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Ibáñez: “Lo peor que le puede pasar a un autor es que pregunte ‘cuánto me van a pagar”

¿Dónde estaba Francisco Ibáñez en 1969, cuando el hombre pisó la Luna?

Yo no sé, pero ellos sí –dice señalando a Mortadelo y a Filemón–. Me dieron motivos para hacer un álbum sobre aquello. ¿Cómo se llamaba…? ¡Ah, sí! Se titulaba ¡En la Luna! ¿La pisó o no la pisó? ¿Me estaré portando mal? ¿Estaré engañando al público con algo que pasó o no pasó? (Risas) Pero no, el público sabe lo que hay.

¿Un historietista es de donde imagina?

El historietista no es de ninguna parte y es de todas a la vez, claro. Pero por encima de donde pueda ser o de donde pueda dejar de ser, un historietista es de ahí, de donde está ocurriendo algo y de donde puede sacar un tema. Además, el historietista no cuenta; cuentan sus personajes.

Algo contaría Rompetechos de usted…

Primero, por el parecido que nos saca la gente con el pelo y las gafas. Si te das cuenta, mis personajes siempre han ido emparejados: Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Chica, Tato y Clodoveo… Todos estaban juntos menos Rompetechos, que iba solo ¡Y además era chiquitajo! Todo se basaba en lo que veía a través de su ceguera. Se prestaba mucho para el caos. Era mi personaje favorito, el más querido por mí.

¡Y llegaba a gobernar Tirania!

¿Sabes eso que dicen los políticos de tener visión de futuro? Pues Rompetechos no tenía ningún tipo de visión… en absoluto. Pero se prestaba para ser gobernador de cualquier parte por eso mismo, porque no veía una.

Llamar a una pensión El Calvario o Pepe a un cine, ¿son detalles que hacen más cercanas las historias?

Bueno, las palabrejas que utilizo son las más populares del mundo. Si a un establecimiento muy serio le pones un nombre de esos del pueblo del Patatar del Tío Tal, pues tiene su gracia. Es buscar el contraste entre las cosas muy serias y las cosas que no los son tanto. Pero ni se critica una cosa ni se critica la otra, sino que se busca ese momento de la risa. La principal consecución de las historietas mías no es que la gente se retuerza por el suelo sino que la gente se ría de ombligo para dentro. ¡Coño, que lo esté pasando bien! No importa si una historia trasciende o no y esas cosas, sino que la persona que la ha leído se lo haya pasado bien en ese momento y hasta el siguiente número. Así de fácil.

También cuenta el dibujo, no solo el guion, ¿no?

Es que lo primero es el guion, aunque lo primero que se vea en un tebeo sea el dibujo. Tú puedes dibujar una historieta que sea lo más hermoso del mundo y que acabe en la National Gallery o en el Prado, pero si el guion es horroroso y no hay quien se lo trague, eso está condenado al fracaso completamente. Yo no me considero un gran dibujante, aunque mis personajes son amables de cara al público, pero lo que tiene verdadera importancia es el guion. Hay que pensar en un tema, desarrollarlo, sacarle sus sketches, sus gags y tal… y unirlo todo para que tenga su gracia. Entonces, en ese momento, empieza el dibujo.


Xavi Torres-Bacchetta

¿No pensó en que se le podía agotar el ingenio?

El día que me siente en la mesa ante el papel en blanco y pase ese día y el siguiente… sin que se me ocurra nada, cogería todos mis papelitos en blanco, el material que tuviera para sacar, todo lo que he hecho, pondría una cosa encima de la otra, una cerilla debajo y se acabó. Pero ese día, afortunadamente, no ha llegado. A veces hasta se atropellan las ideas, como cuando me meto en la cama. No hay cosa que me joda más que tener una idea determinada y decir: “Mañana la desarrollo”. Y llega el día siguiente y se me ha olvidado. Puedo estar más tiempo tratando de recordar la idea que no pensando en una nueva. Por eso, si me pasa en la cama, me levanto y lo anoto.

¿En qué momento se empieza a cambiar el “cuándo” por el “cuánto”?

¡Eso es lo terrible! Cuando me ha ocurrido con algún editor y tal, siempre digo que lo peor que le puede pasar a un presunto autor de historietas cuando llega a una editorial con sus primeros trabajos es que, en vez de preguntar “cuándo me lo van a publicar”, acabe preguntando “cuánto me van a pagar”. El “cuándo” y el “cuánto” destruye. Para mí, no se llega a ninguna parte con ello.

¿Es cierto que leyó sus primeros tebeos porque el quiosquero de su barrio los subía a casa para que no le robaran por la noche?

Es absolutamente cierto. Quizá fue de las cosas que me catapultó al mundo de la historieta. Me permitió ver un abanico de posibilidades. En aquel tiempo, en las casas, se podía comprar alguna revistita (el que podía). ¡Yo las tenía prácticamente todas! (Risas) El quiosquero subía todas las noches los cajones aquellos y me ponía a leer. Acabé con el cuello torcido porque las revistas, por entonces, venían sin guillotinar. Para poder leer las historietas y no romperlas, porque eran para vender al día siguiente, metía la cabeza en las páginas con cuidado. Fue una época feliz.

¿Pero ya pensaba en dedicarse a ello para toda la vida?

Sí, sí; lo pensaba desde un principio. Con trece o catorce años se tenía que trabajar. Era una época de miseria y de escasez. A esa edad fue cuando entré a trabajar de botones en un banco, aunque nunca pensé en convertirme en el director. Salía corriendo del banco a casa para coger mis papeles en blanco y hacer mis paginitas para llevárselas a una editorial. Cuando ya vi que aquello iba bien, que tenía continuidad, mandé el banco a paseo.

Y con la premonición publica un álbum titulado ‘Sueldecitos más bien bajitos’…

Bueno, hice lo de Sueldecitos más bien bajitos como pude hacer en su tiempo Gasolina… ¡la ruina! Cualquiera de las situaciones que se imponen desde las superioridades las utilizo como tema para hacer un álbum de Mortadelo y Filemón. Ellos tuvieron que pluriemplearse como hemos hecho todos al principio.

¿Qué le parece que le llamen maestro?

Maestro de nada, ¡por Dios! Si hay una cosa importante en esto que hacemos es, precisamente, la sencillez. No buscamos estar catalogados en los grandes museos, buscamos que el lector pase un rato divertido, que bastantes ‘magras’ habrá pasado ya en su momento.