Cultura

236 millones de dólares: un cuadro de Klimt es oficialmente la obra de arte moderno más cara jamás subastada

La obra pertenecía a la colección del magnate de la cosmética Leonard Lauder, fallecido en junio, cuya fascinante reserva de arte moderno se ha convertido en el plato fuerte de la temporada de subastas en la Gran Manzana.

"Retrato de Elisabeth Lederer" de Gustav Klimt. Sotheby's por FORBES USA

El mercado del arte volvió a sacudirse el martes 18 de noviembre, con un nuevo récord. El protagonista: Gustav Klimt, el maestro del simbolismo vienés, cuyo “Retrato de Elisabeth Lederer” acaba de coronarse como la obra de arte moderno más cara vendida jamás en una subasta. Y no fue un triunfo discreto: el cuadro alcanzó 236,4 millones de dólares, una cifra que dejó boquiabiertos incluso a los veteranos de la sala de Sotheby’s en Nueva York.

El martillo cayó tras una puja que empezó en 130 millones, pero la cosa se calentó en cuestión de segundos. Seis interesados se enzarzaron en un pulso que duró 20 intensos minutos, hasta que un comprador anónimo se impuso y se llevó el premio gordo. Con esta venta, Klimt vuelve a colocarse en lo más alto del ranking, desbancando récords que llevaban más de una década sin moverse.

La obra pertenecía a la colección del magnate de la cosmética Leonard Lauder, fallecido en junio, cuya fascinante reserva de arte moderno se ha convertido en el plato fuerte de la temporada de subastas en la Gran Manzana.

Un retrato que destila poder

Pintado entre 1914 y 1916, el retrato de Elisabeth no es una simple imagen de sociedad: es una declaración de estilo. Klimt retrató a la joven heredera con una mezcla de elegancia y autoridad que resume a la perfección el esplendor de la Viena previa a la guerra. Los colores brillantes, los patrones casi hipnóticos y los detalles simbólicos, como los dragones azulados que decoran la túnica, transforman el cuadro en un híbrido entre retrato y universo propio.

Pero esa sofisticación también es la antesala de un mundo que estaba a punto de venirse abajo. La Primera Guerra Mundial, el auge del nazismo y la devastación posterior convertirían esta pintura en un testigo silencioso de una época rota. Un cuadro que nos habla de una época en la que se mezclaban las guerras, la nobleza, el poder y el arte. Klimt representó a la perfección no solo la belleza de su época, sino también las enormes dificultades de un periodo que él mismo vivió en parte. Los horrores que vendrían tras su muerte son innumerables, pero precisamente por eso esos cuadros hablan de un esplendor arrebatado a los artistas de aquella época.

La vida de Elisabeth: del lujo a la supervivencia

Detrás de los brillos dorados del cuadro hay una historia familiar marcada por el drama. Elisabeth Lederer nació en una de las familias más adineradas de la Viena de comienzos del siglo XX. Los Lederer, coleccionistas apasionados y mecenas de Klimt, vivían rodeados de privilegios hasta que la historia les pasó por encima.

Tras la muerte de su padre en 1936, y con la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1938, la vida de Elisabeth se convirtió en una carrera de obstáculos. Los nazis confiscaron la colección familiar y la enviaron a un castillo en la Baja Austria, mientras los Lederer se dispersaban en distintas rutas de exilio.

Elisabeth, que había permanecido en Viena tras convertirse al protestantismo, se enfrentó a una amenaza inminente cuando el régimen volvió a considerarla judía después de su divorcio. En un intento desesperado por sobrevivir, difundió la historia, hoy desacreditada de que Gustav Klimt era su verdadero padre. Su madre, desde el exilio, respaldó esta versión con una declaración jurada. Sorprendentemente, el plan funcionó: las autoridades nazis le otorgaron documentos que la identificaban como descendiente del pintor, lo que la mantuvo con vida hasta su muerte en 1944.

Un viaje accidentado para una obra resucitada

Cuando la guerra terminó, gran parte de la colección Lederer se había perdido en un incendio que destruyó el castillo donde estaba almacenada. El retrato de Elisabeth, sin embargo, reapareció milagrosamente en una subasta en Viena en 1948. El hermano de la joven, Erich Lederer, logró intervenir para recuperar las obras que quedaban de su familia.

Décadas más tarde, la pieza llegó a manos de Leonard Lauder, quien la incorporó a su gigantesca colección privada. Desde entonces, ha sido una de las joyas más preciadas del magnate, y ahora, tras su muerte, también se convierte en el símbolo de una nueva etapa para Sotheby’s y para el mercado del arte.

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