Carmen Posadas (Montevideo, Uruguay, 1953) es una de las autoras más destacadas y con mayor talento de su generación. Hija de diplomático y de una restauradora, es la primogénita de cuatro hermanos. Vivió en Uruguay hasta los 12 años, después la familia se trasladó a vivir a Argentina, España, Inglaterra y Rusia.
Comenzó su trayectoria en 1980, escribiendo literatura infantil y juvenil. Su primera novela, Escena improbable (1986), la escribió en colaboración con Lucrecia King-Hedinger. Desde entonces su carrera no ha parado. Ha publicado más de 20 libros infantiles, 13 novelas, dos biografías y varios ensayos, relatos y guiones de cine y televisión. Ha recibido numerosos galardones, entre otros, el Premio Planeta 1998 por la novela Pequeñas Infamias o el Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España 2017.
Su última novela, La leyenda de la Peregrina (Espasa), trata sobre la perla más hermosa y conocida de todos los tiempos que ha ido cambiando de mano en mano desde el siglo XV hasta el momento actual. ¿Cómo surgió este libro y cómo ha sido el proceso de investigación?
Me inspiré leyendo una novela de Mújica Laínez, El escarabajo, que es un clásico contemporáneo y un poco el mismo ejercicio literario. He tomado una joya que nunca existió, que es un escarabajo que le regalan a la reina Nefertiti el día de su boda y que, cuando ella muere, la entierran con esta joya. Muchos años más tarde, unos ladrones profanaron la tumba y se la llevaron, y es cuando este escarabajo comienza su peregrinación de mano en mano y de época en época, hasta que aparece en el dedo anular de un tribuno el día del asesinato de Julio César; convertido en objeto de deseo del hada Morgana; recorrerá Europa en una caravana de zíngaros; será parte del ejército de Carlomagno; conocerá a Miguel Ángel; llegará a España para servir a Felipe IV y conocer a Velázquez… y así hasta llegar al presente.
En su caso, son más de 3.000 años de historia, en los que se pone de manifiesto todas las pasiones, grandezas y también miserias de la condición humana, y a mí me pareció que era un ejercicio literario interesante porque a través de un objeto puedes retratar épocas distintas de la historia, pero yo quería que mi pieza fuera de verdad.
¿De quién ha heredado su pasión por escribir?
Mi padre era un devoto de la literatura, de esos que aprenden ruso para leer a Tolstoi, y griego para leer a Homero, pero siempre dijo que después de lo que habían escrito Shakespeare y Cervantes, él no tenía nada más que añadir.
Por eso, cuando empecé a escribir, me daba mucho apuro, porque era como entrar en el territorio de mi padre, y que la nena, de repente, dijera que quería ser escritora, parecía casi como una profanación. Así que no le dije a nadie que quería escribir hasta que un día aparecí con mi primer libro, que eran unas historias para niños, y hasta ahora.
Ganó el Premio Planeta en 1998 con Pequeñas Infamias, ¿nota que el gremio la valora?
Sí, porque cuando empecé a escribir, al estar casada con Mariano Rubio –antiguo Gobernador del Banco de España–, a pesar de que ya tenía experiencia literaria y estaba traducida al inglés, al japonés, etcétera, parecía que todo lo que hacía era gracias a que me había casado con Mariano, y que no tenía ningún mérito propio. Pero bueno, desde que gané el Planeta todo eso cambió.
Uno de los principales inconvenientes de ganar el Planeta es que ya no puedes presentarte más, mientras que el finalista sí. Usted que es miembro del jurado, ¿no puede hacer algo para que cambie esta norma?
No, precisamente una de las cosas que tiene el Planeta es, que como dijo Lara: “quiero descubrir lectores, y no escritores”. Pero también es cierto que descubre escritores, porque el premio te da una proyección enorme, y sería muy injusto que ganara el mismo escritor. No tendría ninguna gracia. Es mucho mejor que ganen autores nuevos cada año.
Manuel Vázquez Montalbán empezó a valorarla a raíz de una entrevista que le hizo, y Manolo no era precisamente de halagar a la gente. ¿Esto la motivó más si cabe en su carrera?
Sí, le estoy muy agradecida a Manolo porque antes de ganar el Planeta leyó un libro mío, Cinco moscas azules (Alfaguara), y espontáneamente escribió más de dos folios poniéndome por las nubes. Y, por supuesto, la editorial lo utilizó en la promoción, lo que me vino de perlas, ya que El País empezó a hacerme caso.
Para mí fue un espaldarazo muy grande porque en aquella época, por estar casada con Mariano Rubio, todo lo que había escrito anteriormente quedó eclipsado de alguna manera.
Siempre mantuve el contacto con Manolo, y cuando él venía a Madrid me llamaba y almorzábamos de vez en cuando. Después, coincidí con él durante tres o cuatro años como jurado del Planeta, hasta que murió, desgraciadamente muy joven.
Cuando estuvo casada con Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, era el referente de Miguel Boyer y Carlos Solchaga. ¿Ello le valió para aprender más de economía y de política?
De economía, nada, pero sí de política. Además, era muy interesante, porque veías un poco la realidad y, luego, cómo esa realidad salía en los periódicos, que como se dice “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Es decir, que cuando estás en las entretelas de las cosas te das cuenta, por ejemplo, de que la gente piensa que todo son imaginaciones de unas mentes perversas y cosas por el estilo, y tú sabes que muchas cosas de las que pasan son causa de la chapuza universal. O sea, que nada está planeado por una mente maquiavélica, sino que todo es bastante más pedestre de lo que se imagina la gente.
Sobre usted hay muchas leyendas urbanas. ¿Cuál es la que más le ha molestado?
Le puedo decir una que es bastante negativa, pero que me hacía mucha gracia en su momento, y es que decían que yo tenía un negro. Esa me encantaba, porque podían haber dicho que escribía fatal, pero como no escribo muy mal, tenían que inventarse lo del negro, que era buenísimo y que escribía todos mis libros porque yo no daba la talla.
Ahora que ha pasado más de un año desde que comenzó la pandemia. ¿Cómo ve la gestión del Gobierno?
A parte de que esta situación no es fácil para nadie, a mí lo que más me preocupa de lo que está haciendo este Gobierno es que está aprovechando la pandemia para ir cercenando libertades. Nos han colado de rondón montones de disposiciones que, como en la época del confinamiento duro estábamos todos aterrorizados, ahora también aprovechan para ir cercenando pequeñas rebanadas de libertad, y nadie se queja, porque son pequeñas cosas. Esto tiene un nombre en política, y se llama la táctica del salami, porque vas cercenando pequeñas facetas de libertad y nadie se queja, porque como es algo ínfimo; pero es una hoy, otra mañana, otra pasado…, y cuando te quieres dar cuenta, no queda nada del fuet.