Bernat, cuando le añadió el palo al caramelo, compró todas las patentes para quitarse de encima la posible competencia que pudiera tener. Con el mercado listo y comercializó su producto con una marca que se distinguía por unas letras rojas con la palabra “Chups”. Una idea tan simple como brillante debía acompañarse de una imagen duradera e icónica, pero le faltaba algo.

Escasos años después, y por la cuña radiofónica que anunciaba esta golosina, la marca ya se componía de dos palabras: “Chupa” (en negro) y “Chups” (en rojo), ambas sobre un fondo amarillo. Este llamativo logo no terminaba por llamar la atención del todo pese al éxito y acierto de Enric Bernat, pero su expansión era ya imparable en España.

¿Qué podía venir después? Alguien con la visión de Bernat lo tenía claro: venta internacional. Pero fuera de las fronteras españolas había que relanzar el producto como si se empezara de nuevo. Haría falta un gancho y atraer a nuevos y potenciales clientes. La imagen corporativa de Chupa Chups seguía careciendo de un detalle. Estaba ahí, pero nadie lo veía.

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Fue en el año 1969 cuando Enric Bernat pagó una millonaria suma a Salvador Dalí para que hiciera algo con la marca comercial de Chupa Chups. El pintor, basándose en su propio estilo, dibujó una margarita de color amarillo anaranjado sobre la que reposaba el nombre de la marca en rojo. Además, sugirió que dicha imagen fuera situada en la parte superior del caramelo para una mayor visibilidad.

“El que quiere interesar a los demás tiene que provocarlos”, decía Dalí. Gracias a su mano, el crecimiento de Chupa Chups dejó de conocer las fronteras, y su logo, día de hoy, prácticamente similar al diseño de Dalí, sigue impactando a la vista como la primera vez.