siendo una empresa familiar entusiasta y humilde reúne ya a ocho empleados («un equipo multidisciplinar muy comprometido con nuestro proyecto, que consiste en devolverle a esta tierra una parte de lo mucho que nos ha dado, contribuyendo de paso a hacer realidad los sueños de nuestros clientes«) y han dividido su negocio en dos ramas. Galician Country Homes, la matriz, fundada en 2004, vende propiedades rurales a precios que oscilan «entre unos pocos miles de euros y alrededor de 400.000». Y Galician Country Gold comercializa grandes parcelas e inmuebles de lujo.
En total, la compañía maneja «unas 350 propiedades» y tiene un número similar en proceso de captación. Su curva de crecimiento está resultando muy prometedora en los últimos años. Tras la jubilación de Mark Adkinson, Rosy Costoya, veterinaria de profesión, ha dado un paso al frente y asumido en gran medida el timón de la empresa. «Para mí, resulta un trabajo muy gratificante», explica Costoya, «me proporciona satisfacciones tan intensas como estar participando activamente en el plan municipal de renacimiento de Mondoñedo, un lugar muy hermoso, crucial en la historia del antiguo Reino de Galicia, y que había pasado de 10.000 habitantes a menos de 2.000. Tenemos el honor de haber sido elegidos para representar alguno de sus inmuebles más relevantes«. La emprendedora gallega recuerda con emoción «alguna de las primeras grandes operaciones en que nos vimos implicados, como la venta de una antigua abadía o, sobre todo, la de un pueblo abandonado, propiedad de un viejo marino, el señor Antonio, que no quería morirse sin ver cómo nuevos residentes se establecían en sus tierras». De cara al futuro inmediato, el reto de la compañía es «seguir creciendo de forma orgánica», sin renunciar a su identidad y sus raíces. Para ello, han llegado a un acuerdo con una consultoría inmobiliaria internacional que les permitirá trabajar de manera más estrecha con fondos de inversión y grandes fortunas, ayudándoles a conseguir la mayor rentabilidad y seguridad en sus operaciones: «Nuestro lema es: Dinos lo que quieres y dónde lo quieres y te ayudaremos a encontrarlo. Y si no, ¡a crearlo!», añade Costoya.