Suponen casi el 90% del tejido económico español, generan 2 de cada 3 empleos, y el futuro de nuestro país depende en gran parte de ellas. Son datos del Instituto de Empresa Familiar que demuestran cómo este tipo de empresas son desde hace décadas una de nuestras puntas de lanza gracias, no solo a su hegemonía dentro del sistema, también a su enorme resiliencia ante las inestabilidades. De hecho, según datos de Deutsche Bank, este tipo de organizaciones tienen una notable capacidad de afrontar crisis complejas en comparación con empresas que no tienen a una familia como inversor de referencia, especialmente si cotizan en bolsa. Una de las razones de esta fortaleza está en la estabilidad administrativa que proporcionan los protocolos de sucesión con los que cuentan, documentos clave para facilitar un proceso que involucra cuestiones emocionales, estratégicas y estructurales. Y es que estas compañías, más allá de los beneficios económicos, representan un legado familiar, lo que impulsa a los dueños a priorizar el éxito a largo plazo. En tiempos de crisis, esta visión les permite tomar decisiones estratégicas que protegen el negocio, incluso sacrificando ganancias a corto plazo. Otro factor distintivo es la agilidad en la toma de decisiones. Al ser gestionadas por un grupo reducido, estas empresas pueden adaptarse rápidamente a los cambios del mercado, lo que permite ajustes inmediatos que garantizan su supervivencia. Por último, la estabilidad financiera es también crucial, por lo que suelen adoptar enfoques más conservadores, manteniendo mayores niveles de capital propio y dependiendo menos de la deuda. Esto les otorga una base sólida para asegurar liquidez en tiempos de recesión. En este sentido, contar con socios de confianza como Deutsche Bank, que garanticen una buena gestión de ese patrimonio, es una garantía de éxito de cara a un futuro repleto de incertidumbre.
Estas compañías representan un legado familiar, lo que impulsa a priorizar el éxito a largo plazo