La noticia de su muerte este miércoles, a los 91 años, dejó al mundo más huérfano de esperanza. Porque Jane Goodall no fue solo una primatóloga, ni una activista, ni una científica pionera. Fue un ejemplo moral para todos. Una de esas figuras irrepetibles que logran mover el mundo sin gritar. Con una libreta, un par de prismáticos y un buen corazón, nos enseñó a mirar a los animales no como “otros”, sino como «nosotros».
Una manera de entender la vida
Nacida el 3 de abril de 1934 en Londres, Valerie Jane Morris-Goodall era una niña curiosa que, desde pequeña, encontró en la naturaleza una forma de entender la vida. A los cuatro años se escondió durante horas en un gallinero para observar cómo una gallina ponía un huevo. Su madre, celebró su temprana curiosidad y la acompañó de manera silenciosa, un apoyo que transformaría la historia de la ciencia.
Con una determinación casi salvaje, Jane Goodall viajó a Kenia en 1957 y conoció a Louis Leakey, el paleontólogo quien la eligió para llevar a cabo un estudio de campo en lo que hoy es Tanzania. En julio del 1960 llegaron al Parque Nacional Gombe y empezó el trabajo que cambiaría para siempre su relación (y la del mundo entero) con los animales.

Descubrió que los chimpancés usaban herramientas, que cazaban, que se saludaban, se abrazaban y se cuidaban. Que parecían uno más entre nosotros. En aquel entonces, una época bastante fría para la ciencia, Jane los miró con mucha empatía. Los llamaba por su nombre, les hablaba «en chimapncés», los abrazaba y sabía quién era quién.
La criticaron, sí. La trataron de loca, también. Pero también fue escuchada por muchos, y su trabajo llevó a redefinir lo que significa ser humano.
La líder sin pausa
Unos años más tarde, y sin haber pasado por la universidad, recibió un doctorado en Etología de la Universidad de Cambridge. En 1977 fundó el Jane Goodall Institute,
organización global dedicada a la conservación de los grandes simios, la regeneración de sus hábitats y la educación ambiental transformadora en más de 25 países. Además, en 1991 creó Roots & Shoots, un programa de empoderamiento juvenil con presencia en más de 60 países. También lideró proyectos como TACARE, que unió conservación, educación y desarrollo sostenible en comunidades locales africanas.
Se casó con el fotógrafo indonesio Hugo van Lawick, con quien tuvo un hijo, Hugo Eric (“Grub”), y luego con el político tanzano Derek Bryceson, hasta su fallecimiento en 1980.
El legado de Jane Goodall: una fortuna sin ceros
Su activismo evolucionó con los tiempos. En sus últimos años, viajaba 300 días al año dando conferencias, hablando del cambio climático, del colapso de la biodiversidad y de la urgencia de actuar. No desde el pánico, sino desde la fe. “Cuando eres testigo del poder del cambio en una comunidad, ya no puedes rendirte”, frase célebre de Jane Goodall.
Entre sus reconocimientos figuran el título de Dame del Imperio Británico, la Medalla Templeton, el Premio Príncipe de Asturias, y, en enero de este mismo año, la Presidential Medal of Freedom en Estados Unidos.
Pero sus verdadero premio fue otro: Jane Goodall tenía una familia en lo más profundo de la naturaleza. Los chimpancés que sobrevivieron gracias a sus programas, las niñas africanas que accedieron a educación, y todos los jóvenes que escucharon sus sabias palabras para cuidar de la naturaleza fueron su mayor regalo.
Jane Goodall no dejó una fortuna personal. Dejó algo más valioso: un legado que no se mide en monedas, sino en la conciencia sembrada. Su Instituto sigue activo, sus proyectos siguen expandiéndose, y su dulce y sonriente rostro seguirá siendo símbolo de otra forma de liderazgo.
