Ciberataques capaces de paralizar infraestructuras críticas, sistemas de inteligencia artificial que amplifican la capacidad letal de máquinas autónomas, interferencias masivas en el GPS, apagones provocados digitalmente. Así se libra hoy la guerra. La tecnología, como en cada gran punto de inflexión histórico, ha dejado de ser un complemento del conflicto para convertirse en uno de sus principales protagonistas. La pregunta ya no es si la forma de combatir está cambiando, sino hasta qué punto y con qué riesgos.
El gasto militar mundial refleja esta transformación. En 2024 superó los 2,7 billones de dólares, cerca de un 10% más que el año anterior, según estimaciones internacionales. Estados Unidos, China, Rusia, Alemania e India concentran alrededor del 60% de esa inversión. Sin embargo, a diferencia del pasado, la supremacía militar ya no se mide únicamente por el número de tanques, misiles o aviones adquiridos. El equilibrio de poder empieza a desplazarse hacia tecnologías más flexibles, escalables y, en muchos casos, mucho más baratas.
La guerra entre Rusia y Ucrania lo ha dejado claro: la ventaja, hoy en día, pertenece a quien sabe integrar tecnología, información y velocidad de adaptación. El campo de batalla moderno es menos lineal, más distribuido y profundamente dependiente de sistemas digitales. Y ese es solo el comienzo.
Los ejércitos más avanzados ya no conciben la guerra sin algoritmos capaces de analizar enormes volúmenes de datos en tiempo real, anticipar movimientos enemigos y coordinar fuerzas humanas y no humanas con una precisión inédita. Los tanques actuales representan una forma completamente nueva de hacer la guerra. Ya no hablamos de máquinas que disparan grandes proyectiles de artillería, sino de instrumentos equipados con sensores térmicos y de movimiento. Cuentan con cámaras diurnas y nocturnas para identificación visual normal y amplificada. Sensores ópticos y electrónicos con cámaras térmicas y telémetros láser. Sensores láser y de alerta que detectan cuando un enemigo apunta con láser o armas guiadas. Todo ello con capacidad para fusionar datos: toda la información de los sensores se integra en tiempo real para proporcionar al comandante y al artillero una visión táctica completa.
IA y robótica: el nuevo núcleo del poder militar
Más allá de los drones, la verdadera revolución militar en marcha tiene un nombre claro: inteligencia artificial aplicada a sistemas robóticos y de decisión.
Estados Unidos, por ejemplo, ha incrementado de forma sostenida su inversión en IA militar. Solo el Departamento de Defensa destinó en 2024 más de 1.800 millones de dólares a proyectos relacionados con inteligencia artificial, aprendizaje automático y sistemas autónomos. China, por su parte, ha integrado la IA como pilar estratégico dentro de su doctrina de “guerra inteligente”, con un fuerte énfasis en robots terrestres, vehículos autónomos y sistemas de mando algorítmico. General Atomics Aeronautical Systems, con sede en Estados Unidos, es tradicionalmente el líder mundial en sistemas aéreos no tripulados de largo alcance y alta resistencia, como el MQ‑9 Reaper; En el segmento europeo e israelí, empresas como Elbit Systems e Israel Aerospace Industries (IAI) aportan sistemas muy valorados internacionalmente. Elbit, con su serie Hermes, provee drones para vigilancia, adquisición de objetivos y operaciones de largo alcance. Lockheed Martin y BAE Systems son nombres prominentes que, desde la defensa tradicional, han incorporado programas de drones y sistemas autónomos colaborativos. Estas son solo algunas de las empresas más conocidas en términos militares, la cuestión es que muchas están llevando a cabo esta transición de lo civil a lo militar, lo que hace que el nuevo mercado de la defensa se esté convirtiendo en un enorme mar de oportunidades para quienes comienzan a producir instrumentos de muerte.
Robots en tierra: del apoyo logístico al combate
Los robots militares ya no son prototipos experimentales. Existen plataformas terrestres no tripuladas diseñadas para tareas de reconocimiento, desminado, evacuación de heridos y apoyo logístico, reduciendo la exposición directa de los soldados. Pero algunos sistemas van más allá: vehículos armados controlados a distancia o con distintos grados de autonomía ya están siendo probados en escenarios reales.
Rusia, China, Estados Unidos, Israel y Corea del Sur desarrollan robots de combate terrestre capaces de operar en entornos urbanos, donde el riesgo humano es mayor y la información es fragmentaria. Estos sistemas no sustituyen al soldado, pero sí alteran la ecuación táctica: permiten avanzar, detectar amenazas y abrir rutas sin asumir pérdidas humanas inmediatas.
Uno de los cambios más profundos es invisible: la velocidad de decisión. Sistemas basados en IA ya se utilizan para priorizar objetivos, gestionar defensas antimisiles y coordinar respuestas ante ataques múltiples. En conflictos de alta intensidad, donde los segundos cuentan, los algoritmos superan la capacidad humana para procesar información.
Pero, ¿qué podría suceder si uno de estos sistemas automáticos generados a través de la fusión de datos dejara de funcionar correctamente y comenzara a afectar de manera desmesurada al adversario?
El campo de batalla moderno ya no se limita a una línea física. Es un sistema interconectado que combina espacio físico, ciberespacio, satélites, redes de datos y plataformas autónomas. Un fallo en un algoritmo, una interferencia en las comunicaciones o un ataque digital puede ser tan decisivo como una ofensiva convencional.
La robótica y la inteligencia artificial no eliminan la necesidad de soldados, pero sí transforman su rol. El combatiente del futuro será menos un ejecutor directo y más un gestor de sistemas
Un poco como escribía Hannah Arendt, la mecanicidad de la guerra aleja del dolor: desde la distancia, basta con pulsar un botón mortal. Se produce así una despersonalización del sufrimiento: quien acciona la máquina no percibe el dolor del adversario ni sabe cuánta angustia está causando. El ser humano se desresponsabiliza a través de un clic, descargando la culpa sobre máquinas que ejecutan estrategias militares y letales. Un proceso peligroso al que se enfrentan las guerras modernas.
