Para las firmas de banca privada como la suiza UBS o las estadounidenses Morgan Stanley y Bank of America lo vivido en los últimos diez años ha sido contra todo pronóstico mejor de lo esperado, incluso casi envidiable si se mira desde una perspectiva amplia. La quiebra de uno de los símbolos del capitalismo financiero global, el banco de inversión Lehman Brothers, que galvanizó el pánico de una crisis de incierta suerte en aquellos momentos (2008), hacía presagiar que la banca de los ricos iba a tener que apretarse el cinturón, como el resto. Pero no fue así. Las generosas inyecciones de liquidez de los bancos centrales, dirigidas a estimular las alicaídas economías, tuvieron también su efecto balsámico en la recuperación de la cotización de los activos financieros, hacia donde se canalizaron en gran medida; y además, los banqueros privados asistieron –y asisten– a un incremento sin precedente del número de ricos en todo el mundo y de forma especial en Asia, donde cada día 2.000 personas alcanzan el sueño humano de ser rico. “Los gestores de patrimonios competimos por un número cada vez mayor de personas ultrarricas”, afirma desde Ginebra a Forbes Marc Pictet, socio del grupo suizo Pictet.

Así, pues, de un presunto horizonte de brumas financieras que incitaba a recogerse en los Hamptons, Gstaad o en algún penthouse de Nueva York o Londres escuchando a Schubert, asistiendo a exclusivas subastas de arte y con la atención puesta en una gestión de consolidación patrimonial –en el mejor de los casos–, la banca privada ha asistido durante la última década a una asombrosa e inusitada explosión de riqueza, que alcanzó el año pasado un récord de 210 billones de dólares, según Boston Consulting Group Inc.

Más regulación

Si bien quedaron conjuradas las peores amenazas para el sistema bancario y la economía mundiales, muchas cosas cambiaron con la crisis y el negocio de gestión de altos patrimonios fue una de ellas. Los numerosos casos de evasión fiscal y de lavado de dinero en los que se vieron envueltas algunas de las más grandes y reputadas firmas del sector, justo cuando la crisis abocaba a la suspensión de pagos a miles de empresas y cientos de miles de trabajadores perdían su empleo, trajeron consigo un endurecimiento regulatorio, cuantiosas multas y un inesperado trasvase de fondos desde paraísos fiscales o territorios de benevolente fiscalidad hacia nuevos destinos, como Florida, hogar de una próspera comunidad de multimillonarios y uno de los centros offshore de mayor crecimiento del planeta.

Aunque Suiza sigue seduciendo a la élite mundial –en 2018 atrajo 1,8 billones de dólares, el 21% de la tarta mundial, según datos de Deloitte– tiene que competir no solo con Estados Unidos y Reino Unido, sino también con plazas emergentes como Hong Kong y Singapur. La banca privada suiza ha tenido que transformarse desde que Estados Unidos y la Unión Europea tomaron medidas contra su lucrativo secreto bancario. Ahora los bancos suizos buscan sus nuevos clientes en casa, entre las miles de empresas no cotizadas y, con frecuencia, de propiedad familiar. Según la conocida agencia de información financiera Bloomberg, bancos como UBS y Credit Suisse, que redujeron sus filiales de banca de inversión tras la crisis financiera, ahora están financiando operaciones de su clientela de banca privada. La idea es que esta selecta clientela no se obsesione tanto con la liquidez y genere negocio, como, por ejemplo, ofertas públicas de venta de acciones (OPV) a sus unidades de banca de inversión.

Otra de las novedades ha sido el ‘inoportuno’ hecho de que los ricos empezaran a fijarse en las comisiones y los gastos que aparejaba el nuevo marco regulatorio y en la irrupción de la gestión pasiva que acompaña a la innovación tecnológica, cuyos retornos, según coinciden numerosos estudios, no difieren apenas de los de la gestión personalizada y, además, con menores comisiones por gestión. Y, por otro lado, la ola digitalizadora, que ya no es exclusiva de los millennials. Según análisis actuales, también tienen hambre de experiencias digitales los usuarios bancarios de 50 y más años. Un estudio de McKinsey sobre banca estadounidense señala que el 60% de la clientela menor de 70 años utiliza canales digitales en todos los segmentos de renta.  “[…] El desarrollo digital debe verse como una forma de mejorar nuestra interacción con los clientes, pero no puede reemplazar la relación humana, fundamental para desarrollar un vínculo basado en la confianza.  De hecho, aunque es posible que el cliente tenga la rentabilidad como prioridad, tenemos que ser capaces de conjugar buenos resultados a medio plazo con un buen servicio de banqueros, pues a los clientes les gusta tener ‘roce’ con el banquero”, añade Marc Pictet, socio del grupo suizo de banca privada Pictet, cuya historia se remonta a principios del siglo XIX.

Menos patrimonio, menos ingresos

“La banca privada europea y española vive un momento doble de crecimiento y de transformación. De transformación, por un lado, debido a la nueva directiva europea MiFID II que ha traído la transparencia de las comisiones a los servicios financieros. Por otro lado, vive un momento también de transformación digital; al igual que muchos otros sectores, el sector financiero se ha quedado retrasado tecnológicamente. El tercer aspecto que está en plena transformación dentro del sector de banca privada es el servicio al cliente. El cliente cada vez demanda un mejor servicio cambiando el enfoque desde el producto al servicio y alineando sus intereses con los de los clientes”, señala a Forbes Jorge Coca Marqués, Profesor del PD Private Wealth Management del IEB y socio fundador de Wealth Solutions.

Luis Sánchez, director general de Pictet WM en España, destaca sobre todo el reto que está suponiendo para el sector la aplicación de la directiva europea sobre mercados de instrumentos financieros. “[…] MiFID ha ido dos pasos más allá de donde debiera, consecuencia de que entre 2007 y 2009 se vendieran productos sin entender bien lo que se estaba vendiendo, como hedge funds, a clientes de solo 50.000 euros. Debido a esos errores nos encontramos con la regulación actual. El caso es que su aplicación no ha finalizado. De hecho lo que más nos preocupa son los ingentes recursos que hemos invertido para ponernos al día con la directiva. Ahora bien, es algo necesario, pues sin la inversión necesaria, sobre todo en tecnología, proporcionar algunos servicios no es fácil hoy en día”, señala a Forbes.

Un informe conjunto de la consultora internacional Oliver Wyman y Deutsche Bank ha estimado que en el año 2018 el patrimonio de los multimillonarios a nivel global, es decir, el grupo más selecto, aquellos que poseen una fortuna individual superior a los treinta millones de dólares, ascendió a 70 billones de dólares, algo más del 80% del PIB mundial. Es una cifra inferior en un 4% a la del año anterior que se explica sobre todo por la volatilidad de los mercados.

Los muy ricos están creciendo en las economías emergentes a tasas de entre el 7% y el 8%, mientras que en los desarrollados lo hacen entre el 2% y el 3%. Y las perspectivas, según el informe, son que esta asimetría continuará. “El diferenciador clave para los gestores de patrimonios vendrá de aprovechar el motor de crecimiento APAC (Asia-Pacífico). Esperamos un crecimiento neto de dinero nuevo de los mercados emergentes del 8% anual, más del doble que el de los mercados desarrollados. Dicho de otra manera, si bien los mercados emergentes representan un tercio de los grandes patrimonios, esperamos que contribuyan a más de la mitad del crecimiento futuro”, afirma Kinner Lakhani, director de European Equity Research y estratega de bancos europeos en Deutsche Bank.

La división de banca privada del británico HSBC, uno de los mayores bancos del mundo por activos (2,5 billones de dólares), espera triplicar en los próximos tres años el beneficio bruto gracias a su penetración en los mercados asiáticos. “Estamos muy posicionados en Asia-Pacífico, donde se estima que los grandes patrimonios crezcan un 12% anual, así como en Oriente Medio y norte de África, donde se espera que el número de ricos aumente sustancialmente en los próximos años”, afirma Antonio Simoes, CEO de HSBC Global Private Banking. Cerca del 60% del nuevo dinero captado el año pasado procedió de otras áreas del grupo británico, sobre todo de la banca corporativa, que aportó uno de cada tres nuevos clientes al negocio de la banca privada.

Nuevos vientos, viejos problemas

Durante años la banca privada ha superado al resto del negocio bancario global en rentabilidad. Datos de McKinsey & Company señalan que el año pasado contribuyó entre un 5% y un 6% a los beneficios de la industria global con menores exigencias de capital regulatorio, recuerda la consultora. El negocio de la banca privada en Europa occidental ha estado creciendo hasta mediados del año pasado gracias al buen desempeño de los mercados financieros, con crecimientos de sus beneficios del 6% de media anual en los cinco años anteriores a 2017, pero el año pasado bajaron a 13.500 millones de dólares frente a los 14.700 millones de 2017. El margen sobre beneficios fue de 22 puntos básicos, 3 puntos menos respecto al año previo.

El empeoramiento de las perspectivas globales en el último trimestre de 2018, y que acabó trasladándose a los mercados financieros, hicieron reaparecer los viejos fantasmas a que se enfrenta desde hace tiempo el sector, señala la consultora internacional. Los activos totales bajo gestión cayeron un 4% en 2018 y la tasa del 2% a la que crecen los flujos de dinero nuevo se revela insuficiente para contrarrestar las caídas de rentabilidad en los mercados. Al mismo tiempo, los costes, a pesar del esfuerzo por controlarlos con arreglo a la evolución de los ingresos, han seguido creciendo entre el 2% y el 3% anual. Con este panorama no es extraño que la banca privada europea haya sufrido una caída de sus beneficios del 8%. “En los últimos cinco años, solo el 36% de los bancos europeos pudieron aumentar los flujos netos a una tasa mayor que la de los costes, lo que demuestra la escalabilidad de su modelo operativo. En conjunto, solo una pequeña fracción de los bancos está bien posicionada para navegar en un entorno económico potencialmente más duro y lograr un crecimiento rentable a medida que vayan apareciendo oportunidades”, señala McKinsey.

A resultas de todo ello –el descenso del volumen de patrimonio gestionado, la volatilidad de los mercados y la continua contracción de las comisiones, principalmente– el sector de gestión de grandes patrimonios ha sufrido una depreciación de más del 20%. El informe de Oliver Wyman y Deutsche Bank destaca que el sector está perdiendo valor más deprisa que el conjunto de la industria bancaria. Desde el pico de la crisis (2015) el gap en precio con respecto al resto de la banca se ha reducido en 22 puntos porcentuales, “reflejando las crecientes preocupaciones sobre los modelos de negocio de la industria”. El deterioro de las valoraciones de la banca privada estaría reflejando la penalización del mercado por las debilidades que presentaba entonces su negocio: “un capital regulatorio comparativamente más bajo, un modelo comercial basado sobre todo en comisiones y la incerteza de que el dinero de los nuevos ricos vaya a hacer crecer la facturación. Para que se mantenga o vuelva a crecer esta brecha [en el precio], los gestores deben demostrar que pueden lograr un crecimiento de los beneficios, incluso con un entorno adverso en los mercados y de crecientes exigencias regulatorias”.