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Esto es lo que podría haber costado el día del apagón en España

Dependemos de la electricidad no solo para producir o movernos, sino también para pagar, informar, comunicarnos y operar incluso las funciones más básicas del día a día. Cuando el sistema falla, la economía se tambalea.

El lunes 28 de abril será recordado por todos como el día del gran apagón. Mientras la gente seguía buscando las posibles causas del fallo, las teorías se disparaban en la red; esa misma red que estuvo bloqueada durante varias horas y que alejó a las personas de sus smartphones, impidiéndoles acceder a verdades que, durante ese tiempo, ni siquiera Google podía proporcionar.

De repente, se produjo una vuelta al pasado: con los teléfonos móviles fuera de servicio, la gente salía a la calle y encendía sus radios para enterarse de lo que estaba ocurriendo. Las persianas de las tiendas bajadas, los semáforos sin funcionar, el metro atascado y los primeros informes transmitidos de boca en boca sobre la interrupción masiva entre estaciones de tren y aeropuertos.

Cuando las estridentes voces de las emisoras de radio anunciaron que el gran apagón era un fenómeno que también afectaba a otros países, como Portugal y parte de Francia, la preocupación se hizo visible. No fue pánico, pero casi.

La vuelta al pasado se notó sobre todo en el ámbito monetario: quienes disponían de efectivo pudieron comprar productos de primera necesidad, mientras que quienes solo tenían tarjetas tuvieron que esperar más de ocho horas para adquirir incluso un simple bocadillo.

Pero más allá del caos anecdótico y del desconcierto colectivo, las consecuencias de este corte masivo de suministro eléctrico están dejando un rastro más serio y menos visible: un posible impacto económico millonario que aún se está cuantificando.

Comercios cerrados, fábricas paradas, producción en pausa

Durante las seis a diez horas que duró la interrupción total o parcial del suministro, España se detuvo en seco. Desde pequeños negocios hasta grandes industrias, pasando por oficinas, talleres, supermercados y cadenas de producción, todos se vieron obligados a parar su actividad. El comercio minorista bajó la persiana ante la imposibilidad de operar cajas registradoras o sistemas de cobro digital. La hostelería canceló servicios en plena hora punta. Y en sectores como la industria del automóvil, la petroquímica o la siderurgia, las paradas fueron inmediatas y automáticas por protocolo de seguridad.

Solo en el colectivo de autónomos, se estima que las pérdidas podrían superar los 1.300 millones de euros, con un golpe especialmente duro en el comercio, la restauración y otros servicios presenciales. A esto habría que sumar el coste aún indeterminado de la mercancía perecedera que no pudo conservarse en frío, los pedidos que no llegaron a tiempo o los contratos de producción interrumpidos.

Un coste diario de miles de millones… ¿cuánto se perderá realmente?

La economía española genera de media unos 4.500 millones de euros al día. Si toda esa actividad se paraliza completamente durante una jornada, ese sería el techo del daño económico potencial. Pero los expertos coinciden: ese escenario es improbable. El apagón no afectó por igual a todo el país, ni todos los sectores detuvieron su actividad. Algunas industrias contaban con generadores de respaldo. Muchos servicios financieros, por ejemplo, siguieron funcionando con relativa normalidad gracias a sistemas de contingencia.

Por ello, las estimaciones más prudentes sitúan el golpe en una horquilla mucho más baja, posiblemente entre 1.000 y 2.250 millones de euros, dependiendo del grado de recuperación de la actividad en los próximos días. Como señalan varios economistas, no toda la producción perdida se traduce automáticamente en una pérdida de PIB, ya que parte puede ser recuperada a corto plazo con reprogramaciones y horas extra.

Una vulnerabilidad expuesta

Más allá de las cifras, el apagón deja una enseñanza clara: la fragilidad de una economía altamente digitalizada y conectada. Dependemos de la electricidad no solo para producir o movernos, sino también para pagar, informar, comunicarnos y operar incluso las funciones más básicas del día a día. Cuando el sistema falla, la economía se tambalea.

Quizás por eso el apagón de ayer ha generado una mezcla de sorpresa y reflexión. Porque en ese lunes sin luz, sin red y sin datos, todos fuimos testigos de cuánto cuesta literal y simbólicamente que el mundo se detenga durante unas horas.

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