El fundador y CEO del gigante chino Baidu, Robin Li, creó en 2020 BioMap, una empresa de ciencias biológicas e inteligencia artificial (IA). Cuatro años después, firmó un acuerdo con Hong Kong Investment Corporation, un fondo estatal, para lanzar un programa aceleración de innovación en bioinformática en Hong Kong. Estos días, BioMap acaba de anunciar que ha superado a AlphaFold, el programa de Google Deepmind premiado con el Nobel que logró ese hito inconmensurable que es predecir la estructura de las proteínas. Robin Li asegura que comercializa ya más modelos de IA para biotecnología que su rival.
La cosa no pasaría de ser una de esas historias de competición tecnológica que tanto proliferan en nuestros días, si no fuera porque el presidente del Partido Comunista Chino (PCCh), Xi Jinping, identificó a la biotecnología como un sector crítico en la apuesta de China por convertirse en una superpotencia científica mundial. Para ello, diseñó una estrategia Fusión Militar-Civil, que facilita la transferencia directa de datos y tecnologías de vanguardia al Ejército Popular de Liberación (EPL).
China ha construido un marco legal y regulatorio que garantiza el control total sobre la gestión de los recursos genéticos y biológicos. El FBI advirtió de que había obtenido un acceso significativo a datos genómicos y muestras biológicas estadounidenses mediante colaboraciones de investigación, inversiones, fusiones y adquisiciones. Y la Academia Nacional de Ciencias de EEUU se ha hecho eco de estas preocupaciones.
Según el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS) norteamericano, si China no es capaz de producir innovación en un determinado campo biotecnológico, adquiere la propiedad intelectual en el extranjero. A continuación, entidades estatales inyectan capital para que sus empresas lanzar a las cadenas de suministro globales sus productos. Hoy, el 79% de las farmacéuticas estadounidenses necesitan comprar a empresas chinas componentes esenciales para su fabricación.
La estrategia de Fusión Militar-Civil del PCCh pretende utilizar tropas impulsadas por biotecnología para convertir al EPL en un «ejército de clase mundial» en 2049. Ha creado más de 100 parques de investigación biotecnológica y 17 clústeres industriales. El éxito de Baidu suena, visto a la luz de todo esto, con una música diferente.
Pero el problema del dominio biotecnológico no se limita al ámbito de la salud, y es esta una de las derivadas que pueden movilizar más innovación los próximos años. También incide en la alimentación. Los países occidentales están dando sorprendentes muestras de fragilidad en ese sentido: a mediados de 2025, Estados Unidos elevó su previsión de déficit comercial agrícola para el conjunto del año fiscal a 49.500 millones de dólares. Europa se movía en enero de 2025 entre el superávit de 2.200 millones de euros en el comercio de alimentos y bebidas con terceros países y el déficit de 2.600 millones en materias primas.
Cualquiera pensaría que es poco probable que la alimentación pueda abrir una brecha de seguridad cuando se desperdicia hasta el 30% de la producción mundial de los principales cultivos básicos: trigo, arroz, maíz, papa y soja. Pero así es. Fortalecer la bioindustria constituye una de las vías para asegurar la independencia alimentaria.
Hasta el punto de que la OTAN puso en marcha la iniciativa Biotecnología y Tecnologías de Mejora Humana (BHE), y la diseñó teniendo muy presentes las posibilidades que abre el nuevo ciclo de la IA. La Alianza imagina un mundo en el que la biofabricación y la biología sintética ofrezcan alternativas ecológicas a la dependencia de terceros países en la cadena de suministro alimentario. España y el resto de socios se comprometieron a impulsar el desarrollo de estas tecnologías con fines defensivos y pacíficos, y como una vía de protección frente a los riesgos de proliferación.
Las posibilidades tecnológicas son enormes. La edición genómica y la producción de alimentos basada en microbios ocupan un puesto destacado ya en la exploración de sustitutos de la carne y los lácteos. Se investiga la obtención de ingredientes nuevos y funcionales mediante cultivos celulares y los organismos públicos están cada vez más dispuestos a facilitar las cosas desde que la Agencia de Alimentos de Singapur aprobó el primer pollo cultivado con células en 2020.
Puestos a diseñar un modelo de cadena de alimentos seguro, se piensa en impulsar la producción local, en la acepción más amplia del término: por “local” se entiende puntos desplegados sobre el terreno, en el mar e incluso en el espacio. La ubicación de las instalaciones de producción será adaptable y no dependerá estrictamente de factores ambientales.
Como en otros campos de investigación de vanguardia ligados a la seguridad, el obstáculo de la financiación se va diluyendo. Bancos y fondos de pensiones están empezando a estudiar cómo invertir en biología sintética, y en el Congreso de Estados Unidos está en estudio una legislación que propone «BioBonds» (bonos gubernamentales para investigación biomédica).
Los países europeos en conjunto suman aproximadamente una cuarta parte de las patentes mundiales en este campo, con Suiza en ascenso. Entre las empresas involucradas en la producción de bioproductos, tanto para fines industriales como alimentarios, destacan algunas como Biosyntia, AMSilk, Insempra, Mosa Meat, Meatable, Biocleave, EVbiotech o Gourmey.
Las levaduras son uno de los espacios de innovación más dinámicos, el desafío de la ingeniería metabólica es simplificar la transferencia desde la fuente natural a un huésped de producción. Es una locura ver cómo la gama de aditivos alimentarios que se obtienen de ellas crece rápidamente, con productos emergentes que contienen vitamina E (DSM), estevia (Amyris y DSM) y suero de leche (Perfect Day).
La hamburguesa del futuro podría cultivarse utilizando consorcios de bacterias, hongos y células de ganado, similares al yogur o al queso, que trabajen juntas para construir estructuras y sintetizar moléculas que cumplan las funciones de nutrición, sabor y fragancia. Se estima que, a partir de 2030, muchos productos podrían concebirse como sistemas de células diseñadas para trabajar juntas e integrarse también en materiales no vivos, como la electrónica. Por qué no.
Varios laboratorios de biotecnología automatizada, como Emerald Cloud Lab, Recursion, Ginkgo BioWorks y OpenTrons están revolucionando la forma en que se lleva a cabo la investigación tradicional al ejecutar millones de experimentos automatizados a través en la nube, donde se generan cantidades masivas de datos.
En un contexto convulso como el actual, pensar en la innovación alimentaria como un mecanismo de defensa ha dejado de ser una cuestión accesoria. España tiene una tradición en invención bionutrientes tan sólida como su industria de producción de comida, una de las más imaginativas y exportadoras del mundo. Su fortaleza competitiva en el futuro dependerá quizás del entendimiento entre la industria y las startups.
