Lo hacen directamente o a través de sus propias fundaciones. Y en España aprueban el examen de ayudar al prójimo con nota: según un informe de 2018 de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy (Universidad de Harvard) sobre la filantropía en el mundo, España ocupa el octavo puesto por el volumen de los activos de las instituciones dedicadas a la filantropía, con una suma en 2017 de 29.000 millones de dólares (26.200 millones de euros al cambio actual). Si bien es cierto que solo una de las fundaciones españolas analizadas aporta más del 90% del total de los activos con los que cuentan las instituciones filantrópicas en España. Es la Fundación Bancaria ‘la Caixa’, que se situó la tercera del mundo, con unos activos de 26.000 millones de dólares. De cada 100 dólares en activos, la filantropía española dedica 37 dólares al desarrollo de sus actividades, la tasa más alta del estudio, cuando la media es del 10,3%. Sin embargo, la filantropía a secas, entendida como caridad, como una mera transacción económica, ha quedado atrás. Aún es la opción elegida por muchos empresarios como Amancio Ortega, dueño de Inditex, que en 2014 donó a través de su Fundación 20 millones de euros a Cáritas Española y cuatro a la Federación Española de Bancos de Alimentos, y en 2017 entregó a la sanidad pública 310 millones para equipos de detección y tratamiento de cáncer, entre otras donaciones.

Pero lo que se lleva ahora en las empresas es la filantropía estratégica, que pone el foco en el valor, un concepto mucho más amplio que el de beneficio, y que no solo atañe al accionista sino a todos sus stakeholders: empleados, clientes, proveedores, competidores, comunidad… No se trata tanto de que una organización se cuestione qué hacer con los beneficios, sino de que se pregunte cómo se ganan esos beneficios. Solo así podrá realizar de la mejor manera una aportación de valor positiva.

POR EL BIEN COMÚN

“La filantropía es una acción muy loable, aunque en algunas ocasiones los ‘donativos corporativos’ han servido para poner en marcha proyectos que compensaban los daños que las mismas empresas donantes habían provocado. A nivel corporativo, existen muchas otras fórmulas para contribuir al bien común o a la mejora de la sociedad que provocan un mayor impacto”, señala Anna Bajo, vicedecana de Empresa de la Universidad Europea de Madrid e investigadora en los campos de ética empresarial, responsabilidad social corporativa y sostenibilidad.

Una de esas fórmulas es el voluntariado corporativo, una opción por la que apuesta el 67% de las empresas españolas y el 79% de las europeas, según la red para la promoción del voluntariado corporativo en España y Latinoamérica Voluntare. Consiste en que la empresa ofrece a sus empleados la oportunidad de cooperar en proyectos que generen un impacto positivo en la sociedad. En el Programa de Voluntariado Corporativo de Mutua Madrileña, por ejemplo, participa de media el 17% de la plantilla, que colabora con unas 20 ONGs al año y atiende a más de 2.500 personas en situación de vulnerabilidad. El 40% de las iniciativas son propuestas por los propios empleados de la compañía (otras las plantean la empresa), y reciben apoyo económico de la Fundación Mutua Madrileña siempre que cuenten con la adhesión de un número suficiente de compañeros. Las actividades, eso sí, las realizan fuera del horario laboral.

En los últimos años se ha ido más lejos: además de emplear su tiempo, los trabajadores ponen sus conocimientos y habilidades profesionales al servicio de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, entre otras causas. Lo suelen hacer a través de una organización sin ánimo de lucro, ayudándoles a fortalecer sus infraestructuras y procesos para que logren sus objetivos. Todo el mundo gana, porque ese voluntariado permite que el empleado aplique su sabiduría y se entrene en un entorno real. En el Instituto Superior para el Desarrollo de Internet (ISDI), los voluntarios, que siempre son exalumnos de la entidad educativa, ponen en marcha todo lo que han aprendido en las aulas sobre diseño de webs corporativas, estrategias de redes sociales, e-commerce y demás para regalar consultorías digitales y planes de negocio a ONG y entidades no lucrativas, pues hay muchísimas que carecen de web o de cualquier otra infraestructura digital. Lo hacen con la Fundación ISDIgital mediante.Además, puede ser un aliciente para decantarse por una empresa u otra a la hora de buscar empleo: según el estudio Volunteer Impact de la consultora Deloitte de 2017, el 62% de los trabajadores de entre 18 y 26 años prefería entrar en organizaciones que ofrecieran programas de voluntariado. Y también es un reclamo para atraer talento, porque son los candidatos más brillantes los que tienen varias opciones para entrar en una empresa u otra. “Con estas iniciativas, la empresa actúa como un auténtico ‘ciudadano corporativo”, una expresión que tuvo más aceptación entre los americanos que en Europa, y que resume lo que la empresa está llamada a ser para responder a las demandas sociales.

Además, para que obtenga el mayor impacto en la sociedad, se necesita una visión integral de la empresa que constate el carácter holístico de los negocios, donde la huella de las acciones en su conjunto sea superior a la que dejarían cada uno de sus empleados por separado, sumando su desempeño”, señala la experta Anna Bajo.

Estas fórmulas de filantropía contribuyen a reforzar la llamada innovación social en las empresas, un concepto que la Comisión Europea definió así en 2010: “Consiste en encontrar nuevas formas de satisfacer las necesidades sociales, que no están adecuadamente cubiertas por el mercado o el sector público… o en producir los cambios de comportamiento necesarios para resolver los grandes retos de la sociedad, capacitando a la ciudadanía y generando nuevas relaciones sociales y nuevos modelos de colaboración”.

ACTIVIDADES SOCIALES

Así como el enfoque del sector empresarial hacia la responsabilidad social ha cambiado según se descubrían nuevas formas de relacionar negocio con actividades sociales, también los grandes filántropos individuales están variando la manera en la que aportan a la sociedad.

Siguen poniendo sus millones al alcance de miles de necesitados, pero lo hacen con fórmulas más complejas, incluso más allá de las fundaciones. “Las contribuciones de los grandes filántropos de nuestra época (Warren Buffet, Bill Gates, George Soros…) no consisten en donaciones indiscriminadas de dinero, sino que todas ellas siguen un diseño más refinado, canalizando los fondos de manera estratégica y no de forma vertical”, según cita en un informe de la Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa-IESE Sergio Marín García. En Silicon Valley, símbolo del poder mundial en nuestros días, han adoptado otras recetas. Está, por ejemplo, la idea de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y consejero delegado de la compañía, y su esposa, Priscilla Chan.

A finales de 2015 anunciaron la Iniciativa Chan-Zuckerberg (CZI por sus siglas en inglés): donarían el 99% de sus acciones de Facebook (una cifra que supera los 45.000 millones de dólares) a diferentes causas: desde la prevención y erradicación de enfermedades hasta la mejora de las experiencias de aprendizaje para los niños y la reforma del sistema de justicia penal. La CZI no respondía a una fundación privada tradicional, sino a una sociedad anónima, con el fin de esquivar los límites fiscales (pagarán impuestos cuando la CZI venda acciones de Facebook pero podrán transferir dinero dentro y fuera de la sociedad sin que ello implique consecuencias tributarias, informa The Wall Street Journal) y de mezclar fines empresariales y filantrópicos.

También combina estructuras (de Sociedad de Responsabilidad Limitada y de fundación) Omidyar Network, una compañía de inversiones filantrópica creada en 2005 por el fundador y presidente del portal de subastas eBay, Pierre Omidyar, y su mujer, Pam. Omidyar apoya iniciativas lucrativas y no lucrativas de quienes quieran mejorar las condiciones de vida de las personas y sus comunidades. En relación con la tecnología, en Europa se está hablando mucho últimamente de Founders Pledge, una organización filantrópica joven y pionera dirigida por el emprendedor social David Goldberg, que recauda miles de millones de empresarios tecnológicos para entidades benéficas y que crece rápidamente.

Con sede en Londres, propone un innovador modelo de donaciones hipereficientes, con el 100% de los ingresos destinados a la caridad. El valor de una donación es un porcentaje fijo de la riqueza futura de un miembro. Hasta ahora se han inscrito 1.280 empresarios, comprometiéndose a casi 1.900 millones de dólares en valor de acciones. Por cada 1.000 millones de dólares en valor de acciones creado por los miembros de la comunidad, hay una donación mínima de 20 millones para caridad. Hasta la fecha, se han completado 400 millones de dólares en donaciones.

Igual que un fondo de Venture Capital, Founders Pledge está construyendo una cartera multimillonaria, aunque sin capital en riesgo y sin gastos de gestión involucrados. “Estamos trabajando para construir un mundo donde el valor creado por la tecnología beneficie a quienes más lo necesitan”, dice Goldberg. “Las empresas emergentes están generando una inmensa riqueza, pero esa riqueza no está abordando nuestros desafíos globales compartidos tan rápido como alguna vez pensamos que lo haría”. Al menos algunos ya se han puesto manos a la obra para paliarlo.