Por ejemplo, si tienes terror a hablar en reuniones, podrías aprender algunas frases auxiliares para obtener la atención o arrancar de nuevo cuando tienes la impresión de estar entrando en bucle. Frases como “¿Hemos pensado en esto?” o “Quizás deberíamos plantearlo de otra forma”. Si tu caso es que tienes tendencia a disculparte en exceso (incluso cuando no hace falta que lo hagas), podrías sustituir la frase clásica de “lo siento” por otra, para empezar a ser más consciente y tratar de erradicar esa actitud de tu libro de costumbres diarias.
También puedes plantearte ajustar tu lenguaje no verbal. Volviendo al primer ejemplo: si de pronto te armas de valor y tomas la palabra en una reunión, es posible que tus nervios te jueguen la mala pasada de mostrarte inquieto, balanceándote o gesticulando demasiado con las manos. Si tu caso es el de algo parecido al miedo escénico, debes ser mucho más consciente de tu actitud: inclinarte hacia adelante y apoyar las palmas sobre la mesa es una postura efectiva para transmitir seguridad. Si lo estás frente a ninguna superficie en la que apoyarte, apóyate en los gestos de las manos para acompañar el ritmo de las frases que enuncias. Procura ser consciente del lenguaje corporal con el que acompañas a tus palabras, y utilízalos dependiendo de con quién estás hablando o de lo que quieras conseguir.
Para terminar, el tiempo es otra variable que puede darte mucha más confianza de lo que esperabas. Si tuvieras que dar malas noticias y sabes que vas a pasar por un momento de mucha tensión, elige un momento en el que te sientas más capaz (como después de hacer ejercicio o entre dos actividades que disfrutas. O si eres demasiado introvertido y no te sientes cómodo estrechando lazos con otras personas, procura llegar antes que la mayoría para hablar en un ambiente menos estresante y procurarte una buena cuota de confianza.
Todas estas cosas tienen en común ser muy consciente de cómo afrontamos las situaciones, de qué gestos están acompañando a la tensión e intentar moderarlos con simples ejercicios. Al fin y al cabo, todo sentimiento está apoyado en un pensamiento, y viceversa; y en medio de ambas, tu comportamiento puede ser el verdadero factor de cambio de aquellas actitudes que solamente te están perjudicando.