Aprender a manejar tus finanzas, incluso cuando nuestro primer salario no es como esperábamos, el primer empleo nos dejará un don administrativo que nos marcará.
Aprendemos a fracasar de forma rápida, ya que es algo que tendremos que experimentar a lo largo de nuestra carrera. Tranquilo, esto nos aportará conocimientos y experiencia.
Empezamos con nuestro propio negocio: el ímpetu y las ganas de la juventud son el balón de oxígeno para lanzarnos con nuestra idea de empresa.
Poner a prueba a las autoridades, lo que se interpreta como un signo de rebelión. Contradecir a los padres y querer destacar en ámbitos poco comunes son algunos ejemplos de esto.
Aprender a organizarnos a la perfección: será una etapa de autoconocimiento personal, lo que se traduce en un modus operandi laboral que nos definirá como profesionales en un futuro. Cuidado con esta parte.
Mantener importantes relacionales laborales. Esta será la etapa en la que más aprendamos, y lo haremos de las experiencias cercanas y de la gente que nos rodee. No temas de codearte con personas de pensamientos alternos al tuyo.
La persistencia será tu mayor valor. Así, cuando fracasemos en algo, nos autoevaluaremos y podremos continuar como si nada hubiera pasado, eso sí, con una lección aprendida.
Trabajarás activamente en tus defectos: será cuando tengas que enfrentar esos eslóganes que nos bombardean con “acepta quien eres” o “tú eres tú en cada sentido”. Sí, acéptate, pero intenta mejorar.
Ser calculadores y resolutivos: tus decisiones se basarán en tus búsquedas y planificaciones laborales. Cuando aprendes estos dos adjetivos, sabes que gastar dinero de forma rápida sin hacer un balance puede ser tu peor opción.
Pedir una segunda opinión. Finalmente, retroalimentar tus ideas con otras distintas será la baza de tu sabiduría. Competencia, habilidad e inteligencia serán algunos beneficios de recurrir a una segunda –o tercera- persona.