La inversión de impacto es un fenómeno que ha crecido de forma pronunciada desde su génesis en 2007. Uniendo las lógicas social y financiera, la inversión de impacto se caracteriza por la intencionalidad de los inversores de generar un impacto social que se pueda medir y sus expectativas de conseguir un retorno del capital invertido.
Por su naturaleza, la inversión de impacto está estrechamente relacionada con el emprendimiento social, que es un proceso de creación de valor con el objetivo de generar un impacto de carácter social, generando un cambio sistémico. Según Ashoka, la mayor red de emprendedores sociales del mundo, el emprendimiento social no es equivalente a generar un retorno también económico, sino que prima siempre el impacto social, sea cual sea el modelo para llegar a ello (sin ánimo de lucro, asociación, modelos híbridos, etc.). Sin embargo, a la hora de hablar de inversión social, los inversores suelen buscar aquellos modelos con rentabilidad, aunque sea secundaria.
Pero la relación entre inversores de impacto y emprendedores sociales parece que se ha deteriorado en los últimos años y los emprendedores sociales empiezan a notar las carencias de la inversión de impacto. ¿Cuáles son los problemas?
Misión económica vs. Misión social. La tensión entre maximizar beneficios y generar el mayor impacto social posible siempre ha estado presente. Sin embargo, en los últimos años, parece existir una tendencia a priorizar el retorno económico por delante del impacto social, debido al “boom” de la inversión de impacto que ha despertado mucho el interés de algunos inversores que no están familiarizados con el emprendimiento social y, por ello, priorizan el retorno económico. Esto se ve reflejado en la naturaleza de las inversiones y el papel de los inversores: parece que la filantropía, totalmente enfocada a la misión social, ha perdido peso frente a la inversión de impacto, donde se tiene en cuenta el retorno financiero.
El valle de la muerte. Las empresas sociales suelen requerir financiación de diferentes fuentes a lo largo de su ciclo de vida: des de la proveniente de filantropía de riesgo durante la fase de startup (suele ser una inversión menor a 50.000 €), hasta la proveniente de inversión de impacto o bancos durante la fase de escalado (inversiones de más de 1 M€). Sin embargo, entre estas dos fases, cuando el emprendedor social está en una fase de crecimiento temprana, existe una brecha de financiación que provoca el fracaso prematuro de muchas de estas empresas, conocida informalmente como “el valle de la muerte”.
Compitiendo por los mismos recursos. La financiación proporcionada por organismos públicos puede ser muy importante para el éxito de las empresas sociales. Hay subvenciones a nivel europeo, por ejemplo, donde los emprendedores sociales compiten con emprendedores de carácter comercial para obtener financiación. Este sistema puede perjudicar al emprendedor social, cuyos proyectos pueden tener una estructura y características de éxito muy diferentes a la de los proyectos con una clara misión comercial, dificultando que se valoren adecuadamente.
Dos idiomas diferentes. Hay un reto de comunicación entre inversores y emprendedores. Por un lado, los inversores a menudo piensan en términos de modelo de negocio, márgenes brutos y netos, rentabilidad, etc. Por otro lado, los emprendedores sociales suelen ser expertos en lo suyo (medicina, agricultura, ingeniería, etc.) y no transmiten su trabajo con el mismo lenguaje.
Ante estos problemas, ¿cómo podemos mejorar la situación del emprendimiento social? ¿Qué pueden hacer inversores y emprendedores para maximizar sus posibilidades de éxito?
Diversificar las fuentes de financiación. La inversión de impacto debe acompañarse de otras formas de financiación menos enfocadas a obtener un rendimiento económico y que faciliten la supervivencia de la empresa durante las primeras fases de su ciclo de vida, como la filantropía. También se pueden explorar instrumentos de financiación que proporcionen flexibilidad al emprendedor, como los préstamos sociales, donde el emprendedor retorna beneficios económicos cuando hay dinero disponible, o los bonos de impacto social, en los que el inversor recibe un retorno económico por parte del sector público solo si la empresa crea el impacto social deseado.
Aprender midiendo el impacto. Es de vital importancia para emprendedores e inversores medir correctamente el impacto social que se está generando. Ambos tienen que colaborar para diseñar los indicadores más adecuados para captar el resultado de las acciones de la empresa sobre el grupo social al que se desea ayudar. Por un lado, estos indicadores constituyen una métrica más del éxito de la iniciativa y, por otro, son una herramienta indispensable para poder mejorar los resultados futuros.
Conectar y colaborar. Inversores y emprendedores están destinados a entenderse si quieren tener éxito en sus proyectos, y poder así generar un impacto social positivo. Además, tienen que buscar sinergias con el sector público y la sociedad civil, buscando colaborar con los distintos actores para entender la problemática real y disponer de las herramientas adecuadas para solucionarlas. Y si los emprendedores trabajan juntos, pueden desarrollar soluciones transversales que den respuesta a problemáticas sociales complejas, que resultan complicadas de tratar de forma separada.
La inversión de impacto y el emprendimiento social son dos caras de una misma moneda: el resultado de aplicar una lógica de mercado a los problemas sociales. Podemos seguir buscando formas de optimizar las relaciones entre los actores y los mecanismos de financiación para generar un mayor impacto, pero resulta inevitable preguntarse qué pasaría si algún día apuntáramos a superar las limitaciones impuestas por el mercado e intentáramos solucionar las desigualdades desde su misma conceptualización.
Ferran Torres Nadal PhD Candidate en Esade Colaborador de Ashoka