Phelps, de 31 años, hace unos meses que finalizó su participación en lo que jura fue su última Olimpiada. Ha comenzado la segunda fase de su vida, comenta, y tiene dos objetivos principales: quiere crear una marca comercial que brille de forma rutilante en las próximas décadas, pero también quiere convertirse en un “campeón mundial” de las causas con más sentido para él, la natación y el bienestar de los niños.
En el lado estrictamente comercial Phelps se encuentra, por supuesto, bien asentado como imagen de marca. Under Armour, Omega, Intel, Activision y Beats by Dre figuran entre sus patrocinadores más conocidos (algunos de los menos conocidos son Master Spas, Krave y Sina Sports). En el momento más alto de su carrera esos patrocinios le proporcionaron unos siete millones de dólares al año. Muchas de las compañías han sido sus socios durante mucho tiempo y planean seguir así. “Esperamos que se quede con nosotros para siempre”, dice Kevin Plank, consejero delegado de Under Armour, que firmó con Phelps en 2010.
Pero a Phelps no le basta con ser imagen de la marca de otros. En 2013 abandonó a Speedo, su patrocinador durante mucho tiempo, y al año siguiente creó una línea de bañadores llamada MP. Encontró su socio en Aqua Sphere, una compañía de trajes de baño y accesorios de natación, que ahora vende bañadores y productos de la marca Phelps, los cuales oscilan entre los 40 y los 475 dólares. “Me gustaría tener algún día la marca mejor y más grande del mundo de la natación”, dice.
Su modelo de negocio es, por supuesto, Michael Jordan, cuya relación con Nike Inc. para comercializar la marca Jordan facturó el año pasado 2.800 millones de dólares, en zapatos y prendas de vestir.
Iniciativas filantrópicas
La natación, obviamente, no tiene el mismo tirón comercial que el baloncesto, pero Plank dice que las ambiciones de Phelps no deben ser minusvaloradas: “Michael tiene ese rasgo especial, la capacidad de mantener la calma y ganar cuando es preciso, algo que ha demostrado una y otra vez en los Juegos Olímpicos. Creo que puede ser el rey de todas las cosas que tengan que ver con el agua”.
Uno de los principales objetivos de Phelps, tras sus logros olímpicos, tiene que ver con su fundación, que puso en pie en 2008 con el millón de dólares que recibió de Speedo como prima por su récord de ocho medallas de oro en Pekín. Su mayor iniciativa es el programa IM (de individual medley, los 200 y 400 metros estilos, que combinan mariposa, espalda, braza y libre, una de sus especialidades en la piscina, y por la afirmación “I am”: “yo soy”). El programa tiene como propósito que los niños aprendan a nadar (el ahogamiento es la principal causa de muerte por accidente, entre los niños de uno a catorce años, en los Estados Unidos, y la tercera causa a escala mundial). Cuando era niño su madre le apuntó a un curso de natación y él afirma que esa es la razón por la que se convirtió en un nadador competitivo.
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El programa IM tiene 104 equipos en los 50 estados de los EE UU y otros 176 en otros 33 países, y han pasado por ahí 16.000 niños que ya han aprendido a nadar (para tres cuartas partes de los niños, el programa supuso la primera vez que entraban en una piscina). “Me gustaría que ese número llegue a 50.000 pronto y luego 100.000 –dice Phelps–. El objetivo es conseguir que todos los niños del mundo se sientan seguros en el agua”.
Para lograr ese sueño, Phelps necesita convertirse en un icono mundial duradero, algo que no ha sido fácil ni siquiera para los atletas olímpicos de más éxito. Jesse Owens, al final, era más un símbolo poderoso que una marca. La carrera boxística de Mohamed Ali abarcó dos décadas completas después de su oro olímpico en 1960. Y Caitlyn Jenner sigue siendo famosa cuatro décadas después de convertirse en el héroe del decatlón de Montreal, pero por razones que nadie podría haber previsto en 1976.
Sin embargo, Phelps no ha sido un olímpico cualquiera. Comenzó como un niño prodigio de quince años de edad en la Olimpiada de 2000 y dejó entrever la dimensión de lo que vendría después en los Juegos de Atenas de 2004. Luego llegó el triunfo en Pekín en 2008 y sus desganadas victorias en Londres en 2012, seguidas de sus problemas con la bebida, la depresión y la temporada que pasó en rehabilitación. Todo esto culminó con su redención final en Río de Janeiro en 2016. Al final, Phelps logró el récord olímpico por totalizar veintiocho medallas, todas de oro, salvo cinco.
Esos niveles de longevidad deportiva y excelencia en los Juegos Olímpicos son lo que le ha proporcionado a Phelps el tipo de perfil mundial del que carecen la mayoría de los atletas estadounidenses. Y con Peter Carlisle, su representante desde 2002, prácticamente el comienzo de su carrera, Phelps ha ido sentando las bases de su imagen mundial. Comenzó a visitar China y a hacer negocios allí cinco años antes de la Olimpiada de 2008 (los chinos lo llaman “el pez volador”). Phelps y Carlisle usaron esa misma estrategia para Río de Janeiro: hizo cuatro visitas a Brasil previas a los Juegos, y después de su celebración firmó un acuerdo con el gigante brasileño de medios de comunicación, Grupo Globo. Y pronto se embarcará en una gira por Vietnam, Etiopía, Sudáfrica y América Latina.
Phelps, por supuesto, ha pasado por esto antes, cuando se retiró por primera vez después de los Juegos de 2012. Sin embargo, “esta vez es diferente –dice–. En aquel momento sólo quería cavar el agujero negro más profundo que pudiera, y quedarme ahí, solo”. Ahora, en cambio, “la vida es muy diferente y mucho mejor. Tengo a Boomer [su hijo, que cumplirá un año el 5 de mayo] y a Nicole [su esposa]. Tengo otras cosas de las que preocuparme, más que de mí mismo”.
Phelps dice que viaja durante tres semanas al mes, y no se presenta a las reuniones para las fotos del apretón de manos y las sonrisas de rigor, sino que directamente se sumerge en el asunto. “Realmente estoy en la mesa durante las discusiones, intervengo y hago preguntas. Todo me sirve como autorefuerzo. Si me aíslo, como hice en el pasado, ya sé el camino por el que rodaré, y sé que no va a ser bonito”.
Queda una pregunta: ¿ha dejado ya, realmente, de competir? “Sí, sin duda”, dice, aunque admite que dijo lo mismo en 2012. Los Juegos Olímpicos de 2020 ni siquiera se contemplan, pero Carlisle deja caer un interrogante con respecto a los de 2024. “Creo que Michael está ahora seguro al 100% de que ya ha acabado –dice–. Pero, ¿qué pasaría si los Juegos de 2024 se adjudican a Los Ángeles? ¿Y si hubiera una vacante en un equipo de relevos?”. Carlisle deja ahí la idea, como lo haría cualquier buen representante.
Phelps se limita a sonreír cuando surge esta idea. “Estoy muy feliz ahora –dice–. Y estoy emocionado con todos los planes que tengo por delante”.