Septiembre de 2015. Margaret Chan (directora de la Organización Mundial de la Salud), Erna Soldberg (Primera Ministra de Noruega), Mary Barra (CEO de General Motors) y la reina Rania de Jordania estaban invitadas, entre otras, por Angela Merkel a la mayor recopilación de mujeres lideresas que podía encontrarse en una reunión del G7. Melinda Gates, vestida con un traje azul oscuro, comenzó su discurso: “Cuando consigues mujeres en los roles de liderazgo, ellas hacen que las cosas ocurran.”
Tiene una dotación de 41.300 millones de dólares, pudiendo ser invertidos en casi cualquier forma que ella y su esposo Bill, la persona más rica del mundo, consideren necesario. Durante la primera década y media de su existencia, la Fundación Bill y Melinda Gates desplegó su notable escala hacia la erradicación de la poliomielitis y la malaria, y experimentó en temas de educación. Pero en los últimos años Melinda Gates ha abrazado con su nombre el prestigio de la fundación caritativa, junto con la influencia que eso conlleva. Ella se ha convertido en la persona más poderosa del planeta cuyo enfoque singular es en mujeres y niñas.
“Estuve buscando el abogado o la abogada que defendería estos temas”, reconoce la mujer de Bill Gates durante el almuerzo en el emblemático Hotel Adlon Kempinski. Melinda Gates, de 51 años de edad, tiene el aire de una tecnócrata pero con los pies en la tierra. De aquellos que viajan sin un séquito que les sigue a todos los sitios, sino con grandes cantidades de datos y una fuerte determinación. “Sabía que tenía que ser una mujer. Por eso, nos preguntábamos dentro de la fundación dónde podíamos obtener a esa persona. Consideré a otras lideresas, pero no pude encontrar a la que encarnase mi voz y la de las mujeres de todo el mundo. Y entonces pensé que si realmente era la indicada, tenía que hacerlo yo. Tenía que tener coraje y no preocuparme”.
Las mujeres representan a seis de cada diez personas en situación de pobreza y dos terceras partes de la población analfabeta, según el Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo. La mortalidad femenina en el mundo en desarrollo, en palabras del Fondo Monetario Internacional, significa unos 3,9 millones de mujeres y niñas “desaparecidas” por año: cerca de dos quintas partes no nacen, una sexta parte muere en la primera infancia y más de un tercio muere durante sus años reproductivos.