En un giro inesperado al relato generacional, la Generación Z esa cohorte que nació con un smartphone en la mano y aprendió a teclear antes de escribir está liderando el regreso a la oficina. No por nostalgia, sino por necesidad, ambición y una visión mucho más sofisticada de lo que significa trabajar con propósito.
Durante años, se creyó que la digitalización total del trabajo sería su utopía. Pero no. Para muchos jóvenes profesionales, el teletrabajo no es sinónimo de libertad, sino de aislamiento. Lo que parecía una ventaja trabajar desde casa, sin desplazamientos ni códigos de vestimenta se ha convertido, para una parte significativa de esta generación, en un obstáculo silencioso para su desarrollo profesional y personal.
La oficina como catalizador de aprendizaje
A diferencia de sus colegas más veteranos, que ya cuentan con redes de contactos sólidas, experiencia acumulada y una casa con escritorio propio, muchos miembros de la Generación Z se enfrentan a sus primeros años laborales sin referentes visibles ni contextos claros. En la oficina, en cambio, encuentran algo que Zoom no puede ofrecer: el aprendizaje informal. Ese conocimiento que se transmite en una mirada, una pausa junto al café o una frase lanzada al vuelo en una sala de reuniones.
Este grupo, nacido entre 1997 y 2012, no solo valora la oficina como un lugar de trabajo, sino como un espacio de integración cultural. Un ecosistema donde entender el ritmo de una empresa, cómo se toman decisiones, cómo se comportan los líderes. Para ellos, el trabajo híbrido no es una moda ni un capricho: es la estructura mínima necesaria para avanzar sin perderse en el ruido digital.
Más conexión humana, menos incertidumbre
Para la Generación Z, que vivió parte de su educación a través de pantallas durante la pandemia, la interacción en persona tiene un valor emocional profundo. La oficina les ofrece una brújula social en un mundo profesional aún difuso. No se trata solo de productividad, sino de pertenencia. Sentarse junto a un colega, compartir una duda, observar dinámicas reales, son elementos que dan sentido a sus primeras experiencias laborales.
Paradójicamente, para quienes han crecido en un entorno hiperconectado, la oficina representa hoy un lugar de desconexión digital y reconexión humana. Y aunque muchos aprecian la flexibilidad de trabajar desde casa algunos días, esa flexibilidad no sustituye ni compensa la sensación de estar realmente dentro del mundo laboral.
La paradoja del jefe ausente
Sin embargo, el entusiasmo de la Generación Z por la oficina choca con una realidad incómoda: muchas veces, sus jefes no están allí. El riesgo de que un joven profesional acuda a la oficina solo para tener reuniones virtuales con superiores que siguen trabajando desde casa no es menor. El problema no es la presencialidad, sino su gestión. El verdadero reto para las empresas no es hacer que los jóvenes vuelvan, sino asegurarse de que, cuando lo hacen, encuentran algo que valga la pena.
Esto implica rediseñar los espacios y los tiempos de trabajo. No basta con mesas abiertas y snacks gratuitos. Lo que este grupo busca es estructura, mentoría y comunidad. Sin eso, la oficina se convierte en una versión cara e ineficiente del teletrabajo.
La rutina como ritual de identidad
En redes sociales, especialmente TikTok, los videos de rutinas de oficina se han vuelto virales. No son solo contenido aspiracional, sino intentos colectivos de comprender y codificar la vida laboral. Desde cómo vestirse hasta cómo gestionar una reunión, la Generación Z está reescribiendo el guion del trabajo corporativo en tiempo real, compartiéndolo entre iguales como si fuera un manual secreto. La oficina, lejos de ser un anacronismo, se ha transformado en un escenario de autoafirmación generacional.
Una lección para los líderes
La Generación Z no está pidiendo volver al modelo de oficina de 2010. Está construyendo una nueva forma de habitarla. Una oficina con propósito, donde los líderes estén presentes, donde se valore la colaboración y se diseñen espacios para la mentoría intergeneracional. Donde ir al trabajo no sea una obligación vacía, sino una decisión con impacto real.
Los ejecutivos que ignoren esta demanda están perdiendo una oportunidad estratégica: crear cultura, fidelizar talento joven y asegurar el relevo generacional. Porque si algo ha quedado claro es que la Generación Z no quiere trabajar sola desde casa, sino junta hacia adelante.