Después de varios meses de relativa calma, la guerra comercial entre los Estados Unidos y China se ha convertido en el centro de preocupación de los mercados financieros, de los líderes de multinacionales y de los ministerios de comercio del mundo entero. Y no es para menos. El gobierno de Donald Trump no solo ha aumentado los aranceles a casi la mitad de los bienes importados desde China hasta el 25% sino que ha lanzado una campaña inusitada contra una de sus principales empresas tecnológicas, Huawei.
A pesar de la gravedad de la situación, la lectura del mercado de la última acción de Trump ha sido ambigua. Algunos argumentan que el ultimátum que ha emitido su gobierno es solo una táctica de negociación para impulsar un acuerdo, pero otros lo ven como una señal de fuerza del gobierno norteamericano en su lucha por contener a China como competidor de EE UU en su papel hegemónico en el mundo. Aunque sin duda estoy mucho mas de acuerdo con la segunda explicación, me parece importante añadir un matiz importante: al abandonar la mesa de negociación de manera tan abrupta, EE UU no muestra tanto su fuerza como su ansiedad por no poder imponer a China su voluntad como lo hizo, mucho más fácilmente, con Japón en los años ochenta. Los negociadores americanos, tras meses de amenazas, han llegado a la amarga conclusión de que China no está dispuesta a hacer grandes concesiones, al menos no aquellas que la obliguen a cambiar su modelo económico de estado. Los motivos de esa tozudez por parte de China –desde la perspectiva americana– hay que encontrarlos en la ferviente creencia de sus autoridades en su modelo económico, así como en la desconfianza que albergan en las intenciones de EE UU. Aunque una pueda albergar dudas sobre el primer motivo, el segundo no solo es comprensible, sino que acertado.
En ese sentido, la tregua que Trump ofreció a Xi Jinping en noviembre en Buenos Aires ha permitido a las autoridades de China construir las trincheras desde las que se defenderían del ataque de EE UU del que con gran probabilidad no se habrían podido librar más tarde o más temprano. Desde esa posición, solo los más ingeniosos –lo que sorprendentemente incluye a los negociadores americanos si nos atenemos a sus declaraciones durante el proceso de negociación– habrían podido creer que China iba abandonar su carrera por la hegemonía sin tan siquiera peleárselo. Así, en los últimos meses, la frenética labor de las autoridades chinas se ha centrado en proteger su economía contra los efectos negativos de la guerra comercial y no tanto en cumplir con los requisitos exigidos por los americanos.
Los grandes ámbitos de acción han sido el introducir un plan de estímulo contundente para amortiguar el impacto negativo de las medidas tomadas por EE UU, así como la búsqueda de alianzas con tantos países como sea posible y, en especial, con los –hasta ahora– grandes aliados de EE UU entre los que se encuentra Europa. En lo que se refiere al plan de estímulo, las fuerzas se están dirigiendo al sector privado, y en especial al sector exportador a través de una avalancha de crédito que es lo que ha mejorado el sentimiento empresarial de China y los mercados de valores recientemente, hasta que Trump abandonara la mesa de negociación. En la búsqueda de alianzas internacionales, China ha lanzado una campaña de inclusión del mayor número de países posible al proyecto de la nueva Ruta de la Seda (la iniciativa Belt and Road) pasando de los 63 originales a más de 150, que incluso incluyen a un aliado natural de EE UU y miembro del G7: Italia. Además, Xi Jinping y Li Keqiang han participado más frecuentemente en cumbres de alto nivel con los países clave (tres con Europa desde noviembre y una con Japón en abril). Como si esto no fuera poco, China sabe bien que el ‘superciclo’ de la economía norteamericana podría estar llegando a un punto de inflexión. Todas son en realidad malas noticias para los negociadores estadounidenses, lo que podría explicar el repentino abandono de la mesa de negociación. Solo que, de ser así, tal decisión más bien sería un farol que un punto de fuerza.