Félix Plaza es socio del departamento de Derecho Tributario de Garrigues pero, a veces, le dejan hacer cosas más divertidas. Pasan por sus manos buena parte de los contratos de los deportistas de élite españoles y de los extranjeros que ejercen en España. Sabe lo que firman mejor que sus representantes.
Según Plaza, los acuerdos son, fundamentalmente, “o bien contratos de cesión de derechos de imagen, para que participen en anuncios o graben cuñas de radio, o bien una mezcla entre eso y unos contratos de prestación de servicios si lo que se quiere es vincular al deportista con la marca a más largo plazo”. Los segundos son el motivo por el que, por ejemplo, Rafa Nadal tiene que reunirse con clientes VIP de algunos de sus patrocinadores o jugar al golf con ellos.
El abogado de Garrigues ha visto el secreto mejor guardado de este sector –cuánto dinero cobran los patrocinados– y, como era previsible en un abogado astuto, está dispuesto a seguir guardándolo, se ríe y le quita importancia. En general, advierte, son cifras considerables pero no impresionan si las comparamos con los ingresos que les genera su actividad. De todos modos, señala, “las perciben muy pocos deportistas en España”.
Esas cifras del orden de los millones de euros conllevan, por supuesto, una responsabilidad. Félix Plaza recuerda que, aunque en nuestro país las marcas no suelen pedir indemnizaciones cuando los deportistas incurren en conductas inaceptables como el dopaje (simplemente, rescinden el contrato), no sucede lo mismo en Estados Unidos. Lance Armstrong y sus compañeros de equipo, cuando se descubrió el uso de sustancias prohibidas, tuvieron que enfrentarse a las reclamaciones de 100 millones de dólares en daños de su principal sponsor, el US Postal Service.
Por otra parte, la tributación de los derechos de imagen, afirma el abogado de Garrigues, “se ha vuelto complicada en España”. Hasta ahora se hacía mediante sociedades para aprovechar una fiscalidad más ventajosa pero legal. Ahora las cosas han cambiado: “Hacienda está imponiendo multas por prácticas que antes aceptaba”.
Reconoce que las empresas son muy celosas con sus competidoras y que los contratos que firman con sus deportistas favoritos son testigos de ello. Según él, “un deportista entiende perfectamente en qué photocall no puede ponerse o con qué ropa o reloj no puede aparecer en un acto público”. Recibiría inmediatamente la llamada del angustiado director de patrocinios de la marca: no es por dinero, le dirá, es que no se les hacen estas cosas a los amigos.