Mucho antes de que Orson Welles causara el pánico entre los habitantes de Nueva York con la adaptación radiofónica de La guerra de los mundos de H. G. Wells, ésta ya había despertado la curiosidad del joven Robert Goddard por el mundo exterior. Pese a ser ridiculizado por la prensa (que a menudo lo apodaba “el hombre de la Luna” en sentido despectivo), nunca perdió la motivación. Cuando presentó sus investigaciones sobre la posibilidad de lanzar cohetes al espacio exterior, el prestigioso The New York Times llegó a escribir: “parece que le faltan los conocimientos básicos que se imparten a diario en las escuelas secundarias”. A partir de entonces, el tímido Goddard comenzó a trabajar en la sombra y a patentar más que publicar.
Murió en 1945 sin que sus sueños de la infancia se materializasen. Eso sí, gracias a sus estudios originales, la misión tripulada del Apolo 11 se convirtió en la primera de la historia en lograr que un ser humano pisara la Luna.
Los sueños, ¿sueños son?
La firma de lujo Prada, que en 1919 fue proveedora oficial de la familia real italiana, será la firma encargada de diseñar los trajes espaciales con los que los astronautas de la misión Artemis III caminarán por la Luna en 2025. Éste es, sin duda, uno de los muchos ejemplos en los que se aprecia la interconexión entre el espacio exterior y los seres humanos. La lista es extensa porque las empresas pueden aprovechar la oportunidad que se les presenta creando productos y servicios basados en el espacio, suministrando avances de ingeniería a esta industria en expansión o creando nuevos negocios surgidos gracias al espacio.
El sistema GPS es la guía perfecta para localizar el restaurante vietnamita más deseado de la ciudad, los satélites en la órbita terrestre baja permiten adivinar los caprichos meteorológicos del día, los telescopios espaciales revelan vistas asombrosas del universo nunca vistas y un microbio hallado en el Parque Nacional de Yellowstone (durante una investigación espacial) es ahora la base de una proteína fúngica con la que la compañía Nature’s Fynd produce hamburguesas alternativas a la carne y queso cremoso no lácteo. Sin duda, el escenario es retador. Citigroup prevé que el negocio espacial supere el billón de dólares en ventas anuales en 2040 gracias a tres pilares: los satélites, los presupuestos espaciales de los gobiernos y una avalancha de nuevas aplicaciones e industrias. “Hemos llegado a una etapa en la que los sueños espaciales de la infancia se están haciendo realidad”, explican los expertos de Citigroup Research.
Vidrio, papel y naves espaciales
Los controladores de vuelo desataron la euforia en Cabo Cañaveral al confirmar el éxito de la operación. Vítores y hurras porque el momento era histórico. SpaceX –creada por el visionario Elon Musk para permitir la colonización de Marte– había diseñado, construido, lanzado y puesto en órbita con financiación privada el cohete impulsor Falcon 9. Sin embargo, el logro iba más allá. La mayoría de los cohetes clásicos estaban diseñados para quemarse durante el reingreso a la atmósfera terrestre, lo que hacía que su construcción fuera costosa y requiriese mucho tiempo.
Pero, el destino de la nave espacial moderna no iba a ser la basura. Musk ideó la manera de recuperar las partes más caras del dispositivo y reducir así la factura de cara a próximos viajes espaciales. Así que, pese a que el vuelo de prueba no transportaba astronautas ni carga (tan solo una bola de queso en homenaje al grupo de cómicos británico Monty Python) logró marcar el inicio de una nueva era. La reutilización no es una tarea fácil, pero merece la pena apostar por ella.
Como recuerda a Forbes Pavan Daswani, analista de Tecnología para Europa de Citi Research, “el desarrollo del Falcon 9 costó a SpaceX menos de 500 millones, mientras que la NASA había calculado que le habría costado el triple utilizando su modelo de contratación tradicional”. Gracias a los cohetes y vehículos reutilizables, la obtención de nuevos materiales y combustibles, los posteriores avances en robótica y los renovados sistemas electrónicos, rebajan aún más la factura. Por poner cifras, los actuales 1.500 dólares por kilogramo por lanzamiento son unas treinta veces inferiores a los del transbordador espacial de la NASA en 1981. Es más, los analistas prevén que bajen otro 95% hasta los cien dólares por kilogramo en 2040. “Una empresa privada no puede plantearse tirar elementos valiosos y de gran coste al espacio, su inversión es limitada y los contratos con la NASA y empresas privadas son contados. Aquellos presupuestos infinitos del siglo 20 se han acabado”, comenta a Forbes Inma Martínez, asesora tecnológica y autora del libro La quinta revolución industrial (Deusto).
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Un año después del lanzamiento del Sputnik, en 1957 por parte de la Unión Soviética, EE UU transformó lo que era una agencia de investigación básica de aeronáutica en la todopoderosa National Aeronautics and Space Administration. A partir de ese momento, “la NASA estableció la estrategia de explotación y uso del espacio, y también coordinó la estructura del mercado, que en gran medida implicaba compras gubernamentales a destacadas empresas aeroespaciales”, explica Matthew C. Weinzierl, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. El modelo aportó grandes logros históricos, pero también recibió críticas por haber sido “lento” y “burocrático”, señala el autor en sus estudios.
Un Silicon Valley galáctico
Ralph Cordiner, expresidente de General Electric, argumentaba ya en 1961 que “los primeros esfuerzos exploratorios son tan grandes que la gente tiende al principio a pensar sólo en términos de acciones gubernamentales y militares; sólo más tarde conciben el nuevo territorio como una simple extensión de su territorio y economía actual”. En el presente, el capitalismo de Silicon Valley se consolida fuera de la Tierra a través del New Space. Se trata de un cosmos empresarial que aporta a la actividad espacial técnicas comerciales y métodos de financiación de vanguardia.
Estas organizaciones aprovechan los procesos de producción ajustados y los modelos de negocio digitales y lanzan al mercado productos y servicios procedentes de la convergencia entre ambos mundos. De esta manera, confirma la OCDE en uno de sus informes al respecto: “se distribuyen mejor los beneficios de las tecnologías espaciales gracias a una población más diversa de agentes relacionados con el espacio”.
Space Foundation, una importante organización sin ánimo de lucro, estima que la economía espacial mundial creció un 8% en 2022 hasta alcanzar los 546.000 millones de dólares pese a los turbulentos mercados globales. Es cierto que, SpaceX, de Elon Musk; Blue Origin, de Jeff Bezos; y Virgin Galactic, de Richard Branson, han dominado la atención pública por sus lanzamientos de alto nivel, sus millonarias inversiones y la personalidad extravagante de los millonarios jefes, pero “hay muchas otras empresas, desde las más pequeñas hasta las grandes corporaciones de defensa con una exposición modesta, pero creciente, al espacio”, recuerda a Forbes el experto de Citi Research.
El aumento de los conocimientos, experiencia y la enorme velocidad de desarrollo son un polo de atracción para el sector privado. La empresa de análisis e ingeniería Bryce Tech confirma que las startups de nueva creación sumaron 8.000 millones de dólares en financiación en 2022: firmas capital riesgo, angels investors, empresas privadas, bancos… Las expectativas de rentabilidad para aquellos negocios que surcan los cielos siguen generando expectativas en el mercado.
Pero no todos los observadores son tan optimistas. El Foro Espacial de la OCDE advierte: “Con el crecimiento de la inflación y los tipos de interés en 2022, los volúmenes de financiación de capital para empresas espaciales pueden haber tocado techo”.
Estrella parece, satélite es
A Raúl Torres y Raúl Verdú les unía el interés por los cohetes. Dedicaban su tiempo libre a construir piezas de modelismo sabiendo que había una oportunidad de negocio en Europa. En 2011 crearon PLD Space y doce años más tarde han lanzado con éxito el primer cohete europeo privado, el MIURA 1. Tras superar todo tipo de dificultades, no solo técnicas, también de financiación o de gestión, estos días narran orgullosos su aventura.
No todos los días una pequeña empresa consigue meter a su país en la selecta lista de estados con acceso al espacio (España es el décimo integrante). “Nuestra llegada al mercado permite complementar la oferta de lanzamientos actualmente disponible en Europa para satélites de menos de 500 kilogramos”, comenta a Forbes Raúl Verdú, responsable de Desarrollo de Negocio y cofundador de PLD Space.
Y es que, la humanidad requiere mejores datos e infraestructura digital como conexión a internet, televisión o la monitorización del cambio climático y la forma más económica y eficaz de hacerlo posible es a partir del uso de satélites. Ellos son el dorado espacial. Representan más del 70% del total de la industria y lo seguirán haciendo en el futuro. Citi Research estima que, si las actuales propuestas de Internet por satélite se hacen realidad, unos 50.000 satélites activos orbitarán sobre nuestras cabezas en los próximos diez años (y sí, mucho nos tememos que la gran mayoría serán propiedad de Elon Musk).
SpaceX ha enviado cohetes al espacio casi todas las semanas desde 2019 para construir Starlink, una “megaconstelación” de satélites que usa la órbita terrestre baja para ofrecer Internet a lugares a los que no llega la banda ancha convencional. Saca sin inmutarse los colores a un Jeff Bezos que apenas acaba de enviar los dos primeros prototipos para su propio proyecto, el Kuiper.
El propietario de Tesla y X (antes Twitter) tiene a 1.200 kilómetros de altitud más de 4.500 satélites, la mitad de todos los activos que rodean el planeta Tierra. Hay tantos, que a veces se confunden con estrellas e incluso hay quien ha creído ver ovnis voladores tras su destello. ¿El valor de SpaceX? Ronda los 150.000 millones de dólares.
Ante esta instantánea, ser mero espectador no es una opción. Tampoco para España. La creación de la Agencia Espacial Española, junto con la industria establecida y los nuevos jugadores, han transformado el panorama. Jorge Potti, vicepresidente de espacio de TEDAE (la Asociación Española de Tecnologías de Defensa, Seguridad, Aeronáutica y Espacio), señala a Forbes que “nuestro potencial se centra en la fabricación y operación de satélites, telecomunicaciones, observación de la Tierra, ciencia y exploración espacial, lanzadores, servicios orbitales y vigilancia del Espacio”.
Tanto es así que la facturación consolidada de las empresas del sector alcanzó los 1.065 millones de euros durante el años 2022, según recoge el último anuario del sector Espacial publicado por TEDAE.
De momento, en Hollywood
El Psyche 16 tiene una forma irregular parecida a una patata. Orbita el Sol entre Marte y Júpiter y es uno de los asteroides más grandes de nuestro Sistema Solar. Compuesto por depósitos de oro, níquel y hierro, la NASA estima que podría tener un valor superior al de la economía de la Tierra: 10.000 cuatrillones de dólares. Pese a ello, hay consenso en que la Luna será probablemente la primera en ser explotada por sus reservas de agua, tierras raras y helio. En 2040, el negocio relacionado con la minería podría superar de acuerdo con los pronósticos de Citi Research los 12.000 millones de dólares. En cualquier caso, sobran los motivos (que cantase Joaquín Sabina) para que los inversores empiecen a mirar más allá de las industrias ya establecidas, como el desarrollo de satélites y lanzadores, y busquen las menos consolidadas como la minería espacial. A medida que aumente la población de la Tierra y el agotamiento de los recursos se haga más real, la posibilidad de extraer elementos y traerlos con fines lucrativos se hace más atractiva.
Sin embargo, las incógnitas en torno a esta línea de negocio son tan oscuras como el propio universo. No olvidemos, insiste a Forbes Efrén Díaz, responsable del Departamento de Tecnología y Derecho Geoespacial del Bufete de abogados Mas y Calvet, que “el espacio se hace en la Tierra y para la Tierra”. El Tratado del Espacio Ultraterrestre que regula la posible extracción de recursos en el espacio exterior fue adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1967. En él se establece que la exploración y el uso de los recursos espaciales deben beneficiar a toda la humanidad y ser llevados a cabo en beneficio de todos los países, para evitar cualquier forma de apropiación exclusiva.
Aún así, Estados Unidos y Luxemburgo han dado pasos proactivos hacia el establecimiento de marcos jurídicos para tal fin lo que evidencia “la necesidad de un nuevo acuerdo o marco legal más específico para abordar los desafíos actuales”, concluye el experto en asesoramiento jurídico al sector espacial.
Desde el punto de vista técnico son aún más contundentes. “El tratar de aprovechar los inmensos recursos que existen en el espacio cercano plantea de entrada dos problemas básicos: cómo recogerlos y cómo traerlos a la Tierra. La situación actual es un mero proyecto”, explica a Forbes Ricardo Prego, doctor en Química por la Universidad de Santiago de Compostela. Manuel Regueiro, presidente del Ilustre Colegio Oficial de Geólogos rebaja aún más las expectativas. Entrevistado por Forbes, argumenta que “la explotación de asteroides será posible, pero no antes de cien años”.
De momento, las minas espaciales quedan para Hollywood. Aunque, como decía Goddard, “es difícil decir lo que es imposible, porque el sueño de ayer es la esperanza de hoy y la realidad de mañana”.