Economía

La guerra cotiza al alza: BlackRock apuesta por el rearme europeo

Lo que para la ciudadanía supone una mayor militarización y una desviación de fondos públicos, para BlackRock y otras firmas del sector financiero representa una nueva frontera de rentabilidad.

La mayor gestora de fondos del planeta ha vuelto a demostrar que, para Wall Street, no hay negocio más rentable que una buena crisis. BlackRock, el titán de la inversión con más de 10 billones de dólares bajo gestión, ha decidido subirse al carro del rearme europeo lanzando su nuevo fondo cotizado (ETF), el iShares Europe Defence UCITS. Un producto financiero diseñado para canalizar capital privado hacia las principales empresas de defensa del continente, en un momento en que las tensiones geopolíticas están disparando sus beneficios.

Las cifras no dejan lugar a dudas: el índice Stoxx Europe Total Market Aerospace & Defense que agrupa a las grandes compañías del sector en Europa ha subido cerca de un 50% en lo que va de año. Empresas como Rheinmetall, Leonardo o Renk están viviendo su particular agosto bursátil gracias al aumento del gasto público en armamento por parte de los gobiernos europeos. Y BlackRock, que siempre ha sabido olfatear dónde está el dinero, no ha querido quedarse al margen.

Con una narrativa cuidadosamente elaborada, la gestora asegura que su nuevo fondo responde al «interés creciente de los inversores por alinear sus carteras con las prioridades estratégicas nacionales». Pero detrás de ese discurso institucional se esconde una verdad incómoda: BlackRock está monetizando el miedo, aprovechando el clima de inestabilidad global para generar rendimientos a costa de un sector que, por su naturaleza, debería estar bajo un escrutinio ético más severo.

El mercado de la guerra

Hasta hace poco, las empresas de defensa eran consideradas activos marginales en la mayoría de las carteras institucionales. Según datos de la propia gestora, apenas el 2% de los fondos europeos tenía exposición explícita al sector, con una presencia media del 1,6% del total de activos. Hoy esa percepción está cambiando radicalmente. No porque haya nuevas razones morales o estratégicas, sino porque las acciones están subiendo y las ganancias son tentadoras.

La guerra en Ucrania, la creciente tensión con Rusia, el rearme de países como Alemania, Polonia o Francia, y el giro belicista en la agenda política europea han creado el caldo de cultivo perfecto. Lo que para la ciudadanía supone una mayor militarización y una desviación de fondos públicos, para BlackRock y otras firmas del sector financiero representa una nueva frontera de rentabilidad.

Y es que BlackRock no está sola. Gestoras como WisdomTree o BNP Paribas AM también han lanzado recientemente productos similares. Pero cuando una firma con el peso específico de BlackRock apuesta por un sector, no estamos ante una moda pasajera, sino ante una reestructuración estructural del mapa financiero global. La normalización de la inversión en defensa hasta hace poco un tabú en muchos entornos ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) es ahora una tendencia institucionalizada.

¿Inversión estratégica o cinismo financiero?

El nuevo fondo lanzado por BlackRock se presenta como una forma de «apoyar la resiliencia europea» en materia de defensa. Pero, ¿resiliencia para quién? ¿Para los ciudadanos que ven cómo el gasto en sanidad, educación o vivienda sigue estancado mientras se disparan los presupuestos militares? ¿O para los accionistas que buscan nuevas fuentes de crecimiento en sectores tradicionalmente subexplotados?

La verdadera resiliencia que busca BlackRock es la de su rentabilidad. Mientras se reconfigura el orden internacional y Europa se rearma, la firma norteamericana consolida su papel como engranaje central del capitalismo financiero global. Convertir la guerra en una oportunidad de inversión ya no es solo posible: es rentable.

En lugar de promover modelos de desarrollo sostenibles o fortalecer la inversión en innovación civil, la gestora opta por productos financieros ligados directamente a la industria armamentística. Todo ello sin un debate serio sobre las implicaciones éticas de financiar, a gran escala, empresas cuyo negocio consiste en fabricar sistemas de destrucción.

Un precedente peligroso

La entrada masiva de capital financiero en el sector defensa podría tener efectos mucho más profundos de lo que parece. No se trata solo de un nuevo ETF o de unas cuantas acciones al alza. Estamos ante una mutación cultural: la idea de que armarse es no solo necesario, sino rentable. De que invertir en guerra es un acto racional y pragmático, despojado de cualquier carga moral.

El problema es que cuando BlackRock se mueve, el mercado le sigue. Y si la mayor gestora del mundo empieza a considerar el armamento como un pilar estratégico de sus productos, muchas otras harán lo mismo, aunque sea solo para no perder cuota de mercado. Lo que ayer parecía impensable, convertir la guerra en una clase de activo atractiva, hoy ya es una realidad. Y mañana podría ser la norma.

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