Opinión Salvador Sostres

«Demasiado sacrificio para un reinado tan corto», dicen. El deber de Carlos III

El rey de Inglaterra tiene una salud delicada, algunas fuentes fiables aseguran que agónica. El comentario más frecuente es que lo corto que va ser su reinado no es premio suficiente para una vida de tantos sacrificios. Espero que Carlos viva todavía muchos años y en las mejores condiciones, pero los sacrificios que los hombres adultos y libres hacemos por cumplir con nuestro deber no son a cambio de ningún premio. La recompensa es moral, trascendente.

Carlos Windsor tenía un destino y con sus flaquezas y sus virtudes y la ayuda de Dios ha tratado de darle cumplimiento. Así cada padre, cada periodista, cada empresario, cada abogado y cada obrero. Así todos y cada uno estamos puestos ante nuestro amor y nuestra libertad, que es lo mismo. Ante nuestro deber y nuestra gratitud, que también es lo mismo. La parte más importante de los problemas que tenemos es culpa de una inconsistencia muy de fondo basada en la creencia de que el objetivo de nuestras vidas somos nosotros, nuestra felicidad, las cumbras del yo histérico.

Nuestras familias, nuestro trabajo, nuestro reino en el especial caso de Carlos no son nuestro derecho sino nuestra obligación, y nuestra vida es el honor de poder amarlos y servirlos. También los padres hacemos muchos sacrificios -yo no lo llamaría así, en mi caso, pero bueno- por nuestros hijos, y pronto los hijos empiezan a desprenderse y finalmente se van, como así tiene que ser, pero que así sea no rebaja nuestro deber, ni lo matiza, ni significa que tengamos que interpretarlo de otra manera para no quedarnos solos, o por esa tan devastadora fuente de tanta infelicidad, que es ese falso derecho que muchos creen que tienen de “ser felices”. Pocas ideaciones han hecho tanto daño, sobre todo a las mujeres, más proclives a estas pulsiones esotéricas.

Isabel II vivió para nosotros y fue la reina de Inglaterra y fue la reina de todos. Ella fue la última líder relevante que nos conectaba con la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Reinar fue su deber y ella cargó con la Corona sabiendo que su importancia se basaba en anteponer lo que representaba a lo que era. No me imagino a la reina hablando de su derecho a ser feliz, ni de su derecho a nada. Me la imagino midiendo cada uno de sus impulsos para que no intervinieran en su deber. No me la imagino quejándose, ni pensando que su misión la había hecho desgraciada, ni buscando tiempo para sí misma.

Vivir es vivir para los demás. Fortalecer el yo sólo puede servir para entregarlo. Lo que acaba sólo en nosotros tiene en realidad muy poca importancia. Lo que no es un deber se licua y desaparece. Piensa en el dolor que causas cada vez que tus hijos se dan cuenta de que no son lo más importante. Piensa en lo mal que haces tu trabajo cada vez que piensas que las vacaciones son más importantes. A Carlos III le ha tocado vivir como un Rey, con el dolor, la soledad y el honor que conlleva. El más insignificante obrero del último rincón del mundo está íntimamente ligado a él si hace con amor su trabajo.