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Cómo Francia podría desperdiciar su ventaja en energía nuclear

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El auge mundial de la Inteligencia Artificial (IA), la proliferación de centros de datos, la urbanización en los mercados emergentes y la electrificación cada vez más generalizada son los principales factores que impulsan la insaciable demanda de electricidad en todo el mundo. Entretanto, el interés mundial por la energía de emisiones cero en respuesta al cambio climático ha puesto el acento en el desarrollo y mantenimiento de una energía nuclear segura y fiable prácticamente en todas partes, que puede proporcionar una carga base constante de energía no fósil muy necesaria en todo el mundo. De hecho, grandes empresas dependientes de la energía, como Microsoft y Google, están empezando incluso a comprar sus propios reactores nucleares, mientras que países europeos como Alemania, Austria y Suiza cierran los que ya tienen.

Francia, única entre las naciones occidentales, mantuvo su compromiso con la producción de energía nuclear mientras el resto del mundo cerraba muchas instalaciones nucleares como reacción a desastres como los de Three Mile Island, Chernóbil y Fukushima. Según la Asociación Nuclear Mundial, Francia produce ahora aproximadamente el 70% de su energía a partir de fuentes nucleares. A medida que el mundo se preocupa más por reducir la dependencia de los combustibles fósiles, Francia parecería estar entre las naciones mejor posicionadas para liderar la producción de energía al tiempo que se reducen las emisiones de carbono. Desgraciadamente, no es así.

La realidad es que la planificación y el suministro de energía en Francia han tenido un historial irregular y complicado en los últimos años. Esto, a su vez, plantea serias dudas sobre la capacidad de París para liderar a Europa en la nueva era energética, a pesar de las aparentes aspiraciones del presidente Emmanuel Macron de situar a Francia a la cabeza de Europa en materia de energía libre de carbono.

2022 fue un año decisivo: justo cuando comenzó la invasión rusa de Ucrania, que amenazaba con desencadenar emergencias de suministro energético para muchos países europeos, la mitad de las centrales nucleares francesas estaban fuera de servicio. Por primera vez en décadas, Francia se vio obligada a convertirse en un importador neto de energía, en un momento en que sus vecinos luchaban por obtener energía por sí mismos sin depender de Moscú para mantener las luces y la calefacción encendidas. Para empeorar las cosas, el gobierno francés decidió que había llegado el momento de empezar a nacionalizar el operador de energía nuclear del país, Électricité de France (EDF), enfadando así a los accionistas empleados de la empresa en el proceso.

El gobierno también decidió intentar proteger a los consumidores franceses de los crecientes costes de la energía, obligando a EDF a comprar energía a altos precios de mercado y distribuirla con pérdidas. Esta situación desastrosa llevó a EDF a demandar a su propio gobierno por unos 8.300 millones de euros en pérdidas, y a sus accionistas empleados a amenazar con demandar por más.

2022 fue también el año en que Macron, entonces candidato a su segundo mandato presidencial, abogó por un «renacimiento nuclear» que incluyera la construcción de hasta 14 nuevos reactores nucleares como paso clave para abandonar el uso de combustibles fósiles. En realidad, su llamamiento llegó bastante tarde: tras el accidente nuclear de Fukushima en Japón en 2011, Francia había dejado en suspenso nuevos proyectos nucleares. Mientras tanto, su flota de reactores existentes envejecía y necesitaba un mantenimiento más frecuente. Además, las inspecciones y reparaciones se habían retrasado debido a la prolongada ola de paradas de COVID. En 2021, la edad media de los 56 reactores franceses era de 36,1 años. El Gobierno tenía previsto realizar las inspecciones y reparaciones necesarias para ampliar la vida útil de algunos reactores del parque hasta los 50 años, cuando se detectaron problemas de corrosión bajo tensión en varios de los reactores, lo que obligó a cerrarlos. Algunos de los reactores franceses siguen sin funcionar.

En 2024, EDF inauguró por fin un nuevo tipo de reactor en Flamanville, en la costa de Normandía, tras enormes sobrecostes (13.200 millones de euros/14.600 millones de dólares, unas cuatro veces más de los 3.300 millones presupuestados inicialmente) y 12 años de retrasos. Sin embargo, el reactor se apagó solo en su segundo día de funcionamiento. Tras reestructurar completamente su núcleo, EDF acabó reconectándolo a la red en abril de 2025.

Aunque Francia sigue apostando por la energía nuclear, no consigue salirse con la suya en lo que a costes y suministro se refiere. El ejemplo del reactor de Flamanville habla por sí solo. Al mismo tiempo, París se ha contradicho repetidamente a la hora de integrar las energías renovables en su marco energético. Por ejemplo, en 2023, Francia promulgó una ley de energía verde que obligaba a las empresas cotizadas en bolsa a consultar a sus accionistas sobre sus estrategias climáticas, sólo para dar marcha atrás en muchas de sus disposiciones en cuestión de meses, en una demostración de mala planificación, elaboración de políticas poco meditadas y una falta general de visión práctica y estratégica.

Las constantes idas y venidas, los retrasos y las salidas en falso, junto con los enormes sobrecostes asociados a la construcción de centrales nucleares, han convertido la política energética francesa en incoherente y han supuesto una carga para sus vecinos. Esto quedó patente el 28 de abril, cuando un apagón masivo afectó a toda España y Portugal, así como a partes de Francia y países vecinos. Aunque todavía se está investigando la causa inmediata del apagón, la fragilidad de la red española y su limitada conectividad con Francia contribuyeron en gran medida. La Ministra de Energía española, Teresa Ribera, ya ha señalado las enormes dificultades para mejorar las conexiones energéticas transfronterizas con Francia, que siguen obstaculizando la integración de España en el mercado energético europeo, dejando al país con pocas opciones de importar electricidad de Francia en tiempos de crisis.

El reciente apagón subraya los retos que plantea la integración de fuentes renovables intermitentes, que suelen introducir volatilidad en las redes eléctricas a través de importantes fluctuaciones en la producción y la transmisión. Aunque Francia, con su carga de base nuclear, salió mejor parada durante el apagón que sus vecinos ibéricos, el apagón volvió a plantear la cuestión de cómo París generará energía de forma fiable y rentable en el futuro.

A pesar de sus aspiraciones, la incoherente política energética francesa y las restricciones presupuestarias limitan la capacidad de Macron para maniobrar a escala internacional, y no le dejan más opción que cortejar las inversiones qataríes e incluso buscar acomodos con Irán.

Es más, sin una política energética coherente a largo plazo que genere suficiente energía, Francia se está creando un dilema energético que sirve de terreno político fértil para la derecha populista de la Agrupación Nacional, que ha ido ganando impulso entre los votantes franceses y estuvo a punto de ganar las últimas elecciones nacionales antes de que un tribunal prohibiera a la líder del partido, Marine Le Pen, presentarse a las elecciones presidenciales de abril de 2027.

Para Francia en su conjunto, todo este desorden y la falta de una planificación convincente reflejan el notable despilfarro de una ventaja energética en otro tiempo dominante. El largo liderazgo de Francia en energía nuclear debería haberle dado una ventaja internacional. En cambio, aunque su Presidente habla mucho, sus dirigentes parecen incapaces de trazar un rumbo claro, poniendo en peligro su liderazgo general de la UE en política energética.