Opinión Andrés Rodríguez

«Sobre el imperio de la ley»: cuando el Estado de Derecho deja de ser una consigna

El libro no denuncia esto desde la indignación, sino desde la lógica: sin reglas estables, la democracia se transforma en arbitrariedad.

Javier Cremades es mi amigo. Cualquier aspiración de objetividad de esta reseña queda empañado por esta premisa que me enriquece como persona. Juntos desarrollamos el proyecto para entrar en el accionariado de El Español antes de su fundación, y de sus manos se recibir los premios Eisenhower al mejor editor en Nueva York avalado por las palabras de Steve Forbes. Quede muy clara mi subjetividad en la lectura de este libro, lo que considero no invalida mi reseña.

Hay libros que llegan en el momento oportuno y otros que, directamente, llegan tarde. Sobre el imperio de la ley pertenece claramente al primer grupo. No porque el debate sobre el Estado de Derecho sea nuevo —no lo es—, sino porque rara vez se aborda con la combinación de claridad jurídica, ambición intelectual y voluntad de intervención pública que propone Javier Cremades.

Este no es un libro complaciente. Tampoco es un manual académico ni un panfleto ideológico. Es, más bien, una advertencia razonada. Y en un tiempo donde la advertencia suele confundirse con alarmismo, el matiz importa.

Cremades parte de una idea tan antigua como incómoda: la ley no es un accesorio del poder, es su límite. Lo relevante no es tanto la afirmación —clásica— como la constatación implícita de que hoy ese principio está en retroceso. No de manera abrupta, sino erosionado por una suma de decisiones políticas, judiciales y culturales que, vistas aisladamente, parecen menores, pero que en conjunto alteran el equilibrio institucional.

El libro se mueve con soltura entre la teoría y la práctica. No habla del imperio de la ley como un concepto abstracto, sino como una arquitectura concreta que sostiene democracias, mercados y libertades individuales. Cuando esa arquitectura se debilita, no solo pierde el ciudadano: pierde la economía, pierde la inversión y pierde la credibilidad del sistema.

Desde una perspectiva empresarial —inevitable para quien observa la realidad desde el prisma de la economía y el liderazgo—, el mensaje es especialmente relevante. Ninguna empresa escala en un entorno donde las reglas cambian según el ciclo político. Ningún mercado madura si la seguridad jurídica se convierte en un bien negociable. Y ningún país compite seriamente en la economía global si transmite la idea de que la ley es interpretativa cuando estorba.

Uno de los mayores aciertos del libro es evitar el tono nostálgico. Cremades no idealiza un pasado dorado del Estado de Derecho ni se refugia en el constitucionalismo como dogma. Reconoce la necesidad de evolución institucional, pero traza una línea clara entre reformar y degradar. Esa distinción —tan obvia en teoría como confusa en la práctica— es hoy uno de los grandes puntos ciegos del debate público.

El autor es especialmente incisivo al analizar cómo el lenguaje político ha vaciado de contenido conceptos clave. “Democracia”, “voluntad popular” o “justicia social” se utilizan a menudo como comodines para justificar decisiones que, paradójicamente, reducen los controles al poder. El libro no denuncia esto desde la indignación, sino desde la lógica: sin reglas estables, la democracia se transforma en arbitrariedad.

También hay una reflexión profunda sobre el papel de las élites —jurídicas, económicas y mediáticas—. Cremades no las exonera de responsabilidad. Al contrario: señala con claridad cómo la normalización de determinadas prácticas ha contribuido a una aceptación pasiva del deterioro institucional. El silencio, viene a decirnos, también legisla.

Puede que algunos lectores echen en falta una mayor concreción en propuestas o un aterrizaje más explícito en casos específicos. Pero quizá esa sea precisamente la virtud del libro: no pretende ofrecer soluciones rápidas ni recetas cerradas, sino devolver al lector la incomodidad de pensar en términos estructurales. En un ecosistema mediático dominado por el corto plazo, esa apuesta es casi contracultural.

Sobre el imperio de la ley no es un libro para confirmar prejuicios, sino para cuestionar inercias. Su lectura obliga a hacerse una pregunta incómoda pero imprescindible: ¿seguimos viviendo bajo el imperio de la ley o bajo la ley del imperio circunstancial?

La respuesta no es binaria ni definitiva. Pero ignorar la pregunta —como sociedad, como líderes, como ciudadanos— tiene un coste que este libro expone con claridad. Y en tiempos de ruido, esa claridad es, en sí misma, un acto de responsabilidad pública.

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