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Israel e Irán: la energía se convierte en rehén de una guerra sin tregua

Antes de la escalada actual, Irán producía más de 3,3 millones de barriles diarios, una cifra respetable aunque muy por debajo de su capacidad potencial, estimada en más de 5 millones. El grueso de sus exportaciones alrededor de 1,7 millones de barriles diarios iba dirigido casi en su totalidad a China, su mayor aliado económico.

Cuando hablamos de guerra, nunca debemos apelar a ninguna razón concreta, ninguna guerra puede justificarse; lo que sí podemos decir son las razones políticas por las que se atacan dos o más potencias, en este caso, en este preciso momento de la historia, la energía es el objetivo número uno. En Oriente Medio ya han empezado, es el primer campo de batalla en el que hacen la guerra. Israel ataca, Irán responde, el ataque no es aleatorio y la posición geográfica encierra la razón de la agresión.

A diferencia de ataques anteriores centrados en objetivos militares o instalaciones nucleares, la reciente ofensiva israelí ha apuntado directamente a infraestructuras energéticas clave. En cuestión de días, al menos dos centros de procesamiento de gas y depósitos de combustible fueron blanco de bombardeos quirúrgicos.

¿Por qué ahora? La respuesta está en la guerra moderna: desestabilizar la columna vertebral económica de un enemigo puede ser tan efectivo como neutralizar sus fuerzas armadas. Israel, consciente de que la economía iraní se sostiene en gran medida por su sector energético, ha elegido golpear allí donde más duele, sin cruzar la línea roja de una crisis global de petróleo… por ahora.

Si este conflicto siguiera adelante, si Israel tomara el control de Teherán, podría afirmar que ha ganado; sin un Irán fuerte y decisivo en Oriente Próximo la bola de juego pasaría a Israel, los Houthis, Hamás y Hezbolá ya no serían tan decisivos; de lo contrario, si Israel no logra hacer tambalear al gobierno iraní, los otros agentes que acabamos de mencionar se sentirían paradójicamente fortalecidos y para Israel podría llegar el amanecer de todos los problemas. En el centro de la partida de ajedrez no sólo está la cuestión nuclear, sino el acceso al petróleo y al gas en una zona rica en estas sustancias.

El tesoro energético iraní: riqueza bajo presión

Irán alberga unas de las mayores reservas de petróleo y gas natural del planeta. Según cifras de la U.S. Energy Information Administration (EIA):

  • Petróleo: cerca de 209.000 millones de barriles en reservas probadas, representando aproximadamente el 12% del total mundial.
  • Gas natural: más de 1.200 billones de pies cúbicos, lo que equivale al 18% de las reservas globales.

Este potencial convierte a Irán en un actor fundamental del mercado energético, pero su capacidad de producción ha estado severamente limitada por sanciones internacionales, falta de inversión extranjera y aislamiento financiero. Además, su red energética interna padece interrupciones frecuentes, escasez de combustible y una infraestructura obsoleta.

Antes de la escalada actual, Irán producía más de 3,3 millones de barriles diarios, una cifra respetable aunque muy por debajo de su capacidad potencial, estimada en más de 5 millones. El grueso de sus exportaciones alrededor de 1,7 millones de barriles diarios iba dirigido casi en su totalidad a China, su mayor aliado económico.

Sin embargo, tras los ataques a varias plantas y terminales, la capacidad operativa se ha desplomado. La producción interna sigue, pero las rutas de exportación están en pausa. En algunos días recientes, las exportaciones habrían caído por debajo de los 200.000 barriles diarios, una cifra dramática para un país cuyo presupuesto depende en gran parte del crudo. Además, una parte significativa del comercio petrolero iraní se realiza mediante redes informales o ilegales: una “flota fantasma” de barcos sin bandera clara, que esquivan sanciones y rastreo internacional, transporta petróleo hacia Asia. Se estima que hasta la mitad del comercio exterior petrolero iraní podría estar vinculado a estas redes ocultas, muchas de ellas bajo control o supervisión de la Guardia Revolucionaria Islámica.

La primera victima de este conflicto es: el derecho internacional humanitario

Según el derecho internacional humanitario, las infraestructuras energéticas que abastecen exclusivamente a civiles como hospitales, redes eléctricas o plantas de agua potable no pueden ser blanco de ataques. Sin embargo, si estas sirven fines militares, pueden considerarse objetivos legítimos.

Israel ha defendido sus acciones afirmando que los objetivos atacados abastecían tanto a sectores militares como a logísticos, especialmente aquellos que permiten el reabastecimiento de equipos de combate o instalaciones estratégicas como la planta nuclear de Natanz. No obstante, organizaciones internacionales han advertido que estas operaciones pueden constituir violaciones si se demuestra que los daños afectan desproporcionadamente a la población civil. Casos similares, como los ataques rusos a centrales eléctricas en Ucrania, han sido objeto de investigaciones por crímenes de guerra.

Un mercado tenso pero contenido

Aunque los ataques han puesto en alerta a los mercados globales, Israel ha evitado golpear directamente los terminales de exportación o las rutas marítimas, como el estrecho de Ormuz, por donde transita un tercio del crudo global transportado por mar. A pesar de ello, el precio del barril Brent subió momentáneamente un 5,5%, generando especulaciones sobre una posible escalada. Un conflicto prolongado en la región podría alterar gravemente el equilibrio de la oferta global de energía, en un momento en que la inflación ya acecha a varias economías occidentales.

¿Una apuesta peligrosa o un movimiento calculado?

La estrategia israelí parece inspirarse en tácticas ya utilizadas en el sur del Líbano: golpear puntos clave para erosionar lentamente la capacidad operativa del enemigo, sin provocar una guerra abierta regional. Además, dado que una guerra regional implicaría probablemente escenarios aún más catastróficos, probablemente entrarían en juego terceros actores como Estados Unidos, Rusia o China. En resumen, son conscientes de que la cuerda podría romperse.

Sin embargo, esta ofensiva trae consigo enormes riesgos. Irán podría responder atacando infraestructuras similares en Israel, lo que convertiría el conflicto en una peligrosa carrera de represalias mutuas, con la energía como rehén.

Además, Irán ha dado pasos recientes para mejorar relaciones diplomáticas con sus vecinos del Golfo, como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Un conflicto extendido pondría a prueba esa frágil diplomacia regional, afectando tanto la seguridad como la estabilidad del mercado energético de Oriente Medio.

Los ataques de Israel a la infraestructura energética iraní abren un nuevo y delicado frente de batalla en el conflicto. Más allá de los objetivos inmediatos, esta ofensiva plantea preguntas fundamentales sobre la legalidad de los blancos, el impacto humanitario y el futuro del mercado energético global.

En una región donde la energía es tanto una fuente de riqueza como de tensión, el fuego en las plantas de gas de Irán podría encender mucho más que los cielos de Teherán.

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