Comenzó su carrera en el momento en el que las televisiones autonómicas vivían su edad de oro, a mediados de los años noventa, en una serie mítica de TVG, Mareas vivas, donde compartía protagonismo, entre otros, con Luis Tosar. Precisamente, con él vivió su primer momento de gloria en cine como secundario de personalidad única y voz que arrebata en Celda 211 (2009). As Bestas es su tercera colaboración con Rodrigo Sorogoyen. Al lado del cineasta, consiguió el Goya a Actor de Reparto con El Reino (2019) y ahora vuelve a estar nominado. Aquella vez llevaba preparado un discurso, esta vez aún no lo ha pensado, aunque seguramente hable del western por una cuestión emocional y porque el filme que él considera de este género ha conseguido ya cuatro millones en taquilla. El gesto, por si acaso pierde, tampoco lo ha ensayado. “Aunque me alegraré por el compañero que gane el premio. Mi preferido es Ramón Barea, que es un grande de España y se lo tiene muy merecido”. Así es Luis Zahera, disfrutón con su oficio y enamorado de su profesión.
PREGUNTA. ¿En qué momento de su vida se encuentra ahora mismo con la nominación al Goya?
RESPUESTA. Complicada vida, es verdad [risas]. Pero muy agradecido, es lo que toca ahora. Es curioso lo de los Goya, porque yo me dedico justo a no pensar en eso y en cualquier entrevista tienes que hablar del tema.
P. Recuerda lo primero que se le vino a la cabeza cuando leyó el guion de Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen de ‘As Bestas’?
R. Yo veía los westerns con mi papá en la salita de mi casa, con aquellos muebles de nombres absurdos, como sinfonier, y esa tele con antena que había que sintonizar por la parte de atrás con una palanca. Cuando leí el guion pensé: “Rodrigo va a hacer un western”. Y sigo pensando que lo es. De una cosa tan pequeña ha salido algo muy universal. Estoy muy sorprendido con lo que me dice la gente.
P. ¿Cuáles son las reacciones?
R. Pues unos me dicen que es una historia de amor maravillosa entre
el matrimonio francés. Otros hablan de una historia de amor entre mi hermano y yo. O de la contradicción entre lo actual y lo primitivo. También está la cuestión de la pertenencia del territorio. Lo que quiero decir con todo este rollo que te cuento es que de algo muy atomizado, de la cabeza de un alfiler en Google Earth, el maestro Sorogoyen ha sacado algo universal. Estoy encantado porque nos ha dado muchas alegrías.
P. ¿Qué conexión mantiene con Sorogoyen?
R. Antes había que ser chica o chico Almodóvar, yo me siento chico Sorogoyen [risas]. Te voy a contar una anécdota que para mí resulta muy significativa. Generalmente en las pruebas de casting no están los directores y en la primera que yo hice para Que Dios nos perdone (2016) estaba él. Pensé que aquello era muy raro, pero hablamos y me preguntaba mil cosas. Luego me dieron el papel y le comenté que me resultó curioso que estuviera en la prueba. Y él, con esa honestidad que tiene, con esa franqueza que sorprende, a veces impasible, lo que dijo fue: “Yo sabía que el papel era para ti. Solo estaba allí para saber si eras imbécil. Para ver si eras un actor insoportable con el que no se puede trabajar” [risas]. Es algo que me encantó. Me había visto en determinados papeles y me pareció muy inteligente que fuera a la prueba para saber si el ‘muñeco’ con el que iba a rodar era imbécil. No le debí resultar tan imbécil, porque seguimos trabajando.
P. Es un verdadero especialista en crear secundarios que llevan el peso de la historia. ¿Existen prejuicios sobre el actor de reparto?
R. Mi maestro de teatro de aficionados decía que los secundarios tienen que arropar al protagonista, hacer que brille. Tienes que arriesgar con humildad, porque en general los secundarios están más desdibujados y es tu responsabilidad darles un color, un toque, eso que yo llamo “arriesgar”. Cuando hay un buen protagonista tiene que haber un buen secundario y no viceversa. Es mi visión particular.
P. En el caso de ‘As Bestas’ está Denis Ménochet. Su enfrentamiento en pantalla funciona de una manera escalofriante.
R. Denis es un actor muy generoso, ensayamos mucho y nos reímos. La escena de la que me hablan mis hermanas y mis amigos, en el bar, cuando él tiene todo aquel parlamento, eso lo ensayamos millones de veces, porque él no trabajaba en su idioma y había que cuidar aquello. Solo hicimos dos tomas. Cuando tienes un actor generoso, divertido e inteligente, los antagonismos funcionan. Y los amores después del rodaje también. Ojalá pueda repetir con él, es una gloria.
P. ¿Cree que se ha equivocado o ha acertado más veces a la hora de elegir papeles?
R. Dicen eso de que las carreras se construyen a base de decir “no”. Yo tengo dificultades para decirlo, porque le cojo el gusto a todo. Ya somos bastante paranoicos los actores, y entre eso y el ego… A mí me dices que tengo que hacer una miniserie dentro de un ascensor durante dos meses y le cogería el gusto. Soy un poco trastornado para esto. Miro para atrás y me siento orgulloso y agradecido. Llegué al sitio donde quería, no me planteo cómo podía haber sido mi carrera. Soy un actor que mayormente hice televisión, viví la revolución de las televisiones autonómicas, cuando empezamos a trabajar gallegos, vascos y catalanes. Era una ventaja, si no tenías trabajo en Madrid te ibas a ‘la gallega’. Ahora vino otra revolución con las plataformas. No me quejo, estuve en el sitio adecuado en el momento justo. Me lo paso bien haciendo cualquier cosa: monólogos, cine, teatro…. Soy un ‘disfrutón’, amo este trabajo.
P. La tele fue su origen , pero el éxito llegó con ‘Celda 211’. ¿Cómo fue?
R. Ya me hice muy popular en Galicia con Mareas vivas. Aquello lo repetó, fue un fenómeno social. La idea de Antón Reixa, con grandes actrices y actores que luego seguimos hacia adelante y nos llamaron de Madrid. Y Celda 211 fue la película a partir de la que dijeron “este secundario es resultón”. A raíz de ese papel de reparto, que es mi especialidad, salieron más. Y muy agradecido por aquello. Una maravilla.