Candela Peña (Gavà, Barcelona, 1973) llevaba nueve meses en Madrid cuando hizo el casting de la que sería su primera película, Días contados. Eran los primeros 90 y ella recuerda haber leído apresuradamente la novela de Juan Madrid para la prueba. “Yo no sabía nada de cine. Dirigía un tal Imanol Uribe y me dijeron que habían visto a 3.000 mujeres”, recuerda la actriz. “Luego llamaron a casa preguntando por mi personaje, Vanessa, y yo dije que se habían equivocado y colgué”. Meses después, aquella cinta en la que coincidió con Carmelo Gómez, Javier Bardem o Ruth Gabriel ganó ocho Goyas, aunque en su candidatura a mejor actriz secundaria se impuso María Luisa Ponte. Desde entonces y en estos 30 años, María Pilar Peña Sánchez –su nombre real– acredita más de 50 títulos e infinidad de premios, entre ellos tres Goya o el último Ondas otorgado al elenco femenino de su última serie con Félix Sabroso para HBO, Furia. Ha trabajado con Almodóvar, Fernando León, Icíar Bollain o Pablo Berger; ha hecho teatro, publicidad, televisión y ha dirigido algún espectáculo de danza.

También escribió un libro y tuvo un hijo. Y en los últimos años el gran público ha descubierto otra faceta suya, más personal. Con sus intervenciones en programas como La Revuelta junto a David Broncano o en Late Xou con Marc Giró, Candela muestra sin guion y rebosando espontaneidad a la mujer que hay detrás de los personajes, que lo mismo habla de menopausia o pastillas que de la maternidad en solitario o los inconvenientes de llevar faja.
“Yo no soy colaboradora de televisión, yo soy actriz”, aclara Candela. “Pero la gente ha de saber que un actor no solo es alguien con una copa de cóctel en la cubierta de un velero. También es el que va a Mercadona, que tiene hijos y que si no paga le cortan el agua, como a cualquier persona. Lo que sí es cierto es que soy una actriz que no trabaja con la asiduidad que me gustaría”. Y con eso trata de explicar con intensidad que lo único que ha hecho toda su vida ha sido trabajar. Asimismo, Candela muestra extrañeza ante el motivo de este número: “No sé cómo lo he hecho ni adónde hay que llegar. ¿Acaso hay que llegar a algún sitio?”, se pregunta. Lo que sí sabe bien es que, cada vez que escucha a sus compañeros decir que tienen varios trabajos por delante, a ella le gustaría estar en su piel. “No tengo ni idea de qué es el éxito… ¿Un premio? Preferiría que, después de darme uno, tuviera tres trabajos esperándome. Y eso no me pasa… Este año he vuelto a hacer una película, pero llevaba cinco sin rodar”, dice sobre su participación en La desconocida, adaptación de la novela de Rosa Montero que se estrenará en Netflix en 2026.
Así, ella explica que su presencia en televisión es casi una forma de supervivencia profesional. Fue hace años cuando, tras una intervención en La Resistencia, y un flechazo con Broncano, este le sugirió que volviera dejando de lado el rol de actriz que promociona una serie. Desde entonces, dice, parte de su vida profesional se sostiene en esa versión pública de sí misma que la gente encuentra divertida y luminosa, aunque para ella implique un peaje emocional: “Lo paso mal. Me pongo nerviosa. Una vez entro, lo disfruto. Pero antes… estoy atacada”. Del mismo modo nació Peña + Peña, un formato teatral improvisado en el que suele contar con algún invitado. Sobre las tablas Candela habla en primera persona, sin personaje ni guion, algo que –confiesa– le genera cierto síndrome de la impostora: “No entiendo que la gente quiera venir a verme a mí, hablando de mí, y no a un personaje”. Este año también ha dado el salto a la dirección con Una tarda amb… un programa que emite La 2cat de Televisión española donde se ha reunido de nuevo con Bob Pop para conducir un espacio de entrevistas con personas a las que Candela admira, grabado en catalán, que ha logrado récords de audiencia en La 2 y RTVE Play.
Candela, que estudió ballet durante años, también ha dirigido espectáculos de danza porque, según dice, “todo está en la misma habitación”. Y además escribe: en los 2000, animada por Pedro Almodóvar, publicó una novela –Perez Príncipe, María Dolores– y entre sus cajones guarda una serie completa de ocho capítulos (“es como escribir ocho libros”), un libro de relatos y otros textos, porque escribir le da calma. “Montar un espectáculo no deja de ser escribir e improvisar no deja de ser ir diciendo pensamientos en alto, da igual si lo haces con palabras o con el cuerpo”.
Esa vocación creativa le viene de la infancia y, si fuera una película, resultaría una mezcla entre Cinema Paradiso y La rosa púrpura del Cairo. Hija de un matrimonio que regentaba un bar en Gavá, Candela recuerda que de niña, cuando terminaba los deberes, se iba al cine de al lado a la sesión continua en la que el acomodador, el señor Ramón, la dejaba pasar “a cambio de un show” improvisado en el hall. Cuando aquel cine cerró, le regalaron tres de sus butacas, donde muchas veces se quedaba dormida. Hoy las tiene en el salón de su casa.
A los nueve años ya soñaba con subirse a una pantalla y recuerda que su primer impacto erótico lo sintió viendo a Angie Dickinson en Vestida para matar. Durante años fantaseó con que la escena donde a la actriz le quitan las medias en un taxi la protagonizaba Michael Caine, lo que le lleva a pensar que la memoria a veces transforma la realidad en otra película.
El presente de Candela viene marcado por aquel sueño inalcanzable y tal vez, mientras camina, no se permite disfrutar de sus logros. “Soy alguien al que le cuesta quedarse en el disfrute de lo conseguido”, reconoce. “Una vez escuché una frase de Juliette Binoche que me encantó y la he hecho mía. Realmente mi sitio preferido del mundo y donde siento que no molesto es en un set”, confiesa.

Aunque en la vida Candela reconoce ser poco indulgente consigo misma, asegura sentir un gran respeto por el trabajo: “Yo siempre me he metido en proyectos donde tenía la certeza de que podía aportar algo. Y cuando lo hago quiero garantizar a los que me contratan que voy a ir a saco”. Así lo atestiguan algunos de sus trabajos recientes, como su prodigioso papel de Rosario Porto en El caso Asunta, la implacable jueza de Hierro o la madre castrante y cleptómana de Maricón perdido, en Movistar+. Pero en 30 años de carrera se ha metido en la piel de otras muchas mujeres: desde prostitutas a costureras, madres, hijas, amigas, actrices porno o dependientas. Todas y cada una de ellas forman parte de nuestro imaginario y su destreza interpretativa siempre deja huella.
“En esta profesión también hay muchos bulos sobre mí”, interrumpe la actriz. Su franqueza a la hora de hablar a veces le ha hecho enfrentar situaciones incómodas. Hace poco alguien le dijo: “Candela, es que haces lo opuesto a lo que hace todo el mundo”. Ella, asombrada, preguntó por qué: “Me dijo que soy la que trata bien a todo el mundo en el rodaje, pero cuando llega el productor le suelto que el catering es malo… Pero es que yo pensaba que es muy importante ir con la verdad por delante”, lamenta.
“Ojalá llegue a ser la actriz que un día soñé”, dice Candela. Pero, ¿qué actriz es esa? “Pues no lo sé”, contesta con franqueza. Esa humildad convive con una personalidad poliédrica y difícil de describir. Su carisma y su encanto radican no solo en sus trabajos, sino en su vida. Marc Giró, que la conoce bien, hace una descripción más profusa: “Candela es una artista en el sentido profundo de la palabra. Es ese tipo de personas que tiene una antena que les permite penetrar en el alma humana, y ya siento la cursilería, pero es tal cual. Además, tiene esa mirada de mamífera que lo observa todo, y el verbo para contar las cosas de manera atractiva. Llámalo sensibilidad o duende: ella es cómica y trágica, austera y exagerada, doméstica y bohemia, local e internacional. Y todo eso a la vez. Candela vive siendo artista, eso no se puede dejar de ser. Y por eso nos gusta tanto, porque nos conecta con algo que nos es propio pero que no sabíamos que teníamos o con lo que no sabíamos conectar”.
Hace unos días, la actriz hablaba con su amiga de la infancia, la bailarina Helena Martín, y Candela le contaba sorprendida el interés que despierta su persona. “Has sido así desde siempre”, le recordó su amiga. “Cuando hacíamos ballet de niñas yo solo quería que llegara el sábado para que nos contaras las cosas que te habían pasado. Es que tú sublimas lo cotidiano, y eso es arte, lo decía Rocío Jurado”.
