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Unabomber, el matemático que quiso acabar con el capitalismo

Se cumplen 30 años de la publicación de La sociedad industrial y su futuro, el manifiesto del terrorista y genio frustrado Unabomber, un texto que aún hoy genera horror y fascinación.

Theodore John Kaczynski es Unabomber. (Foto: Getty Images)

Aquel 19 de septiembre de 1995 (este mes se cumplen treinta años exactos de aquella fecha), los lectores de The New York Times y The Washington Post se encontraron en las páginas interiores de estos dos célebres periódicos estadounidenses con un extraño y polémico artículo de unas 30.000 palabras de extensión. Llevaba por título La sociedad industrial y su futuro (en inglés, Industrial Society and Its Future) y su autor lo firmaba bajo el seudónimo oculto de Freedom Club. Por entonces nadie conocía su verdadera identidad, aunque solo unos meses más tarde el FBI descubriría que bajo aquel alias se ocultaba Theodore J. Kaczynski, un lobo solitario de 53 años –graduado en Harvard con excelentes calificaciones y doctor en matemáticas– que había llegado a trabajar como profesor asistente, con tan solo 25 años, en la Universidad de Berkeley, una de las cunas de la intelectualidad norteamericana.

Con independencia de aquel espléndido currículo, fueron muchas las personalidades que consideraron una peligrosa ofensa que dos medios de comunicación tan prestigiosos e influyentes como aquellos dieran voz y espacio en sus páginas a un tipo como Kaczynski. ¿Por qué? Pues porque, desde 1978, este brillante matemático había dedicado todo su talento y energía a enviar cartas bomba (artefactos explosivos, camuflados dentro de paquetes, que él mismo fabricaba de forma casera) a individuos relacionados de algún modo con la tecnología. Así, entre sus chocantes objetivos, se encontraban el dueño de una tienda de informática, el presidente de la United Airlines, un especialista en genética, un psicólogo, un ejecutivo publicitario o un profesor de ingeniería.

No se trataba de ningún juego travieso. En sus casi dos décadas de atentados, Kaczynski había causado la muerte a tres personas y herido gravemente a otras 23 (ocasionando a sus víctimas mutilaciones varias, quemaduras o severas pérdidas sensoriales), un modus operandi que le valdría el sobrenombre de Unabomber, uno de los terroristas más buscados y escurridizos de la historia reciente de los EE UU.

Según él mismo reivindicaría, su objetivo no era otro que generar caos en el sistema, una bizarra forma de denunciar cómo el progreso tecnológico y la sociedad industrial estaban despojando al ser humano de su verdadera alma, además de agredir al medio ambiente. El hecho de que un terrorista confeso, con varias muertes a sus espaldas, pudiese publicar su ideario político-filosófico-económico en dos de los periódicos más importantes del planeta sigue causando estupefacción. Casi tanta, eso sí, como el contenido teórico de su manifiesto, el cual –aunque hoy continúa escandalizando por su apología de la violencia a aquellos lectores que deciden acercarse a él (está publicado por varias editoriales y se puede descargar fácilmente en internet)– ha conseguido sin embargo cautivar a otros muchos estudiosos que no dudan en alabar la admirable capacidad de análisis que Unabomber exhibe en dicho texto.

Demasiado listo. Hijo de emigrantes polacos, Kaczynski nació en Chicago en 1942. Como otros muchos niños con altas capacidades, experimentó rechazo y agresividad por parte de sus compañeros en el colegio, lo que le provocó una personalidad retraída y aislada. Pronto sus profesores comprendieron que estaban ante una inteligencia muy superior a la media (su cociente intelectual era de 167, una cifra que solo alcanza el 0,3% de la población mundial), por lo que lo animaron a saltarse varios cursos. Antes de cumplir los 16 años ya había entrado en la selecta universidad de Harvard, donde –quienes lo conocieron– lo recuerdan como un cerebrito superdotado capaz de resolver algunos teoremas de alta matemática que ni siquiera sus maestros eran capaces de comprender.

Theodore John Kaczynski, antes de convertirse en Unabomber, a finales de los años sesenta del pasado siglo, cuando era un brillante profesor universitario de matemáticas. (Foto: Getty Images)

Hacia 1971, ya había conseguido una posición social y profesional elevada: profesor adjunto en Berkeley, buen sueldo y gran reputación entre sus colegas. Sin embargo, por sorpresa, decidió dejarlo todo y recluirse del mundo. Se fue a vivir a una cabaña perdida entre los bosques de Montana, sin electricidad, ni gas, ni agua corriente, con la idea de desconectarse de la sociedad de consumo y reconectar con la naturaleza más virgen.

En mayo de 1978, convertido ya en un neoludita convencido, envía por correo su primer paquete explosivo, un artefacto elaborado con materiales domésticos de desecho: madera, bujías, pilas, partes de lámpara y pólvora. Con el tiempo, sus bombas se vuelven mucho más sofisticadas, llegando a utilizar en su elaboración gases químicos tóxicos, la ingeniosa obra de una mente perturbada pero muy inteligente, con amplios conocimientos científicos.

Durante años el FBI se sentirá desconcertado. No entiende ni la motivación ni el perfil psicológico que se esconde detrás de un intelecto criminal tan pulcro como metódico (jamás dejará ningún trazo de huella o ADN en sus creaciones explosivas). Las autoridades llegarán incluso a ofrecer una recompensa para aquel que pueda ofrecer alguna pista sobre su identidad, una cifra que ira creciendo desesperadamente desde los 50.000 dólares hasta el millón.

En abril de 1995, Unabomber propone un pacto (o tal vez un chantaje). Dejará de enviar cartas bomba si le permiten publicar su manifiesto en algún diario de tirada nacional. Durante meses hay debates deontológicos en los medios de comunicación. Al fin, la policía se muestra a favor. Creen que así podrán abrir nuevas vías de investigación. Sorprendentemente, el tiempo les dará la razón.

Entre los lectores de aquel artículo de septiembre de 1995 se encuentra la mujer de su hermano, licenciada en filosofía, la cual detecta ciertas sentencias, expresiones familiares y formas de razonamiento típicas de su cuñado. Tras estudiar durante semanas el artículo, se decide a contárselo a su esposo: “Cariño, creo que tu hermano es Unabomber”. A pesar del estupor inicial, éste acaba por convencerse y acude a la policía. Allí, les revela en un mapa la cabaña inaccesible donde vive, escondido de todos, el terrorista que ha puesto en jaque al FBI durante casi dos décadas. Tras un despligue al estilo Hollywood, Kaczynski es detenido el 3 de abril de 1996. Si no hubiese publicado su famoso manifiesto quizá jamás lo hubieran encontrado, pero entonces nadie sabría lo que realmente pensaba.