El mundo ha conmemorado de muchas maneras el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania: vigilias diversas, la torre Eiffel suntuosamente iluminada en azul y dorado, la histórica visita de Biden a Kiev, el petulante corte de gas a Polonia por parte de Vladimir Putin por el papel de este país en el suministro de armas a las fuerzas ucranianas.
Pero ninguno de esos acontecimientos marcó el día en que comenzó la invasión con el brío satírico y sincero del 24 de febrero, cuando el servicio postal ucraniano lanzó su nuevo sello con una fotografía de un mural de Banksy realizado mientras el artista estaba en su ya conocida «residencia» en Kiev a finales del año pasado. La imagen que Banksy pintó –o marcó con plantilla, si se prefiere– es bastante dinámica: la de un niño pequeño con su equipo de judo lanzando a un hombre mayor, mucho más corpulento, que se muestra in situ a continuación.
Banksy pintó el mural a finales del año pasado en una zona bombardeada de Borodyanka, una pequeña ciudad situada a unos treinta kilómetros al noroeste de Kiev y escenario de feroces combates a principios de 2022, cuando el planeado saqueo ruso de Kiev fue lentamente paralizado y tan sangrienta y dolorosamente rechazado. Banksy, un maestro a la hora de situar sus obras, sin duda sabía esto sobre Borodyanka antes de ir allí.
Contribuyendo al contexto artístico y político del mural está el hecho de que el actual presidente de Rusia es un declarado aficionado y practicante de judo, al parecer cinturón negro. No menos importante, como metáfora del progreso de la guerra de Putin en Ucrania, la obra de Borodyanka es un ejemplo de libro de texto de cuánto estudio serio se necesita para que las obras de Banksy sean eficaces en el tipo de emboscada-radiodifusión en la que se especializan los artistas de la calle.
La historia de esta guerra aún no está escrita, pero la colocación del mural en Borodyanka significa que Banksy se tomó la molestia de encontrar uno de los puntos topográficos específicos en los que la marea de la guerra había cambiado recientemente. El emplazamiento tiene que ver con un uso de la narrativa real de la guerra. Al hacerlo, pintó allí un mural que interpreta y amplía nuestras nociones del conflicto más grande en ese punto concreto del mismo.
El gobierno ucraniano, a través de su servicio postal, pensó claramente que el mural era un buen uso del espacio de la pared. El judo boy y sus compañeros se hicieron muy conocidos en el país, como la mayoría de las obras de Banksy en las regiones en las que trabaja, y a partir de ahí no hizo falta más que un simple paso para que el gobierno y el artista llegaran a un uso más amplio de la imagen de mutuo acuerdo.
El sello postal lleva una marca de copyright de Banksy como parte de su armadura gráfica, lo que apunta a una forma más que rudimentaria de cooperación entre el artista y el gobierno del presidente Volodymyr Zelensky, quien, cabe recordar, como antiguo cómico, guionista y exitoso presentador de televisión, no es ajeno a la sátira política.
Sorprendentemente, el servicio postal ucraniano –o sus artistas gráficos y/o diseñadores– ha aportado un punto de moral aún más agudo al judo boy de Banksy en forma de una leyenda en el sello que, para una expresión gubernamental, es muy inusual, es decir, no es una designación postal de precio u origen y no está presente en el mural original de Banksy. Es la traducción picante de seis caracteres y dos palabras, en cirílico, de un acrónimo en la esquina inferior izquierda del sello. Transliterado del cirílico al inglés, se lee PTN PNX, con un signo de exclamación. Dicho de la forma más diplomática posible, el acrónimo significa una imprecación bastante contundente del tipo «mandar a hacer puñetas» dirigida, ad hominem, al comandante en jefe invasor, el presidente ruso, Vladimir Putin. Las tres primeras letras son el acrónimo de su nombre. Son las tres letras de la segunda palabra las que son insultantes.
Emitido el 24 de febrero desde la oficina central de correos de Kiev, el sello fue un éxito instantáneo, una compra nominal para que jóvenes y mayores se sintieran bien, no muy diferente de las insignias «Al diablo con Hitler» que se vendían en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
Parte de la ecuación que rodea a la emisión del sello es que Banksy, el inteligente artista callejero y grafitero nacido en Bristol, cuyo nombre se suele atribuir a Robin Gunningham, siempre se ha dedicado a realizar bromas artísticas más o menos espectaculares cargadas de despiadada ironía. Aunque tenía pocas connotaciones políticas aparte de una crítica socarrona a las finanzas a veces embriagadoras del mundo del arte, se produjo el incidente de la subasta de Sotheby’s de 2018, muy coreografiado, en el que el artista provocó a distancia la destrucción de uno de sus lienzos más conocidos de la niña con el globo en el momento de su venta en subasta por 1,4 millones de dólares. Entonces, los observadores de Banksy y los críticos de arte pensaron que el reclusivo artista había cometido un pequeño error al insistir en provocar él mismo la destrucción, en realidad desde la sala de subastas, ya que fue grabado en vídeo. Robin, me alegro de verte de rosa.
Pero a medida que ha ido madurando en los últimos años, Banksy/Gunningham se ha esforzado por ampliar su radio de acción internacional para «representar» –si se quiere– sus clásicos murales hiperirónicos de forma encubierta, de una manera política abierta y no irónica. Al igual que un DJ internacional muy solicitado, ha recorrido lugares de interés mundial y los ha tomado bajo su protección, por así decirlo. Una de sus primeras giras fue una «residencia» en Palestina en 2005, donde se sintió naturalmente atraído por el equivalente moderno del Muro de Berlín en Oriente Próximo y lo etiquetó agresivamente.
A finales del año pasado Banksy comenzó una residencia en Ucrania, donde encontró varios emplazamientos en Kiev, Hostomel, Irpin y otros lugares para realizar murales comentando la guerra. Publicó en las redes sociales una foto del niño luchador de judo de Borodyanka, que parecía confirmar su presencia en la guerra.
Considerados en su sentido más amplio como lienzos de Banksy, los sombríos paisajes urbanos ucranianos de los tiempos de guerra han proporcionado al artista muchas oportunidades de ejercer su implacable sentido de la sátira. Enfadado, irónico, sombrío y siempre político, Banksy/Gunningham no parece haber terminado aún con esta zona de conflicto, y sería normal que volviera a ella.
Pero los estudiosos del artista y de su obra encontrarán algo sorprendente en la obra ucraniana hasta la fecha: los murales son –para Banksy, al menos– sorprendentemente poco crudos. Son divertidos: podemos percibir al hombre haciendo algo más solidario con el espectador ucraniano. En este conjunto de pinturas de guerra, vemos cómo el Banksy oscuro y descarnado presenta cuidadosamente unos delicadísimos hilos de esperanza.