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Gobierna Britania y gobierna el ‘Brexit’

Rule Britannia! Britannia rule thewaves!...”: “¡Gobierna Britania, Britania gobierna las olas!”. Este patriótico himno, compuesto en 1740, al parecer, se popularizó en 1741 durante los combates que una descomunal fuerza de la Royal Navy libró en Cartagena de Indias, donde fue literalmente aniquilada por unas exiguas fuerzas españolas al mando de un almirante mutilado.

Esta paradoja es una muestra de que el amplio prestigio del que, en muchos ámbitos, merecidamente goza Gran Bretaña, no solo se debe a sus indudables éxitos; también obedece a su igualmente  indudable capacidad de ocultar los numerosos fracasos que ha sufrido a lo largo de su historia. Así, en lo que respecta al secular enfrentamiento que mantuvo contra España, vemos cómo las derrotas de Francis Drake en cada ocasión que trató de dirigir una operación naval de envergadura –la desastrosa Contra Armada o su descalabro final en Puerto Rico-, no han impedido convertirlo en un icono de triunfos oceánicos.

El propio Edward Vernon, Almirante que dirigió la flota derrotada en Cartagena de Indias, tiene un fastuoso monumento en la Abadía de Westminster y el último intento británico de ocupar alguna porción de la América Española, saldado con otro humillante fracaso militar ante Buenos Aires, tampoco ha supuesto un obstáculo para que la historiografía anglosajona describa esta triste consecución de desastres como una gloriosa saga en la que sólo se destacan los triunfos.

Pero hechos más recientes parecen indicar que el carácter británico, probablemente como muestra de su apego a las tradiciones, mantiene una robusta tradición de “sostenella y no enmendalla” que, como estamos viendo, no es monopolio celtibérico. El llamado “Brexit”, una irresponsable decisión provocada por un irresponsable Primer Ministro que pretendió gobernar una moderna nación occidental con los criterios asamblearios de un inexperto Delegado de Facultad, puede producir estragos de difícil reparación que –mucho me temo- no se van a paliar con la habitual ocultación propagandística.

El IEB, centro de estudios en el que trabajo, mantiene desde hace años una sólida relación académica con la London School of Economics, motivo que me lleva a viajar con frecuencia a Londres y es fácil comprobar que los profesionales de la City y distintos analistas que allí trabajan en absoluto coinciden con la euforia anti europeísta que ha dado lugar a esta situación. Es evidente que, como cualquier organización humana, la Unión Europea padece carencias y precisa de mejoras, pero también es indudable que se ha logrado crear un marco de funcionamiento trasnacional que genera confianza a particulares y a empresas. Por este motivo, el conocimiento de los futuros efectos del Brexit ya está suponiendo que los bancos, aseguradoras y los gestores de activos con sede en Reino Unido abran nuevas sucursales en otros países de la Unión, y es más que probable que estas sucursales acaben convertidas en domicilio social, dejando para Gran Bretaña la mera función de sucursal  bancaria.

La Bolsa de Londres ya no es un referente europeo, cediendo el paso a Frankfurt como primera opción, algo que sarcásticamente sustituye al anterior proyecto de unir esas dos bolsas.El pánico que ha surgido entre los ciudadanos británicos ante el coste económico que la broma anti europea va a suponer para las arcas de su país, evidencia que la decisión que adoptaron se basaba más en la ignorancia y el apasionamiento que en esa celebre flema británica que si ha brillado por algo, ha sido por su ausencia.Por otra parte, uno de los principales objetivos de la ruptura con la Unión Europea, que era dificultar el desempeño laboral en Reino Unido de ciudadanos comunitarios,parece haber embarrancado en un mar lleno de escollos, muy difícil de navegar pese al acrisolado prestigio naval británico.

De todos modos, desde el punto de vista práctico, este hecho no debería ser motivo de preocupación, pues recientes estudiosdemuestran que, aunque sea doloroso para el orgullo isleño, es mayor la eficacia del trabajador inmigrante que la del nativo del Reino Unido.

Desde el punto de vista de la cohesión territorial interna el panorama tampoco parece muy halagüeño: Irlanda del Norte anhela un estatus especial por el temor a que el malhadado Brexit reabra las heridas entre republicanos y unionistas. Escocia, que -en otro de los frívolos plebiscitos a los que tan aficionado era David Cameron- salvó por la mínima su permanencia en el Reino Unido con el objetivo de no desvincularse de la Unión Europea, está asistiendo como espectador de este catastrófico proceso con un entusiasmo perfectamente descriptible. Incluso se podría producir la pintoresca carambola de la pérdida de la soberanía británica sobre Gibraltar –plaza obtenida merced a un célebre Tratado de Paz de una guerra en la que, por cierto, Gran Bretaña luchó en el bando perdedor-.

La verdad es que antes de que el Brexit se haya hecho efectivo está mostrando efectos políticos y económicos más que preocupantes para la nación que lo impulsó. Pero nada de esto parece hacer tambalear la firme decisión de sus dirigentes de mantenerse firmes en el empeño y sacar al Reino Unido del confortable marco de la Unión Europea.

Cuando a Theresa May se le preguntó si existía alguna remota posibilidad de flexibilizar su postura al respecto se limitó a contestar: “¡Brexit significa Brexit!”. Innecesaria aclaración dirigida a un público de oligofrénicos. En cualquier caso, la frase de marras denotaba tanto un absoluto desconocimiento de las arriesgadas consecuencias que implica ese planteamiento como el habitual olímpico desprecio que nuestros todavía socios británicos parecen sentir hacia sus propios errores y fracasos. “Rule Britannia!”, ¡Gobierna Britania! una vez más, sí; pero  ¿podrá gobernar el Brexit?

Álvaro Martínez-Echeverría, director general IEB