El viernes 26 de septiembre de 2025. A las 11:10, la agencia de prensa de Play Airlines enviaba un email con el siguiente título: «Play acerca a los españoles a la temporada más mágica de Islandia: auroras boreales, tradiciones únicas e incluso ópera». En el comunicado anunciaba un 30% de descuento en la compra de vuelos desde Alicante, Barcelona, Madrid y otras ciudades españolas para viajar hasta marzo de 2026. Cerraba con una promesa ambiciosa: «Play reafirma su compromiso de convertirse en la aerolínea de referencia para los españoles que buscan Islandia».
Tres días después, el lunes 29, ese compromiso se estrelló. Play cesó operaciones, dejando varados a miles de pasajeros y sin empleo a 400 trabajadores. Su web, aún activa hoy, lleva a un link con un pájaro de prismáticos rojos y un mensaje vacío: error.
Las redes de la compañía también callaron: el último post de Instagram muestra a una azafata haciendo volteretas por el pasillo de un avión vacío, mientras los comentarios a este video pretendidamente gracioso claman por billetes perdidos, reclamaciones económicas y viajes que quedaron a medias. Una pasajera que quedó varada en Boston y sin más explicación que «reclame la cantidad a su tarjeta de crédito», contó en X, la antigua Twitter, cómo se gastó 1.200 euros fuera de programa en un nuevo vuelo para volver a casa. Hoy, 13 de octubre, tras dos semanas de silencio, me pregunto algo muy sencillo: ¿Dónde está la seriedad? Esto va más allá de la aviación. Es un caso de estudio sobre la fragilidad de la confianza en las firmas.
Murió joven
Fundada en 2021 para suceder a WOW Air (parte de su equipo viene de esa aerolínea que quebró), Play apostó por Islandia como hub transatlántico low-cost, con vuelos baratos vía Reikiavik-Keflavík. Con solo 370.000 habitantes, Islandia no ofrece colchón suficiente frente a cualquier crisis internacional. Todas las compañías locales han dependido siempre de otros mercados internacionales. La joven empresa y su carácter informal quedó atrapada entre gigantes Legacy como Delta o Ryanair en el campo del Lowcostismo. Con costes operativos más altos de lo deseado, Play nunca despegó del todo. El auge de aviones como el A321XLR, que conectan ciudades directamente y que se van implementando en el Atlántico norte tampoco ayudó.
¿Por qué calla?
La verdad es que lo me decepciona no son los números, sino la opacidad. En octubre de 2024, entrevisté al CEO de Play aprovechando un tour por España. Me habló de su país, su flota y planes transatlánticos. Días después, cuando publiqué esto en Forbes, Play viró a dar preferencia vuelos directos Europa-Islandia punto a punto aparcando en gran manera la cacareada estrategia intercontinental. Nunca entendí por qué me contó una estrategia que iba a caducar. No pedía conocer sus planes internos, pero ¿por qué fingir normalidad cuando había cambios inminentes a la vista?

Este silencio final, con promociones comerciales hasta el último minuto no es torpeza: es una traición a pasajeros, empleados e inversores. En un mundo donde un post en X amplifica el caos, la falta de transparencia destruye la confianza. Supe por voces especializadas y algunos medios del sector que Play culpó de su situación a la «cobertura negativa» de los medios y al «descontento interno», sin embargo, el problema nació en su sede y contagió a sus cabinas: cambios abruptos, mensajes contradictorios, promesas vacías.
Desde WeWork hasta FTX, los colapsos de las firmas siempre van precedidos de narrativas infladas. Como transportistas y no simples empresas, las aerolíneas deben adoptar protocolos de crisis: avisos con 72 horas mínimo y herramientas para detectar riesgos financieros de cara a proteger a sus usuarios. El impacto de Play será mínimo; la otra compañía del país, Icelandair, mantendrá la conectividad con la isla y el hueco de Play se llenará enseguida con otras opciones, aunque el daño a la confianza perdura. En los negocios, como en el cielo, las turbulencias se superan con claridad, no con silencio.
Así no, Play.
