En aquel tiempo la distinción no era fumar sino cómo fumar. Saber dar fuego a un amigo, a un cliente o una mujer se convirtió en herramienta de cortesía y seducción. El fumeque se adaptó a las clases sociales. Los pudientes tiraron de encendedor Dupont de oro, el peón caminero tiraba de chisquero anti viento, el legionario de mechero Zippo y el universitario barbudo de caja de cerillas. Al coleccionismo de aquellas cajas en las Américas hispanas le llaman “Lumenismo” y resurge estos días con chispa.
Cuentan que el fetichismo de las cajas de cerillas es hijo de Humphrey Bogart y Lauren Bacall, del cine negro y de Casablanca. Hay quién lo data con exactitud en el momento en el que el personaje de Bogart (1.73 de altura) le pide a Bacall (1.74 cm) que escriba su número de teléfono en una caja de cerillas en la película To Have and Have Not (Tener Y No Tener).
En España se fabrican cerillas desde 1836, se graban con impuestos ya en 1874, en 1892 se constituye el Gremio de Fabricantes de Fósforos en España y en 1908 se convierten en monopolio para Hacienda. No podría escribirse la historia de nuestro país sin el oficio de cerillera, alcahueta de la posguerra, conservadora de todos los secretos del café y su fauna de hambrientos, intelectuales y pícaros.
Las cerillas nacen en la China del siglo VI como una simples varillas impregnadas en azufre que al contacto con una chispa prendían. La autoría del invento, sin embargo, se la adjudican en 1826 a John Walker, un químico inglés que cuentan vendió en su farmacia de Stock-ton-on-Tees la primera caja con una cerilla de fricción mezclando potasio (KCI04) y sulfuro de antimonio (Sb2S3).
El lumenismo suele ignorar la calidad de los materiales de ignición, no se fija si el fósforo es peor o mejor o si la cerilla es de madera o de papel encerado, pero si centra su obsesión en el diseño gráfico, el mensaje y su audiencia, la impresión y también el fabricante. Las cajas de cerillas como soporte de mensajes, como generador de comunidad y clientela o como cortesía son una herramienta única. En Nueva York no hay local que no reciba al cliente con su caja, que pretende ser especial, distintiva y que le grita al cliente: “¡Usted aquí fumar no va a poder! pero siéntase uno de los nuestros si nos lleva en el bolsillo”.
Guardo con cariño muchas de las cajas de cerillas que recojo en cada viaje a Manhattan, como cuando era niño y volvía de la Feria Juvenalia cargado de folletos de colores. Los folletos de Juvenalia y las cajas de cerillas encendieron mi imaginación durante años y son responsables de mi amor por la impresión, el papel y la tinta.
La red está repleta de coleccionistas que presumen de lo atesorado. Un abogado turco que acumula más de 10.000 cajas a lo largo de cuarenta años, y habrá quien le supere, claro, es solo uno de tantos. Su caja más antigua es de 1920 y la colección cuenta con más de 100 países fabricantes. En España me ha llamado la atención la subasta de un álbum americano, editado para coleccionar cajas (solo las cajas, aplastadas claro) sin fósforos dentro, por 1.800 euros. Y desde ahí puedo uno hacerse a la idea de que el coleccionismo de cajas de cerillas vivió momentos de esplendor, como cuando entrabas a la habitación de un compañero de clase y te enseñaba su colección de latas de cerveza. ¿Dónde habrán ido aquellos intentos de colección que no eran más que caprichos momentáneos?
En los ochenta, con la masificación de los encendedores recargables, las cerillas parecieron años oscuros, pero muy pronto se convertirán en soporte artístico de primer nivel. En España el trabajo de Cruz Novillo (85) para Fósforos del Pirineo forma parte de la historia del diseño gráfico español. Novillo compartía estudio con el grafista Fernando Olmos y se repartieron las series durante años, aunque las firmaron juntas, Cruz Novillos+Olmos bajo la temática “Abecedario Animal” y “Circo”. Sin duda aquellas cajas fueron uno de los grandes hitos en la educación visual de unos españoles que repartían sus fumadas entre los Celtas Cortos y Largos, los Habanos “rompepechos” y los inevitables Ducados que fuma Joaquín Sabina. “Es una pena que haya desaparecido el vicio de fumar, porque estaría dibujando cajas de fósforos sin parar” explicó Cruz Novillo en una de sus conferencias.
Yo acabo de comprarle una caja de la serie dedicada al circo que me dará gustirrinin por partida doble, para saciar mi fetichismo gráfico y para aumentar mi colección de memorabilia circense. ¡Ale Hop, acabo de comprar una caja de cerillas que nunca encenderé!
Si te apetece probar, si sientes el fetichismo rascarte la espalda pero no quieres pujar por colecciones, Archivist ofrece en la red nuevas cajas, con un aire retro, y he ya comprado varias. El poema If de Rudyard Kipling en una caja de cerillas es un buen regalo. Déjalas en casa. Busca unas buenas velas. Espera unos días a ver si vuelves a fijarte en ellas. A mí incluso me da pena encenderlas, pero eso me pasa también con los cuadernos y las libretas que atesoro despojándolos de su utilidad original.
Una reflexión para dejar al lector escrita con ese olor que deja la cerilla al quemarse, y que algunos utilizan en casa tras pasar el retrete. Las cajas de cerillas cuentan historias de largas cenas, de conversaciones infinitas y bebidas reposadas en penumbra, tugurios que no se comparten, con amigos o amantes que uno se llevará cuando se marche. Las cerillas son la chispa de nuestros días.