Zohran Mamdani es el nuevo alcalde de Nueva York, y su elección ha generado titulares en medios de todo el mundo. Se trata de un fenómeno poco habitual: las elecciones municipales suelen despertar interés principalmente local, pero en este caso el foco mediático ha sido global.
Lo que hace a esta elección tan singular no es solo que Mamdani sea el primer alcalde musulmán en la historia de Nueva York, sino que también es un joven socialista decidido a gravar a los más ricos. En la ciudad con la mayor concentración de multimillonarios de Estados Unidos, un político que propone redistribuir la riqueza representa un choque frontal entre dos mundos que rara vez se cruzan. Y lo que parece más evidente es el temor real que sus ideas generan entre las élites económicas.
Los contrastes ideológicos son profundos. Resulta casi inimaginable pensar que, en los meses posteriores al 11 de septiembre de 2001, alguien pudiera haber predicho que Nueva York estaría gobernada algún día por un alcalde musulmán y socialista. Pero la historia siempre encuentra caminos inesperados, y para llegar a este punto, mucho tuvo que cambiar en la sociedad neoyorquina y en la política estadounidense.
Su victoria se debe principalmente a tres factores clave:
- El creciente descontento por la desigualdad en la ciudad.
- El impacto del aumento de los precios de la vivienda y del coste de la vida.
- La movilización de los jóvenes, los sindicatos y los movimientos de base que cobran vida en una ciudad que se estaba convirtiendo en una meca solo para ricos.
Pero la realidad se compone de porcentajes y, en la ciudad que nunca duerme, los hechos hablan de una mayoría que lucha por sobrevivir y de unos pocos elegidos que ganan cantidades inimaginables.
El origen y la trayectoria de Zohran Mamdani
Zohran Mamdani nació en Kampala, Uganda, pero su historia está profundamente ligada a Nueva York. Hijo de inmigrantes que huyeron del régimen de Idi Amín en los años setenta, creció en un entorno marcado por la lucha y la resiliencia. Su madre, cineasta, y su padre, un académico reconocido, le transmitieron desde joven la idea de que la identidad es también una forma de resistencia. En Queens, el barrio que lo vio crecer, Mamdani se forjó como activista antes que como político: organizaba campañas de vivienda asequible, defendía los derechos de los inquilinos y acompañaba a comunidades marginadas frente a los desalojos.
Su entrada en la política institucional fue casi una consecuencia natural de su activismo. En 2020, con apenas treinta años, ganó un escaño en la Asamblea Estatal de Nueva York como parte del ala progresista del Partido Demócrata. Desde allí se hizo un nombre al desafiar a su propio partido en temas sensibles: impulsó medidas para limitar el poder de los grandes caseros, pidió el fin de las exenciones fiscales a las corporaciones inmobiliarias y apoyó abiertamente las campañas de justicia climática. Para muchos, representaba una nueva generación de políticos que no ven la política como una carrera, sino como una extensión de la militancia.
Un programa político que incomoda a los poderosos
Como alcalde, Mamdani ha llevado esa misma energía insurgente al corazón del poder urbano. Su programa no es ambiguo ni busca agradar: propone impuestos progresivos a las grandes fortunas, la creación de un fondo permanente de vivienda pública y la gratuidad total del transporte urbano financiada con contribuciones de las empresas financieras con sede en Manhattan. A esto se suma un ambicioso plan climático para convertir a Nueva York en una ciudad neutra en carbono en menos de dos décadas, lo que implicaría reestructurar desde el sistema energético hasta la arquitectura urbana.
Los economistas cercanos a Mamdani explican que su modelo se basa en una idea simple pero disruptiva: redistribuir la riqueza sin frenar la innovación, orientando los beneficios privados hacia fines públicos. El dinero, dice el alcalde, “ya está en Nueva York, solo hay que decidir para quién trabaja”. 26 multimillonarios se han gastado 22 millones para intentar frenar su popularidad, y solo dos han financiado el joven socialista: Elizabeth Simons, que en agosto, donó 250.000 dólares a New Yorkers For Lower Costs, el principal grupo independiente que apoya la campaña de Mamdani. La otra persona ha sido Tom Preston-Werner, de 45 años y cofundador de GitHub, es otro multimillonario que apoya a Mamdani; que en abril, ha enviado 20.000 dólares a New Yorkers For Lower Costs.
La respuesta de las élites
Las reacciones no se han hecho esperar. Los grandes grupos financieros han recibido su llegada con una mezcla de desconcierto y alarma. Varios ejecutivos de fondos de inversión han insinuado públicamente la posibilidad de trasladar sus sedes a otras ciudades, y las principales cadenas mediáticas conservadoras han iniciado una campaña constante para presentar a Mamdani como un “riesgo económico”. Sin embargo, en los barrios populares su figura genera entusiasmo. Muchos lo ven como el primer político en décadas que habla de los problemas reales de los neoyorquinos: el costo del alquiler, el transporte colapsado y el aire contaminado. El alcalde, con un pasado como rapero, ganó también gracias a una campaña electoral perfecta, sobre todo entre los jóvenes; un rostro que se ha dejado grabar en numerosas ocasiones cantando, jugando al fútbol, escuchando música popular, paseando por los barrios pobres, hablando en español para llegar a los numerosos latinos que viven en Nueva York. Todo perfecto, todo pareciendo o siendo original, sin forzamientos ideológicos.
Mamdani, por su parte, parece moverse con serenidad entre el apoyo fervoroso y la crítica feroz. “Si los ricos están preocupados, es señal de que algo estamos haciendo bien”, declaró en su primer discurso como alcalde. Su llegada al poder marca un cambio de paradigma: Nueva York, símbolo mundial del capitalismo, ahora tiene al frente a alguien que se atreve a cuestionar sus cimientos.
Zohran Mamdani encarna una paradoja profundamente neoyorquina: en la ciudad donde el dinero nunca duerme, un alcalde joven, musulmán y socialista se ha convertido en la voz que cuestiona el propio modelo que hizo grande a la Gran Manzana. Su llegada al poder no es solo una curiosidad política, sino el reflejo de un cambio de época: una generación cansada de promesas vacías, unida por la urgencia de repensar cómo y para quién funciona la ciudad.
Nadie puede asegurar cuánto de su ambicioso programa logrará concretar, pero su triunfo ya ha dejado una huella. Ha demostrado que incluso en el corazón del capitalismo global puede emerger una alternativa que hable de justicia, dignidad y comunidad. Nueva York, una vez más, se convierte en el escenario donde se ensaya el futuro.
