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Cusco y Lima, dos capítulos complementarios para una experiencia completa Perú

Tan importantes es la elección de los destinos como el alojamiento en los mismos. Sobre eso la compañía Marriott tiene mucho que decir al ofrecer en sendas localidades opciones de alojamiento donde el descanso combina con historia, tradición y alta gastronomía.

Viajar a Perú es trasladarse a una cultura, una historia y una civilización que se inhala con cilantro y ají. Perú es contraste, naturaleza, folclore, gastronomía. Un sinfín de combinaciones para convertir un viaje en una experiencia a recordar. Sin embargo, para que sea plena, el descanso entre jornadas es esencial. Y bien por ocio, como por trabajo, hay innegociables que los viajeros más veteranos saben muy bien: dónde dormir.

En Lima, por ejemplo, el horizonte ante el Pacífico se predispone distinto desde que el JW Marriott Lima ha estrenado su renovación. Este hotel, enclavado sobre los acantilados miraflorinos, ha actualizado su estética para ser el estandarte de la narración viva y arquitectónica de todo un país. Lo hace con el cuidado por el pequeño detalle, homenajeando tanto a sus desiertos como a sus cordilleras.

El resultado es una arquitectura interior que trasciende lo ornamental. Los espacios se sienten como un viaje: texturas que evocan dunas bajo el sol, formas que recuerdan las quebradas andinas, detalles que conectan con la grandeza Inka. No se trata únicamente del hotel más bello de Lima, JW Marriott Lima un manifiesto cultural que propone habitar el Perú a través del diseño.

La experiencia se complementa con una visión contemporánea del lujo que trasciende a su propia fachada. Las habitaciones, luminosas y elegantes, parecen creadas para mirar el océano de otra manera. Así, cada huésped se convierte en viajero, incluso si nunca abandona la ciudad.

Cusco, por su parte, ofrece un contrapunto que roza lo místico. Y alojarse en este enclave tiene un trasfondo espiritual. Allí, en pleno corazón histórico, se levanta el JW Marriott Cusco, un hotel que habita un antiguo convento agustiniano. Sus muros guardan silencios seculares, sus arcos y patios se integran con una atmósfera de recogimiento que permite imaginar cómo era la vida entre esos cuatro muros desde su origen.

Lo singular del lugar es que no se limita a la memoria colonial: el hotel incorpora su propia área arqueológica, una ventana tangible al pasado inka que lo convierte en una experiencia única. Hospedarse aquí es convivir con la historia. Y, por qué no, elevar el paladar a otro nivel.

Porque si por algo ha destacado el JW Marriott Cusco es por Altura, una propuesta gastronómica que rinde tributo a la cosmovisión inca y a los ingredientes andinos, una cocina que se atreve a dialogar con la tradición sin despojarla de su esencia.

Altura no es un restaurante más, es una declaración de intenciones. Cada plato se sugiere como puente entre la tierra y el cielo, entre los productos que emergen de los Andes y la filosofía ancestral que entendía la alimentación como equilibrio y gratitud. Un menú que celebra al maíz, a la papa, a la quinua, y que los eleva a un relato contemporáneo de alta cocina.

La unión de estos dos hoteles no es casualidad, sino la construcción de una narrativa coherente: Lima abre el viaje, con su modernidad inspirada en los paisajes del Perú; Cusco lo profundiza con su contacto íntimo con la historia. Dos capítulos de una misma experiencia que redefine lo que significa alojarse en el país: la diversidad inagotable de un país único.