Una vez más, Donald Trump presenta un «plan de paz» que podría alterar considerablemente el equilibrio, esta vez en el Viejo Continente, para restablecer las relaciones de poder en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Las delegaciones europeas y ucranianas llegaron este domingo a la mesa de negociación con una sensación compartida: el borrador de acuerdo impulsado por Washington inclina la balanza peligrosamente hacia Moscú. A solo unos días del plazo marcado por Estados Unidos, el jueves, para que Kiev dé una respuesta, el documento de 28 puntos se ha convertido en el epicentro de una pugna diplomática que enfrenta intereses estratégicos, sensibilidades políticas y el miedo latente a un conflicto sin final claro.
El desafío es monumental: hacerlo aceptable para Ucrania sin dinamitar la confianza de sus aliados europeos. Varias de las propuestas incluidas rozan límites que Kiev ha prometido no cruzar y que Europa considera fundamentales para su propia seguridad.
Que Trump no ve con buenos ojos a Zelensky no es ningún secreto, pero lo que esta vez parece claro es que, para Ucrania, el plan propuesto por Trump parece una auténtica rendición, más que un acuerdo equilibrado.
Donetsk: el punto más doloroso del acuerdo
La cláusula que más rechazo despierta es, paradójicamente, una de las que aparece más al final del borrador. Estados Unidos plantea la retirada de las fuerzas ucranianas de las zonas de Donetsk que todavía controlan. Para Kiev, esta idea equivale a renunciar a una región que no solo ha resistido la ofensiva rusa desde 2014, sino que se ha convertido en símbolo de resiliencia. Las ciudades de Slaviansk, Kramatorsk, Druzhkivka y Kostyantynivka, núcleos urbanos que han funcionado como barrera estratégica frente al avance ruso, quedarían fuera del control ucraniano. El plan propone transformar este territorio en una franja neutral desmilitarizada, algo que altos mandos militares consideran un riesgo enorme: si Rusia decidiera violar ese corredor, las ciudades de Dniéper y Zaporiya quedarían expuestas sin amortiguadores defensivos. En términos estratégicos, supondría abrir una puerta hacia el corazón del país.
La fórmula estadounidense habla de reconocer estas zonas como “rusas de facto”, un lenguaje que Washington describe como pragmático pero que expertos en derecho internacional consideran una concesión simbólica considerable. Para el Kremlin, el matiz supone pasar de controlar un territorio a considerarlo reconocido; para Kiev, aceptar esa definición equivale a legitimar años de ocupación.
Otro de los elementos más ambiguos del plan es el capítulo sobre protección internacional. La propuesta exige que Ucrania renuncie formalmente a integrarse en la OTAN, mediante cambios constitucionales y modificaciones en el propio Tratado del Atlántico Norte. Además, se prohíbe el despliegue de tropas de la Alianza en suelo ucraniano, laminando cualquier posibilidad de una misión internacional de estabilización o entrenamiento. En la práctica, el plan estadounidense pide a Kiev renunciar a la OTAN sin ofrecer un escudo alternativo equivalente.
Zelensky, que en los últimos meses ha hecho todo lo posible por sentirse parte formal de la OTAN, considera que las cláusulas redactadas por D. Trump son un pacto inviable. En este escenario, los líderes europeos no han sido tenidos en cuenta en absoluto, lo que demuestra que el Viejo Continente depende más que nunca de las decisiones tomadas directamente desde Washington.
La batalla por los activos rusos congelados
Europa llevaba meses preparando un ambicioso plan para usar los activos rusos congelados como garantía para un préstamo de reparaciones valorado en 140.000 millones de euros. El borrador estadounidense, sin embargo, colocaría esa iniciativa en pausa y la reemplazaría por un esquema completamente distinto. Washington propone administrar 100.000 millones de dólares mediante un vehículo de inversión conjunto con Ucrania, reservando la mitad de los beneficios para Estados Unidos. Otros 100.000 millones vendrían del bloque europeo; el resto quedaría destinado a un fondo compartido entre Estados Unidos y Rusia.
Para las capitales europeas, la idea implica una apropiación política y financiera que debilitaría su capacidad de sostener a largo plazo tanto la reconstrucción ucraniana como su propia estrategia de seguridad.
La amnistía: un trago amargo para las víctimas
La propuesta de cerrar toda vía legal de responsabilidad penal para crímenes cometidos durante la guerra ha encendido las alarmas en Ucrania y en organizaciones internacionales de derechos humanos. A ojos de muchos ucranianos, permitir que no haya consecuencias para las atrocidades cometidas desde febrero de 2022, incluyendo ejecuciones, destrucción masiva, violaciones y deportación de menores, sería un acto de traición moral.
El plan propone fijar un techo máximo de 600.000 efectivos para las Fuerzas Armadas ucranianas. Aunque sobre el papel seguiría siendo un ejército considerable, casi el doble de la mayor fuerza militar de la UE, la medida es vista como una injerencia directa en la soberanía nacional.
Diplomáticos europeos consideran que limitar la capacidad defensiva de Ucrania en un momento en el que Rusia mantiene un ejército mayor y sin límite equivalente es un error estratégico. Para los militares ucranianos, el riesgo es aún más claro: una reducción impuesta sin garantías equivalentes por parte de Moscú dejaría al país expuesto ante cualquier intento de agresión futura.
Un plan que puede redibujar el equilibrio europeo
El borrador presentado por Washington, lejos de ofrecer una solución inmediata, ha desatado una tormenta diplomática. Europa teme que acepte premisas que debilitan su arquitectura de seguridad. Ucrania teme perder territorio, soberanía y justicia. Y Estados Unidos busca, con urgencia, cerrar un conflicto que considera insostenible a largo plazo.
Si el plan sigue adelante, podría marcar un giro histórico: no solo redefiniría las fronteras de Ucrania, sino también el reparto de poder entre Washington, Moscú y las capitales europeas. A pocos días de que expire el plazo impuesto, lo que está en juego ya no es solo el final de la guerra, sino el modelo de seguridad que regirá Europa durante las próximas décadas.
En este clima de alianzas inciertas, Estados Unidos impulsa una «paz» que muchos ucranianos consideran temeraria, mientras Trump procura no tensar aún más su relación con Putin. Tras años de confrontación estratégica, Washington parece asumir, más por necesidad que por convicción, que la vía de la fuerza ya no es una opción viable frente a Rusia.
