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Estas son las tres lecciones sobre la transición energética que revela el Nobel de Economía 2025

Los Premios Nobel de 2025 nos recuerdan que el progreso económico es un proceso, no una condición estática

Medalla del Premio Nobel de Física, otorgada al físico británico Joseph John Thomson (1856-1940) en 1906.

El Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas 2025 en memoria de Alfred Nobel rinde homenaje a tres pensadores que transformaron nuestra comprensión del crecimiento y la innovación. Joel Mokyr, de la Universidad Northwestern, Philippe Aghion, del Collège de France e INSEAD, y Peter Howitt, de la Universidad Brown, profundizaron nuestra comprensión del crecimiento económico impulsado por la innovación : por qué prospera, por qué a veces se estanca y qué entornos le permiten perdurar. Sus ideas son profundamente relevantes para la transformación energética que se está desarrollando hoy en día: una transición gradual de sistemas centralizados basados ​​en combustibles fósiles a un ecosistema energético más limpio y distribuido. A medida que el mundo avanza rápidamente hacia cero emisiones netas, la lección es clara: las transiciones energéticas, al igual que las revoluciones industriales pasadas, dependen de la destrucción creativa, la inversión en innovación y la construcción de instituciones abiertas.

Destrucción creativa y la transición energética

El artículo fundamental de Philippe Aghion y Peter Howitt, publicado en 1992, introdujo un modelo en el que el progreso surge de la destrucción creativa, un proceso schumpeteriano donde las nuevas ideas desplazan a las tecnologías y empresas más antiguas. El crecimiento, demostraron, es un proceso dinámico de renovación. Las economías avanzan cuando los innovadores desarrollan métodos superiores y se permite la salida de los sistemas obsoletos. Este proceso rara vez es fluido o indoloro, pero sigue siendo el mecanismo esencial del crecimiento a largo plazo.

Esa misma dinámica define ahora el sector energético. La transición de los combustibles fósiles a las fuentes renovables no es un ajuste marginal, sino una reorganización estructural de los sistemas energéticos. El antiguo modelo se centraba en unos pocos grandes productores que suministraban energía a través de redes unidireccionales. El sistema del siglo XXI es distribuido y flexible, configurado por millones de participantes más pequeños que generan, almacenan y gestionan la electricidad de forma más local. Los tejados solares, los vehículos eléctricos y la optimización digital de la red eléctrica encarnan la turbulencia que describieron Aghion y Howitt, acompañada del declive de las tecnologías existentes. Las sociedades deben apoyar este proceso, porque sin él, no hay progreso.

Algunos legisladores y miembros de la sociedad civil ven con inquietud esta destrucción creativa. Sin embargo, suprimir nuevas soluciones tecnológicas o apuntalar artificialmente infraestructuras obsoletas frena la innovación. Una transición energética exitosa dependerá de políticas que incentiven la experimentación, permitan la salida de los productores ineficientes y acepten que las disrupciones a corto plazo son el precio de la prosperidad a largo plazo. La revolución renovable requiere la misma determinación que en su día permitió a las sociedades industriales reemplazar la fuerza muscular por el vapor.

Las innovaciones prácticas impulsan el crecimiento

Tras estudiar la Revolución Industrial, Joel Mokyr demostró que el progreso tecnológico depende de la acumulación y aplicación de conocimiento útil. Argumentó que la invención se vuelve transformadora cuando las sociedades se organizan para convertir las ideas en práctica. La Revolución Industrial triunfó porque combinó el descubrimiento científico con el ingenio ingenieril, generando un flujo constante de innovaciones prácticas. La abundancia de fuentes de energía, como el carbón y, posteriormente, la electricidad, hizo que esas innovaciones fueran escalables; sin embargo, el motor principal fue el compromiso institucional y cultural con el aprendizaje.

El mismo patrón se observa en la era digital. La inteligencia artificial, el análisis de datos y la automatización están transformando las economías mediante el uso organizado de la información y el conocimiento, y requieren enormes cantidades de electricidad. Esto ha renovado el debate sobre el uso de la energía, y algunos sugieren que el crecimiento debe desacelerarse para preservar los recursos. Sin embargo, los altos niveles de consumo de energía acompañan a las sociedades avanzadas porque la energía facilita el desarrollo humano. Todos los indicadores modernos de bienestar: salud, educación, acceso a la tecnología; dependen de la disponibilidad confiable de energía.

El reto, por tanto, no reside en limitar el consumo, sino en cambiar su composición. El objetivo debería ser una abundancia limpia, no una escasez controlada. Las energías renovables, los sistemas nucleares avanzados, el almacenamiento de energía y las tecnologías que mejoran la red eléctrica sientan las bases para ese futuro. Las próximas décadas requerirán una política energética que impulse la innovación y la creación de conocimiento, en lugar de limitarlas.

Construyendo instituciones abiertas

La lección final reside en las instituciones que posibilitan el progreso. La obra histórica de Mokyr demuestra que la Revolución Industrial triunfó gracias a un entorno intelectual y social que premiaba la experimentación y toleraba la incertidumbre. La Ilustración creó una cultura en la que el conocimiento podía circular libremente y las nuevas ideas podían probarse. Esta apertura convirtió la invención en un proceso continuo, en lugar de una serie de avances aislados.

Las transiciones energéticas requieren ese mismo espíritu. La innovación en tecnologías limpias dependerá de instituciones que valoren la transparencia, la colaboración y la asunción de riesgos. La captura regulatoria, el control monopolístico y la gobernanza rígida pueden socavar el progreso incluso en presencia de buena tecnología. Las transiciones exitosas ocurrirán cuando gobiernos, investigadores y emprendedores construyan sistemas que conecten el descubrimiento científico con la aplicación práctica. Cuando ese ciclo de retroalimentación entre el conocimiento y la implementación es sólido, el progreso se acelera. En muchos sentidos, el concepto de Mokyr de un «mercado de ideas» es el modelo para la política energética moderna. Las sociedades deberían experimentar mediante una regulación flexible, financiación pública de la investigación y datos abiertos.

Hacia una cultura de crecimiento energético

Los Premios Nobel de 2025 nos recuerdan que el progreso económico es un proceso, no una condición estática. El crecimiento surge de la renovación y las instituciones abiertas permiten la circulación de ideas. La transición energética no es una corrección técnica de un sistema obsoleto. Es una oportunidad para reconstruir las bases de la prosperidad social.

En primer lugar, se debe permitir que la innovación sea disruptiva. En segundo lugar, el crecimiento duradero proviene de sociedades que convierten el conocimiento en práctica. En tercer lugar, las instituciones deben permanecer abiertas, flexibles y orientadas al descubrimiento. Si se aplican estas lecciones, la transformación energética del siglo XXI podría imitar los éxitos de las revoluciones industriales. Hemos entrado en la siguiente etapa del largo experimento de la humanidad con el progreso.

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