Precisamente porque, en primer término, el poder se basa en la percepción. Y esa percepción se basa en una posición relativa que ocupamos los unos respecto a los otros. Por ejemplo, si nunca apareces en la prensa o en la televisión, puedes parecer poderoso a ojos de personas que nunca lo han hecho. Sin embargo, tratar de influir o de tener un gran peso frente a un directivo del medio de comunicación no tendría demasiado sentido. Las celebridades que han tenido que escalar lentamente hasta obtener una buena cuota de fama saben lo que es eso.
Cuando tratamos de definir el poder, es una buena táctica enumerar todos aquellos rasgos que creemos comunes a las personas poderosas (o al menos, que deberían tener): la honestidad, la integridad, una gran influencia sobre los demás, cierta coherencia. Pero esta lista sigue quedándose corta para hacer una buena descripción.
La cuestión es que el concepto de poder no siempre tiene que ver con la capacidad de pulsar un botón y hacer saltar el mundo por los aires. Desde luego, hay muchos personajes en la historia que han tenido la posibilidad, y a veces han sido los artífices, de provocar grandes catástrofes. De acuerdo, muchos de ellos saben mucho acerca de la destrucción. Sin embargo, no es tan sencillo cuando se trata de crear algo potente y en positivo.
Muchas veces, la persona más poderosa de una habitación es simplemente la que entra discretamente en una sala llena de gente y consigue, solo con su presencia, que se haga el silencio para que todos escuchen lo que tiene que decir. Siendo así, la única manera de ser la persona más poderosa es ésta: liberarse de la necesidad de ser la persona con más poder de la habitación. Aunque suene paradójico, la ausencia de intencionalidad y de la necesidad de afirmación te concede la verdadera libertad, la libertad mental. Cuando eres libre, nadie puede ejercer un control sobre ti. Y finalmente, cuando eso es así, te conviertes en la persona de más peso de la habitación, y hasta de todo el edificio.