Dar al equipo que gestionas la capacidad de colaborar libremente y la responsabilidad de actuar es la diferencia entre formar un grupo de trabajadores diligentes y la evolución de esos imples ejecutores en pensadores con capacidad crítica y aptitudes para abordar problemas de más peso a cada vez. Es habitual que los gerentes novatos se vean tentados de manejar los hilos en las cuestiones importantes. Después de todo, un error en la cadena de trabajo es, en última instancia, una responsabilidad del jefe del departamento o del proyecto.
Sin embargo, si un gerente acaba cayendo en la trampa de cargar sobre sí aquello que está seguro de saber desempeñar y deja las tareas fáciles y cotidianas en manos del equipo – llevándose, eso sí, los elogios y los méritos del buen hacer de todo el conjunto -, prácticamente podría decir que está cometiendo un robo. Si lo haces, estarías robando a los miembros del equipo la oportunidad de hacer frente a las tareas que los asustan, la emoción de lograr algo de lo que no se creían capaces. Y por último, imposibilitando su capacidad de crecer como persona y como profesional.
Más allá de lo que le supone a los miembros del equipo que estás gestionando, una organización de este tipo podría también alargar sus malos resultados hasta ti: tu equipo puede experimentar a largo plazo una alta rotación, baja moral y confianza deficiente. De ese modo, un equipo que asume riesgos y rechaza desafíos acaba estancándose y arrojando resultados que nunca van al alza. Y detrás de esas cifras insuficientes estará tu propia responsabilidad, ante cargos superiores y ante ti mismo.
La gestión ideal se deriva del apoyo constante y la inspiración. Winston Churcill afirmaba que el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Tu verdadero trabajo consiste en aportar la posibilidad de experimentación y una buena dosis de motivación, y dirigir a tu gente a través de las dificultades y el aprendizaje.
Si sabes construir dentro del equipo la capacidad y el permiso de fracasar, pasar página y volver a intentarlo con el mismo entusiasmo de antes, construirás un equipo que pueda abordar la situación del mercado en constante cambio, además de desarrollar personas que aprenden a provechar la energía del error para ir siempre un paso más allá de lo que conocían.
Con un equipo así, que además tenga la suficiente motivación gracias a la confianza depositada en ellos, cualquier objetivo al que debas hacer frente, por ambicioso que sea, podrás superarlo con crecer. Como dice Sheryl Sandberg, el liderazgo es hacer que los demás sean mejores cuando estás presente y que los resultados perduren en tu ausencia.
La inspiración a tus empleados no llega de criticar sus errores y asumir el control cuando las cosas se ponen difíciles, sino de ayudar a los demás a tener una visión de sí mismos superando un reto con éxito. Si tasladas a un profesional la idea de que pueden lograr aquello que dudan conseguir, están plantando la semilla para una evolución sobresaliente.
Es fundamental que confíes en las capacidades de tu equipo. Una vez que lo creas, necesitas comunicar esa confianza: ese puede ser el primer paso para ser percibido como un verdadero líder. Si animas a los empleados a asumir riesgos, inspiras a la gente hacia versiones mejores de sí mismos, y consigues que vayan más allá de sus expectativas para lograr el éxito.