La Fundación BBVA ha decidido la concesión de la decimocuarta edición de su premio Fronteras del Conocimiento, en la categoría de Música y Ópera, al compositor estadounidense Philip Glass (Baltimore, 1937), “por su extraordinaria contribución a la creación musical y a la ópera, con gran impacto en la historia de la música de los siglos XX y XXI”, según recoge el acta del jurado, que estaba presidido por el compositor, musicólogo y director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Tomás Marco, con Víctor García de Gomar, director artístico del Gran Teatre del Liceu de Barcelona como secretario. Los vocales eran Mauro Bucarelli, coordinador artístico de la Academia Nacional de Santa Cecilia (Italia); la compositora y Premio Nacional de Música de 2020 Raquel García-Tomás, el director de orquesta y compositor Pedro Halffter, y Kathryn McDowell, directora general de la Orquesta Sinfónica de Londres (Reino Unido). El premio está dotado con 400.000 euros, un símbolo artístico creado por la artista Blanca Muñoz y un diploma.
Los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento reconocen e incentivan contribuciones de singular impacto en la ciencia, la tecnología, las humanidades y la música. El objetivo de los galardones, desde su creación en 2008, es celebrar y promover el valor del conocimiento como un bien público sin fronteras, que beneficia a toda la humanidad. Sus ocho categorías atienden al mapa del conocimiento del siglo XXI, desde el conocimiento básico hasta los campos dedicados a entender el entorno natural, pasando por ámbitos en estrecha conexión, como la biología y la medicina, o la economía, las tecnologías de la información, las ciencias sociales y las humanidades y un área universal del arte como la música. La ceremonia de entrega de galardones a todos los premiados tendrá lugar en el Palacio Euskalduna de Bilbao este próximo otoño.
La candidatura de Glass al Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA había sido presentada por el compositor y profesor de Composición en Musikene (y Premio Nacional de Música 2021, en la modalidad de composición), Gabriel Erkoreka, que considera que “Philip Glass es una figura enorme en la música de los siglos XX y XXI, que trasciende el terreno de la música contemporánea por la forma en que ha calado en la sociedad: ha sabido conectar con infinidad de públicos, de muchas características, de todas las edades y a lo largo y ancho del planeta”. Las piezas de Glass nos ofrecen, tal y como explica Erkoreka, “por un lado, ese elemento repetitivo –que en algunos momentos podemos percibir como estático e hipnótico–, pero si uno está atento a los cambios, repara en el ingenio que despliega en el ritmo y marca la vida de la obra mientras esta transcurre en el tiempo”.
En su acta, el jurado ha destacado que Glass es “muy respetado por los mayores exponentes de muchas disciplinas artísticas” y cuenta con un “distintivo y un novedoso enfoque de la composición”, que ha abarcado “diferentes tradiciones culturales de todo el mundo, forjando un estilo único y personal y siguiendo su propio camino con valor y convicción”. El acta añade que Philip Glass es “una figura internacional que atrae a un público de todas las generaciones y cuyas obras se interpretan en los auditorios más importantes y por las principales formaciones orquestales de todo el mundo”.
El nombre de Philip Glass va irresolublemente asociado al del minimalismo, la corriente musical nacida en Estados Unidos en los años sesenta del pasado siglo y que venía a ser una respuesta de rebeldía frente a la música excesivamente intelectualizada que imperaba en Europa desde la aparición del serialismo integral, propugnado por compositores como el francés Pierre Boulez y el alemán Karlheinz Stockhausen. Frente a la rigidez estructural de la música atonal europea que se enseñaba en los conservatorios –incluidos los estadounidenses–, una serie de músicos tanto de la Costa Oeste (La Monte Young y Terry Riley) como de la Costa Este (Steve Reich y Philip Glass) crearon sus propios modos de composición, basados en influencias propias. Al estilo que contribuyeron a fundar por separado (aunque se conocían) estos cuatro (y muchos otros nombres de menor relevancia popular) se le conoce como “minimalismo”, un término prestado de las artes visuales que, como en el impresionismo, se usó inicialmente para hacer burla. Pintores estadounidenses como Frank Stella y Sol LeWitt, que se limitaron a pintar en sus lienzos franjas de colores sólidos o en blanco y negro, o escultores como Richard Serra y Donald Judd, que creaban enormes cubos o planchas metálicas o estructuras simples y repetidas, todos ellos fueron tildados burlonamente como “minimalistas”. En lo musical, suponía el empleo de estructuras breves y repetitivas y ejercicios “conceptuales” con escasas notas –procedentes de las enseñanzas de John Cage, el gran compositor, teórico y ensayista estadounidense del siglo XX–, así como la restauración de la música tonal, frente a la escala dodecafónica que imperaba en los ámbitos académicos.
El estilo de Glass nació de múltiples influencias, el jazz, el rock, la música india –que descubrió en París en los sesenta, cuando le encargaron transcribir a pentagrama occidental la música que el sitarista Ravi Shankar había compuesto para la banda sonora de una película–, y su deseo intelectual de ofrecer la representación musical del arte de vanguardia que estaba dándose conocer en las galerías alternativas de Nueva York de arte. La música que Glass comenzó a ofrecer entonces se aprovechaba de la electrónica y la amplificación y sólo encontraba acomodo, precisamente, en espacios alternativos, además de ser calificada de “estridente”.
Los sesenta y setenta fueron años de bohemia, en los que Glass tuvo que desarrollar trabajos alimenticios –taxista, fontanero, transportista de mudanzas o ayudante de su gran amigo, el escultor estadounidense, hijo de padre mallorquín y madre ucraniana, Richard Serra–, pero de prestigio creciente. A principios de los setenta conoció al artista, dramaturgo y director teatral Bob Wilson, con quien en 1974 comenzaría a trabajar en el proyecto de un espectáculo teatral y musical que resultaría revolucionario: Einstein on the Beach, una especie de ópera que iba a demoler las reglas de la ópera tradicional. Sus casi cinco horas de música se desplegarían sin intermedios: el público sería libre de entrar y salir según su criterio. Carecía de un libreto formal y sus textos cantados consistían exclusivamente de cifras numéricas y notas de solfeo (do, re, mi, etcétera), que simbolizarían, respectivamente, la estructura rítmica y melódica de la música. En vez de una orquesta sinfónica y cantantes entrenados en las técnicas operísticas, Einstein… contaba con el Philip Glass Ensemble (la banda que había creado Glass y que constaba de dos órganos eléctricos, tres instrumentos de viento madera, una voz femenina y un violín solista) para acompañar a un grupo de cantantes sin formación técnica, a los que se pedía por igual que cantaran, actuaran y bailaran.
En agosto de 1976 Einstein on the Beach –que ya no era una obra “minimalista”, territorio que había demostrado ser un callejón sin salida– celebró su estreno mundial en Francia, en el Festival de Aviñón, y rápidamente adquirió categoría de “culto”. Después de girar por otros cinco países europeos más, Einstein… llegó a Nueva York en noviembre de ese mismo año, pero en esta ocasión, en vez de estrenarse en un espacio alternativo, celebró su estreno americano en el sacrosanto auditorio de la Metropolitan Opera House, que solía estar apagado y vacío los domingos por la noche y que podía alquilarse en esas fechas para eventos especiales.
Glass y Wilson se arriesgaron a alquilar el espacio y lograron sendos llenos en dos domingos consecutivos. En su libro autobiográfico Music by Philip Glass, el compositor contaba una anécdota hoy legendaria:
«Para muchos de los que estuvieron allí en alguna de esas dos noches era, sin duda, la primera vez que acudían a un teatro de ópera de cualquier sitio. Recuerdo que estaba entre bastidores en la segunda de las representaciones, mirando al público con uno de los más altos directivos de la Metropolitan Opera House. Y él me preguntó: “¿quiénes son todos estos? Nunca los había visto anteriormente por aquí”. Y recuerdo que le contesté cándidamente: “Pues harás bien en enterarte de quienes son, porque si este sitio quiere seguir funcionando dentro de veinticinco años, esos que están ahí fuera van a ser tu público”».
Pese al éxito, el alquiler del espacio generó unas deudas de 100.000 dólares, por lo que Glass, que estaba a punto de cumplir 40 años, tuvo que volver a conducir taxis por Nueva York algo que había dejado ya de hacer poco antes– para hacer frente a su pago… Pero su fama ya estaba garantizada y los encargos de grandes instituciones culturales europeas no tardaron en aparecer: más óperas (en la actualidad suma una treintena, entre óperas de cámara y de gran formato), bandas sonoras para cine (para películas como Kundun, de Martin Scorsese; El show de Truman, de Peter Weir; Las horas, de Stephen Daldry, o El sueño de Cassandra, de Woody Allen, entre muchas, muchísimas más) o infinidad de encargos orquestales, como The Olympian que, encargada por el Comité Olímpico Estadounidense, se interpretó en las ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de verano de 1984 de Los Ángeles.
Desde los años noventa del pasado siglo Glass ya no componía para un público que buscara lo nuevo o lo provocador. En vez de ello, aspiraba a un público masivo que se ha encargado crear él mismo: un público amplio y devoto que espera un estilo que le resulte familiar y que no se desilusione. “Yo empecé mi carrera siendo un compositor experimental, pero ahora soy mucho más un compositor para las masas”, dijo en 1987. Y en 1988, indicó claramente la dirección que iba a tomar a continuaciónn: “Me reservo el derecho a cambiar mi obra a lo largo de mi trayectoria. Todo artista puede hacerlo. Puede que todo el tiempo haya habido una idea equivocada. Nunca pretendí quedarme en un artista ‘ingenioso’. Mi intención fue siempre buscar un público más amplio. Y, básicamente, eso es lo que he hecho”.