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Economía

Qué ocurrirá con la escasez de gas y los altos precios del petróleo

La pandemia acabó con la demanda de petróleo y gas, dejando al mundo vulnerable al suministro de Vladimir Putin. ¿Ahora qué?
Ilustración de Harry Campbell para Forbes.

Febrero de 2020, los cielos europeos aún no se habían clausurado por culpa del covid, así que los peces gordos del petróleo volaron hasta Londres para celebrar su Semana Internacional. En una exclusiva cena privada, Pierre Andurand lanzó una predicción sorprendente: en muy pocos meses, el precio del crudo iba a
desplomarse a cero
.

Aquella no era una simple boutade, lanzada al albur de una copa de vino. Nacido en Francia y formado en Oxford (donde estudio matemáticas), Pierre Andurand llevaba semanas analizado los primeros informes médicos que llegaban desde Wuhan, China. Había hecho los deberes antes que nadie y sacó sus propias conclusiones: a medida que el covid 19 se propagara, los países cerrarían sus fronteras progresivamente, la industria se pararía, la demanda descendería, los tanques de almacenamiento de los estados productores se colmarían hasta los topes y el precio del crudo descendería drásticamente a cero.

Tan seguro estaba de este inusual escenario, que sus fondos de cobertura (ahora con 1.700 millones de dólares de beneficios extra gracias a su gestión) tomaron posiciones a corto plazo en el mercado de futuros de petróleo. Cuando los precios cayeron por debajo de cero el 20 de abril –como él había pronosticado–, los fondos de Andurand Capital presentaban ganancias que oscilaban entre el 60% y el 155%.

Justo dos años después, a principios de febrero de este año, Pierre Andurand volvió a tener una corazonada: el petróleo crudo iba a aumentar su valor a lo largo de 2022 hasta los 150 dólares por barril a medida que la demanda posterior a la pandemia, impulsada por el estímulo masivo del banco central, chocase con años de disminución de la inversión en combustibles fósiles y subinversión en alternativas (y eso fue justo antes de que Vladimir Putin diera el golpe de gracia a la oferta con su invasión de Ucrania, el pasado 24 de febrero).

Andurand, cuyo mayor fondo ha subido otro 112% desde entonces, sabía de algún modo que los precios del petróleo iban a subir más y más (no descarta que llegue a acercarse a los 200 dólares por barril). Incluso lanza una osada explicación: “Putin decidió invadir ahora porque el mercado estaba demasiado ajustado”.

En Fort Worth, Texas, epicentro del negocio petrolero en EE UU, el multimillonario John Goff, presidente de Crescent Energy da su versión a Forbes. “La guerra ha acelerado el viaje hacia un destino al que ya nos dirigíamos antes: la escasez. Y esto va a empeorar con el aumento de la demanda. Por desgracia, el planeta ha realizado una inversión insuficiente en materia de transición energética. Las políticas en este sentido son ingenuas. Estoy a favor de la energía verde, pero necesitamos un plan realista”.

Los escépticos podrían señalar que a finales de mayo, tres meses completos después de la invasión de Putin, los futuros del petróleo todavía rondaban los 110 dólares el barril. Pero eso es solo porque los estrictos confinamientos por el covid de China han deprimido temporalmente la demanda y EE UU está liberando un millón de barriles diarios de sus reservas estratégicas. Siendo honestos, lo único que puede salvar al mundo del petróleo a 200 dólares el barril es una recesión, lo cual no tiene nada de positivo.

Aunque hay otra forma más esperanzadora de ver la crisis energética global. Podría impulsar a aquellos con más capital a acelerar soluciones creativas y obligar a los políticos a buscar una salida. Eso significa todo: desde dar luz verde a nuevos diseños de plantas nucleares hasta construir mejores baterías y redes para almacenar y distribuir energía solar o eólica. Desde luego, esto representaría un cambio sustancial respecto a los últimos años, durante los cuales la inversión en combustibles fósiles se ha derrumbado en Occidente, Alemania y Japón han cerrado sus plantas nucleares y los activistas protestan por los parques eólicos.

John Arnold, además de multimillonario, es filántropo (se retiró con sólo 38 años de los negocios) y ha invertido gran parte de su fortuna en granjas solares. “Esta década va a ser estructuralmente alcista para el mercado energético”, opina. “Hoy hay más disciplina y están tratando de compensar siete años de inversión insuficiente”. Arnold está particularmente interesado en impulsar una reforma de la regulación que facilite la aprobación de redes de energía que unan las áreas urbanas con los lugares rurales donde se genera energía eólica y solar. “Si realmente sentimos que el cambio climático es una amenaza existencial para la sociedad, entonces debemos actuar como tal. No se puede vetar cada proyecto que se propone”.

¿Y qué pasa con el gas?

El desafío inmediato para Europa es saber cómo reemplazar el gas natural ruso que alimenta gran parte de sus fábricas y asegurar que los hogares puedan mantenerse calientes el próximo invierno. Para finales de 2022, el continente espera haber reemplazado dos tercios de sus importaciones rusas de antes de la guerra (unos 155.000 millones de metros cúbicos al año). La mitad de esa cifra vendría de nuevas importaciones de gas natural licuado (GNL), frente a solo el 20% de las energías renovables.

Para producir GNL, el gas se enfría a -260 grados Fahrenheit, convirtiéndolo en un líquido fácil de transportar a través del océano. Encontrar suficiente GNL para comprar y tanques cisterna gigantes para enviarlo será complicado. “No creo que haya un operador de GNL en el mundo que no esté produciendo hasta la última molécula que sea capaz”, asegura Michael Smith, presidente, director ejecutivo y propietario del 63% de Freeport LNG, un complejo de licuefacción de Texas, el segundo más grande del país. Ya ha vendido la mayor parte de su producción a Asia, bajo contratos a largo plazo, aunque gran parte de ese GNL ahora se revende a Europa. No es suficiente.

En marzo, el presidente Joe Biden y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaron un acuerdo para que EE UU envíe unos 15.000 millones de metros cúbicos adicionales de GNL a Europa este año e incluso más en el futuro. Norteamérica puede aceptar tal encargo, pero llevará tiempo y más inversión. Norteamérica pasó de ser el mayor importador de combustibles fósiles del mundo, en 2005, a un exportador neto gracias a la rápida adopción de técnicas de perforación horizontal y fracturación hidráulica (el llamado fracking). Para 2015, los frackers estadounidenses estaban perforando tanto petróleo y gas que los precios de la energía se desplomaron.

Europa necesita sustituir, antes de que acabe 2022, un tercio de sus exportaciones de energía rusa por gas natural licuado, pero el GNL disponible es limitado, falta tiempo e inversión

Europa también tiene formaciones de esquisto y podría haberse sumado a la fiesta del fracking, pero existió un sentimiento popular en contra de dicha práctica y los políticos prefieron optar por la vía fácil: comprar gas ruso. Ahora, esa opción ha desaparecido.

El archimillonario Wesley Edens, de 60 años, copropietario de los Milwaukee Bucks de la NBA, hizo su primera fortuna como cofundador de Fortress Investment Group, una tienda de capital privado que vendió a Softbank en 2017. Ahora es director ejecutivo de New Fortress Energy, que cotiza en bolsa, la cual está desarrollando lo que ahora se llama Fast LNG. Las unidades modulares de licuefacción de gas natural se construyen en un astillero y se instalan mar adentro, en plataformas petroleras reutilizadas lejos de la costa. “Estamos tratando de seguir el modelo de fábrica Modelo T para GNL”, explica Edens, cuya participación del 35% en New Fortress tiene un valor de más de 3.000 millones de dólares.

Planea poner la primera planta Fast GNL a 16 millas de la costa de Grand Isle, en Louisiana. Trabajar tan lejos debería acelerar las aprobaciones. Si la Casa Blanca cumple con su política de simplificar los permisos, dice Edens, podría enviar sus primeros cargamentos a principios del próximo año. Las ganancias son evidentes: los europeos están pagando 22 dó- 24 lares por mil pies cúbicos de gas natural, dos veces y media el precio de los EE UU.

Sin embargo, hasta 2026, según las previsiones, no habrá suficiente gas natural disponible para licuar en EE UU, o al menos en las cantidades que demanda Europa. La producción está volviendo poco a poco. A mediados de mayo, había 750 plataformas de perforación operando frente a las 453 de hace un año, pero todavía dos tercios menos que las más de dos mil que hubo en funcionamiento durante el auge del fracking. Los perforadores están limitados por la falta de equipos, la escasez de plataformas y un exceso de deuda.

Los 3 millones de barriles por día de la producción rusa que desaparecerán del mapa el próximo otoño no serán reemplazados rápidamente. Bernstein Research estima que la OPEP tiene ahora mismo solo 1,5 millones de barriles de capacidad adicional. Parece claro que la historia sugiere a Occidente un cambio de rumbo. Sería una tontería depender aún más de un régimen autocrático como el ruso.

El sueño de la fusión

“Nadie cree que algo vaya a suceder hasta que finalmente pasa”, sentencia Ajay Royan, socio gerente de Mithril Capital. En 2014, su compañía invirtió alrededor de un millón de dólares en Helion Energy, con sede en Everett, Washington, una de las pocas empresas que siguen insistiendo en acercarse al viejo sueño de generar energía a través de la fusión nuclear (es decir, mediante el proceso de convertir átomos de hidrógeno en helio, imitando lo que ocurre en el núcleo del sol). Helion cuenta entre sus inversores con el cofundador de Facebook, Dustin Moskowitz, o cofundador de Linkedin, Reid Hoffman.

En la carrera por la fusión fría está también Commonwealth Fusion Systems, con sede en Cambridge, Massachusetts, la cual ha recibido fondos de unos dos millones de dólares procedentes de benefactores tales como Bill Gates, Laurene Powell Jobs, John Doerr o George Soros. Los directores ejecutivos de Helion y Commonwealth predicen que la fusión nuclear será capaz de producir energía dentro de una década (junto con estos esfuerzos extraordinarios, los multimillonarios también están invirtiendo en diseños más nuevos y seguros para los reactores de fisión nuclear, ya que parece cada vez más probable un renacimiento nuclear).

A pesar de toda la atención que se presta a las energías renovables limpias, los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) aún representan el 80 % de toda la energía utilizada en el mundo, un porcentaje no muy inferior al de hace dos décadas. En realidad, la energía nuclear (como parte de ese todo mundial) no solo no ha crecido, sino que se ha reducido, del 7% al 5%, durante ese período. Tras el desastre de 2011 en la planta nuclear nipona de Fukushima, Japón y Alemania cerraron gran parte de sus plantas nucleares (al contrario que China, mientras que en los EE UU, las nuevas centrales se han estancado).

Los vientos políticos están cambiando de nuevo. California está debatiendo si salvar el reactor Diablo Canyon, programado para ser desmantelado en 2025 (a pesar de que le quedan décadas de vida operativa). Japón está volviendo a conectar lentamente algunos de sus reactores apagados y Francia, con la mayor capacidad nuclear de Europa occidental, se está moviendo para revitalizar su industria (una quinta parte de sus 56 reactores están actualmente fuera de servicio).

No solo la fusión nuclear requiere paciencia y mucho dinero en inversiones. “No se puede prender un interruptor y encender las energías renovables, así como así, de golpe”, explica el magnate Phil Anschutz. Ha necesitado 16 años para obtener los permisos gubernamentales que le han permitido construir 700 turbinas eólicas en 100.000 acres de terreno, en Wyoming, además de una línea de alto voltaje para llevar todo ese flujo eléctrico a Las Vegas.

La energía eólica creció un 12% –y la solar un 21%– a nivel mundial el año pasado. Parecen datos optimistas, pero no es lo bastante rápido. Hay algunos desarrollos prometedores en la tecnología de baterías cruciales para almacenar energía solar y eólica generada de modo intermitente Sin embargo, los fabricantes de baterías se enfrentan ahora a la escasez mundial de cobre, níquel y litio.

Charles Koch, dueño de Koch Industries, es –a sus 86 años–, la 21ª persona más rica del planeta. Desde principios de 2021, ha invertido 1.700 millones de dólares en soluciones ecológicas para baterías (incluido el reciclaje, el uso de hierro en lugar de cobalto o la impresión de baterías en 3D). “Lo perfecto no casa con lo simplemente bueno”, asegura Jeffrey Ubben, quien administra unos 12.500 millones de dólares en activos de Inclusive Capital Partners. Impulsa iniciativas relacionadas con la huella e invierte en Enviva, la compañía de pellets de madera más grande del mundo. Toman desechos de árboles y operaciones forestales sostenibles y los prensan. Seis millones de toneladas al año de gránulos de tres pulgadas de largo. Luego se envían a clientes en el Reino Unido o Japón, donde estos pellets queman en centrales eléctricas en lugar de carbón. El CEO de 25 Enviva, John Keppler, dice que puede duplicar su producción para 2027. Los ambientalistas tienen reparos, pero Ubben ve esto como una solución inteligente a corto plazo.

A medida que la energía rusa vaya desapareciendo del mercado, los precios aumentarán poco a poco, hasta que la economía global se desacelere lo suficiente como para reducir la demanda. Con el tiempo, el problema se resolverá, pero no sin dolor a corto plazo y una inversión masiva, especialmente en combustibles no fósiles. La Agencia Internacional de Energía calcula que el mundo necesita duplicar su gasto actual en energías renovables (un total de 12 billones de dólares) para 2030 para tener alguna posibilidad de mantener el calentamiento global en sólo 2 grados centígrados.

Aun así, hay espacio para el optimismo, si adoptamos un enfoque adecuado, a largo plazo, la sociedad del futuro podrá producir energía mucho más barata.

Oro negro

El precio del barril de crudo sube sin freno.

En los últimos meses, el barril de petróleo de la OPEP ha subido de precio en un 55 %. Su precio récord en este siglo alcanzó los 140,73 dólares en julio de 2008, situándose este año en torno a los 114 dólares, pero algunos especialistas auguran que con el cierre del grifo ruso en invierno se podría rozar el cielo de los 200 dólares por barril.

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