La deuda –pública y privada– ha alcanzado unas proporciones tan desmesuradas que su crecimiento parece no tener freno y lo peor es que el mundo parece acostumbrarse a convivir con ella (y a vivir de ella) como quien tira de tarjeta de crédito para llegar a fin de mes. Solo en los primeros nueve meses de 2016, la deuda global creció en 11 billones de dólares, lo que equivale aproximadamente al PIB de China, la segunda economía mundial. “Las políticas ultra expansivas llevadas a cabo por los bancos centrales con el objetivo principal de depreciar sus divisas han puesto un detonador a este gigantesco volumen de deuda. Francamente, creemos poco probable que se pueda repagar esta ingente cantidad de deuda. El caso más próximo que tenemos es el griego, con un nivel de deuda pública en relación al PIB del 182%, con tres rescates financieros y negociando actualmente el siguiente”, afirma a Forbes Luis Bononato, de Global Allocation, que gestiona 102 mln de euros en activos.
El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF en inglés), un lobby del sector financiero, ha alertado de la vulnerabilidad de la economía mundial, especialmente para gobiernos y empresas con importantes necesidades de refinanciación, ante un posible escenario de subidas de los tipos de interés y definido además por desafíos nada desdeñables como un crecimiento económico moderado, la todavía debilidad de los beneficios empresariales, el fortalecimiento del dólar, inequívoco ante el cambio de sesgo de la Fed, y el plausible aumento de la rentabilidad de la deuda soberana que finalizaría con un largo período de retornos negativos. Asimismo, la aplicación de políticas más proteccionistas y el proceso del brexit añadirían más incertidumbre, junto con el riesgo de un encarecimiento del coste de la financiación. Particularmente, el IIF alerta de las consecuencias que podría suponer una alteración del papel de la City londinense “dada su importancia en la emisión de deuda y de productos derivados (especialmente por empresas europeas y de países emergentes)”.
El volumen de la deuda global no ha dejado de crecer durante los siguientes siete años al estallido de la crisis financiera (2007). Es como si la economía mundial después de haberse precipitado hacia la Gran Recesión, precisamente por un exceso de endeudamiento por la abundancia de dinero barato, siguiera ‘enganchada’ a la deuda, en menores dosis, pero negándose una rehabilitación. Un informe de la consultora internacional McKinsey estima que la economía global aumentó en 57 billones de dólares su endeudamiento durante ese período, elevando la ratio sobre el PIB del planeta en 17 puntos, y destaca los potenciales riesgos que representan para la estabilidad financiera la incorregible adicción de los gobiernos de los países avanzados a acumular deuda y la rapidez con que los secunda China. “El nivel de riesgo siempre va en relación a la capacidad de pago y, muy especialmente, a la confianza de los inversores en esta capacidad. Ahora mismo, aún con los esfuerzos del gobierno chino por intentar reconducir la situación, observamos mayores riesgos por el sistema de shadowbanking. Actualmente los préstamos entre las empresas se estiman en más de 13 billones de yuanes (1,8 billones de euros). Cuando no se puede cuantificar realmente lo que hay detrás de los activos, ni tampoco su capacidad de repago, suceden crisis como la que vivimos en 2007”, añade Bononato.
McKinsey subraya tres áreas de riesgo emergente: “la subida de la deuda soberana, que en algunos países ha alcanzado tal nivel que será necesario hallar nuevas fórmulas para reducirla; el continuado incremento de la deuda de las familias –y de los precios de la vivienda– a nuevos máximos en el norte de Europa y en algunos países asiáticos; y el aumento de la deuda en China, que se ha multiplicado por cuatro veces, alimentada por el mercado inmobiliario y la banca en la sombra”.
Datos más recientes, elaborados por el IIF cifran la deuda acumulada de las principales economías avanzadas en los tres primeros trimestres de 2016 en 165 billones de dólares (las tres cuartas parte de la deuda global), distribuida en deuda privada, soberana y de empresas (financieras y no financieras), lo que equivale a casi cuatro veces su PIB agregado. Sus gobiernos en el último decenio han sido especialmente activos en el recurso al endeudamiento acumulando unos 50 billones de dólares. Países como Reino Unido y Japón han registrado los mayores incrementos, mientras que España y Portugal han reducido sus ratios con respecto al PIB, sobre todo sus respectivos sectores financieros.
Un problema adicional que presentan las economías desarrolladas es que la solvencia de su sector empresarial ha continuado deteriorándose en el tercer trimestre, especialmente en el sector no financiero de Estados Unidos. Concretamente, el apalancamiento de las empresas no financieras que cotizan en el MSCI (índice de 1.644 firmas cotizadas de 23 países), medido por la relación deuda/ebitda, alcanzó un máximo nunca visto de alrededor de 1,6 veces.
Una deuda de 70 billones en EE UU
Aunque se trata de la primera economía mundial y cuenta con la ventaja de que su moneda es la divisa referente, presenta uno de los endeudamientos más altos del mundo superando en 3,4 veces su PIB; aproximadamente 70 billones de dólares, con un incremento de 2,5 billones en los primeros nueve meses de 2016. Como los demás gobiernos, las autoridades estadounidenses siguen siendo pródigas, con una deuda federal mayor que la riqueza producida por todo el país (102%), todo un récord a pesar de las reducciones del déficit público de los últimos años. El conjunto de las administraciones (federal, estatal y local) ha incrementado sus pasivos en 8,6 billones de dólares, hasta alcanzar los 19 billones, es decir, un incremento del 80% desde 2008. Sin embargo, habría que precisar que la mayor parte de la deuda procede de los estados y de las administraciones locales porque lo que es en la administración federal se ha reducido y representa algo más del 16% del PIB. Según Bononato, la subida de los tipos de interés por la Fed representa un giro en la política de endeudamiento de la economía estadounidense. “Aunque el programa de Donald Trump prevea un incremento del gasto, la subida progresiva de los tipos de interés en EEUU es un claro punto de inflexión en el endeudamiento americano y marca la senda a otros bancos centrales”.
Pero el principal motor de la economía estadounidense –el consumo– encierra una práctica que está agravando su salud financiera: la de pedir prestado para consumir. Así, mientras las familias apenas han aumentado su endeudamiento el último año, el crédito al consumo no ha hecho más que aumentar hasta situarse en un nuevo máximo de casi cuatro billones de dólares. Un desglose de éste revela que los créditos para financiar los estudios de los hijos son los que más han crecido (1,4 billones de deuda en circulación), representando un problema en aumento para la salud financiera de muchas familias; y los destinados a la compra de automóviles, con 1,1 billones. Por el contrario, las hipotecas redujeron su peso en relación al PIB algo más del 52%.
El sector financiero estadounidense, tras un ajuste muy intenso a raíz de la crisis, no ha dejado de aumentar su recurso al endeudamiento desde 2010 y acumula una cifra récord de 15,6 billones de dólares. Por su parte, las empresas no financieras aumentaron su deuda en un billón hasta los 22 billones a septiembre de 2016, y las emisiones de valores ascendieron a casi seis billones de dólares.
El mediático gestor estadounidense de fondos Bill Gross, que en su día llegó a dirigir la mayor firma mundial de activos de renta fija, reflexionaba recientemente en su blog sobre el endeudamiento mundial y llegaba a la conclusión de que lo que más le preocupa en estos momentos no es tanto la rentabilidad de su dinero como que retorne a su bolsillo. “Estados Unidos, y desde luego la economía mundial, camina por una delgada línea debido al creciente endeudamiento, y tipos potencialmente demasiado altos (o demasiado bajos) pueden hacer estragos en un sistema financiero bajo presión. Hay que preocuparse más por la recuperación del capital invertido que por su rendimiento en 2017 y más allá”.
Sube la deuda pública en la eurozona
La deuda total de la eurozona alcanza unos niveles récords del 405% del PIB, o lo que es lo mismo: ciudadanos, gobiernos y empresas deben el equivalente a cuatro veces lo que se produce en el área. No obstante, este desmesurado volumen de endeudamiento se mantiene relativamente estable desde 2005 gracias a que el incremento de la deuda en el sector público se ha visto compensado por un desapalancamiento en el sector privado. La deuda gubernamental de los 19 países con moneda común creció desde el equivalente al 107% del PIB agregado en 2015 al 110% en los nueve primeros meses de 2016. Según el IIF, los países que más se endeudaron fueron Bélgica, Francia y Austria, pero señala que “relativamente pocos desapalancaron su sector público”. En realidad, el endeudamiento de la eurozona presenta un claro desequilibrio entre lo privado y lo público; mientras el primero no ha cesado de reducirse, el segundo no ha hecho más que aumentar como consecuencia de las políticas de estímulo fiscal y de gasto en respuesta a la crisis económica.
Por ejemplo, las familias han realizado un importante esfuerzo de saneamiento financiero al reducir sus deudas en más de un 59%, hasta situarlas en los niveles de 2008, sobre todo en España, Portugal, Grecia y Países Bajos. Lo mismo ha sucedido en el sector empresarial, tanto financiero como no financiero, que han avanzado de forma considerable en la corrección de los excesos previos a la crisis. Así, las empresas no financieras han ido reduciendo desde 2015 su dependencia de la deuda bancaria, que ahora se sitúa en torno al 93% del PIB, si bien la apelación al mercado con la emisión de bonos creció hasta representar el 12,5% del PIB. Por su parte, las empresas financieras recortaron su deuda en más de tres puntos porcentuales del PIB hasta los 46 billones de dólares (130% del PIB), como en Grecia, Países Bajos, España y Portugal.
Japón y Reino Unido, los paraísos
Japón y Reino Unido son dos casos un tanto especiales en cuanto a la naturaleza de sus respectivas gigantescas deudas. Por ejemplo, el país asiático es líder mundial en endeudamiento público, con una ratio de casi 2,5 veces su PIB. El FMI ha cuestionado su sostenibilidad y pronostica que podría llegar a triplicarse en 2030 si no hay un cambio de política. Japón lleva varias décadas en deflación y los diferentes gobiernos han apelado a la emisión masiva de deuda para estimular la economía sin demasiado éxito, por cierto. “¿Quién pagará la deuda de una población envejecida como Japón que no alcanza la tasa de reposición demográfica y que cada ciudadano debe 85.700 dólares (81.000 euros)?”, se pregunta Bononato
Reino Unido, por su parte, es uno de los campeones en volumen total de deuda; el país debe casi cinco veces su PIB (465%), y ello a pesar del enorme esfuerzo en reducirla entre 2011 y 2015, para luego volver a remontar en 2016. Pero a diferencia de Japón, las tres cuartas partes de la deuda total británica recaen sobre el sector privado, uno de los más apalancados del mundo, mientras que el resto corresponden al sector público (115% del PIB a septiembre de 2016).
El sector financiero británico ha vivido unas décadas muy vivaces en su apelación a la deuda hasta acumular un volumen casi equivalente al 190% del PIB nacional, y que contrasta con la de la primera industria financiera mundial, la estadounidense, cuya relación deuda/PIB es del 85%.
El FMI ha advertido –sin salirse de la ortodoxia– que, aunque no existe consenso sobre cuánta deuda es demasiada, el nivel actual –tanto de la pública como de la privada– no ha dejado de crecer, incluso durante los peores años de la crisis, hasta alcanzar un récord sin precedentes, por lo que ha instado a aplicar políticas fiscales que estimulen el crecimiento y “reduzcan significativamente la profundidad y duración de una recesión financiera asociada al sobreendeudamiento del sector privado”.
Tanto el FMI como la OCDE comparten el criterio de acudir a políticas fiscales, como propiciadoras de crecimiento, para reducir el endeudamiento, pero sin que comprometan “la sostenibilidad de la deuda”. La OCDE llega a rizar aún más el rizo al abogar por que las políticas fiscales se combinen con reformas estructurales “aún cuando se financien temporalmente a través de la emisión de deuda nueva”.